_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Punto de inflexión

Antonio Elorza

A lo largo de su primera etapa de gobierno, entre 1996 y 2000, José María Aznar sentó las bases para una consolidación de su poder. Puso en marcha una estrategia de privatizaciones que de un lado facilitó que el país pudiera cumplir con los criterios fijados para la integración en la moneda única y que hacia otra vertiente dio forma a una agregación imponente de poder económico puesto al servicio de los intereses del Gobierno. Tejió asimismo una tupida red en los medios de comunicación para, desde distintos ángulos, presentar favorablemente a la opinión pública los logros de su administración, desestimando de paso cualquier intento de la oposición para levantar cabeza, y cubriendo de elogios incluso a aquellos que como Julio Anguita favorecían con sus despropósitos la división de la izquierda. Encontró así los instrumentos para realzar los logros de una política económica ejecutada en el marco de la excepcionalmente favorable coyuntura europea y presentarla como la antítesis del supuesto caos en que había dejado en 1996 a la economía española el último Gobierno socialista. Sobre la recuperación conseguida bajo la gestión de Solbes se corrió un denso velo. La luz y la prosperidad habían sucedido en 1996 a la quiebra y el desorden. Todo iba hacia lo mejor en el mejor de los mundos, y si la prepotencia del discurso 'popular' nos hizo pensar a algunos que Aznar pagaría en las urnas el precio de su estilo de gobierno, lo cierto es que más de diez millones de españoles le otorgaron la confianza y el líder conservador pudo plantear su etapa de gobierno desde la mayoría absoluta.

En principio, era de esperar que ese alto grado de confianza obtenida sirviese para otra consolidación, la de la proclamada evolución del Gobierno y del conjunto del PP hacia el centro político. La marcha favorable de la economía había hecho posible con anterioridad unas relaciones excepcionalmente buenas con los sindicatos, en el tiempo de gestión del ministro Pimentel. Ahora todo tipo de signos, incluso los cambios de dirección en alguno de los diarios afines, propiciaban un augurio de esa índole. No obstante, en cuanto surgieron las primeras dificultades, ha podido verse que el propósito optimista carecía de fundamento, sacando a la luz en cambio una preocupante coincidencia de inseguridad y autoritarismo, incluso en niveles distintos del gubernamental del Estado. La reacción censoria de Ruiz-Gallardón ante el reportaje televisado sobre Euskadi nos devuelve a los inicios de su administración, cuando algún documental ya contratado -sobre un tema tan peligroso como la vida de Dolores Ibárruri- fue de inmediato suprimido. A un nivel superior, el enfrentamiento con el poder judicial tiene no sólo claros resabios de autoritarismo, pretendiendo imponer la fórmula de Jacobo I de los jueces como leones bajo el trono, y dejando de paso al descubierto que las peores sospechas relativas a la voluntad punitiva del Gobierno, vía sus jueces de confianza, contra los medios que critiquen su política, se han visto de sobra confirmadas. A este paso, por reponer a Liaño en su condición de juez, Aznar es capaz de quebrar el equilibrio constitucional. Y si los jueces no aceptan ser leones amaestrados, los periodistas de servicio sí se muestran dispuestos a actuar como perros guardianes dispuestos a despedazar a quien se atreva a molestar al Ejecutivo, incluso en temas menores como la concesión del Cervantes. Resulta impresionante la lectura en cadena de los diarios afines cada vez que surgen conflictos y actitudes susceptibles de dañar la imagen inmaculada del Gobierno. Y así, hasta las radios y las cadenas de TV oficiales y oficiosas, en un circuito de transmisión cerrado al pluralismo.

Y encima lo están haciendo rematadamente mal en cuanto se plantea un problema complejo. Las vacas locas son un indicio y la política de extranjería, el ejemplo paradigmático. Frente a ello, es menester que la izquierda profundice en la labor crítica, confiriendo mayor profundidad en sus análisis al excelente estilo de 'fuerza tranquila' que viene poniendo en práctica Rodríguez Zapatero. También Llamazares nos está haciendo olvidar tiempos peores. Así, con paciencia y rigor, podrá ir arraigando en la opinión pública la necesidad del cambio.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_