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Columna
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Destino

José Luis Ferris

El viejo Pinochet comienza a enterarse ahora de que no existe el crimen perfecto. Ya lo decía Hitchcock, quien, por cierto, también jugaba con el suspense y con la muerte, pero con mucho más estilo y sin necesidad de recurrir a la tortura.

Augusto Pinochet, ese mal imitador de Francisco Franco -a quien precisamente veneraba como a un pontífice-, padece una demencia vascular progresiva que le proporciona una curiosa lucidez, la misma que le ha de servir para recuperar la conciencia perdida y entender, desde su residencia costera de los Boldos y su trono de octogenario, que el tiempo no restañe las heridas, al menos no todas. Y su valedor, el encargado de poner en marcha los mecanismos de su memoria, el mensajero que ha de decirle a la Historia que la hora del juicio ha llegado, es el juez Guzmán. Por su culpa, los últimos días han soplado como un viento frío contra el dictador. La cobarde actitud del anciano esquivando responsabilidades, inculpando a viejos oficiales como el retirado general Joaquín Lagos, le ha servido de poco; bien al contrario, su gallardía ha hecho hablar al encargado de la Primera División del Ejército chileno y éste ha aportado pruebas suficientes para conocer las matanzas realizadas por los militares en 1973 bajo la supervisión de Pinochet Ugarte. Conviene recordar que en aquella caravana de la muerte no era necesario ningún proceso para matar a los secuestrados, 'a veces los fusilaban por partes', confiesa el ex oficial Lagos, 'primero las piernas; después, los órganos sexuales; después el corazón'. Pero lo triste es que, para dictar un auto de procesamiento y arresto contra el señor Pinochet, haya sido necesaria una larga lucha por parte de la abogada Carmen Hertz, un dilatado seguimiento del abogado Joan Garcés y del juez Baltasar Garzón en el plano internacional... Todo un rosario de querellas que se topaba una y otra vez con los recursos y las apelaciones de la defensa del dictador. Por eso cuesta creer (los sueños son así) que por fin, en unos días, al viejo Pinochet se le tomarán las huellas dactilares, posará de frente y de perfil para una fotografía que la Historia enmarcará como extracto de filiación junto a su nombre, en el lugar preciso, sin remedio alguno.

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