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Columna
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Hecatombe

En el marco incomparable del término municipal de la Puebla de Cazalla, paraje casi estepario donde se pueden hallar distintas especies de vegetales y animales de sangre fría y caliente, que no por poco populares también llaman la atención del naturalista y los aficionados al aire libre que aprovechan estos días para visitarlo, en este entorno, han aparecido, muertos y apenas enterrados, los restos de 38 vacas, cargándose el paseo.

¿De dónde son los animales? ¿Cómo han llegado hasta este lugar escondido? ¿Quién ha llenado la fosa? No hace falta ser Hércules Poirot para aventurar una hipótesis: un mal día uno de los componentes de la plantilla que explota la pequeña empresa ganadera en un lugar próximo al que se encuentran ahora los despojos, ve cómo una de las vacas, al salir del establo, hace unas cosas rarísimas: mueve convulsivamente las patas traseras y delanteras, los ojos quieren salir de las órbitas y estira el cuello horizontalmente. El hombre sale corriendo a buscar al jefe y dueño de la empresa que cuando llega ve al animal en el suelo presa de tremendos espasmos. Está claro: es una vaca loca, como se encarga de confirmar la prueba que, realizada, da positivo.

Hay que sacrificar a todos los animales que están en la edad de riesgo, 38, aunque eso representa pérdidas irrecuperables o que tardarán tanto tiempo en ser enjuagadas como las lágrimas de la gente que ve cómo, una a una, van cayendo al suelo aquellos cornúpetas que conocían hasta por su nombre y que una vez muertas, inútil montón de carne enferma, es obligatorio incinerar en el quinto pino con un gasto exorbitante, que, al menos de momento, debe pagar el ganadero de su propio bolsillo.

El hombre reúne al grupo y plantea el problema. No hay nada que discutir, están de acuerdo en deshacerse de los cuerpos y otros restos sin perder una peseta más. La solución puede que la aportase un cazador; conoce a la perfección el monte. Hay en el término un lugar recóndito al que se puede acceder con la pequeña pala mecánica, tractor y remolques, y dejar allí los bichos sin que nadie se dé cuenta.

Así que manos a la obra; se carga el primer viaje, luego un segundo y un tercero mientras la otra máquina abre una trinchera insuficiente para tapar tanto bóvido por muchos esfuerzos que se hagan hasta el amanecer, cuando, cansados, malolientes pero satisfechos los responsables de semejante barbaridad se meten, un rato, en la cama.

Hasta aquí ellos pero teniendo en cuenta que esto no es un cuento sino una historia real, ¿y los otros, porque hasta ahora no se ha mencionado a los responsables de Agricultura y Ganadería de la Junta de Andalucía y del Gobierno central, don Paulino Plata y el señor Arias Cañete, que tantas promesas hacen llenándose la boca. ¿Dónde están las ayudas? ¿Qué pasa con los hornos crematorios? Estas preguntas deben ser contestadas antes de que empiecen las ferias de los pueblos, donde habrá mucho ganado bravo con poco o ningún control, y continúe la previsible epidemia del síndrome de encefalopatía esponjeiforme, si no es cuando se va a ver una verdadera hecatombe.

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