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Columna
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Superficies megalómanas

Juan José Millás

Cuando la huelga de los pequeños comerciantes, la funeraria no cerró porque la funeraria es una gran superficie. No lo fue siempre. De hecho, sus actuales propietarios se la compraron por veinte duros al Ayuntamiento. Hoy vale más de seis mil millones. No puedes ir a una huelga de pequeños comerciantes valiendo seis mil millones de pesetas, de acuerdo, pero quizá debería estar prohibido ganar tanto dinero en tan poco tiempo jugando con los muertos. Vale que especulen con el precio de la vivienda, con el del aceite, con el de la cultura, pero el de los muertos no debería estar sujeto a los vaivenes del mercado. Si usted se murió antes de que Álvarez del Manzano le vendiera por 100 pesetas la funeraria a unos amigos, usted no vale nada como muerto. Pero si falleció al día siguiente, usted valía ya seis mil millones. Es lo que se llama reinar después de morir, que dio título a una película, me parece. En otras palabras, una persona que hace siete años hubiera invertido una peseta en el tráfico de cadáveres, tendría hoy sesenta mil. No sé si he hecho bien la regla de tres, pero se advierten las proporciones enseguida.

El aeropuerto de Barajas tampoco cerró el día de la huelga, porque es, como la funeraria, una superficie grande. Más aún: es una superficie megalómana. Hay que incluir esta nueva categoría en la nomenclatura comercial. Tenemos pequeños comercios, grandes superficies y establecimientos megalómanos. Barajas pertenece a la última categoría. De hecho, la nueva terminal, todavía en fase embrionaria, ha pasado de costar 30.000 millones en 1997 a 144.000 en la actualidad. Cada año le añaden unos millones, como si jugaran al palé. Si vale eso ahora que no está construida, no queremos imaginar su precio el día en el que sea de verdad y no un juego de mesa. La imaginación es que se dispara enseguida. Dicen que va a ser el edificio más moderno del mundo, aunque no aclaran qué significa para ellos la palabra moderno. Pero como ya hemos dicho que se trata de una superficie megalómana, calculan que tendrá 470.000 metros cuadrados distribuidos en seis niveles. Perderemos el vuelo con toda seguridad, sobre todo si la señalización es tan buena como la de ahora. Aunque a lo mejor hay suerte y no la construyen porque no encuentran quién les dibuje unos planos como Dios manda. No es broma: en el primer proyecto colocaron la terminal en la senda de aterrizaje de los aviones, que es como colocar la taza del retrete en medio de la cocina. La corrección costó, sobre el plano, 5.000 millones. Ya veremos lo que cuesta en la realidad.

No se sabe, sin embargo, de nadie que dimitiera por este disparate, como no se sabe de nadie que haya dimitido en el Ayuntamiento por la especulación mortuoria. Ocurren cosas, en fin, para las que todavía no estamos espiritualmente preparados. Cuando las generaciones venideras estudien el caso de la funeraria pequeña convertida en unos grandes almacenes por el toque mágico de la vara de mando del alcalde, se echarán a la cabeza las manos que nosotros nos estamos echando a los ojos. Y cuando se les relate la historia de un aeródromo que se convirtió en una superficie megalómana porque Cascos se empeñó en colocar la primera piedra, nos compadecerán sinceramente.

Entre tanto, continuamos sin resolver las tensiones entre lo pequeño y lo grande, entre la diversidad y el monopolio, entre la vida y la muerte. Vamos de un extremo a otro sin encontrar el punto medio: de los 20 duros de la funeraria pública a los seis mil millones de la funeraria privatizada. De la terminal de 30.000 millones a la de 144.000. Parecen golpes de péndulo dictados por la necesidad del enriquecimiento rápido, más que por el afán de servicio, del que tanto presumen. Por si fuera poco, Educación ha negado 10 millones de pesetas, diez, a un proyecto para fabricar coches sin conductor. Imagínense de lo que estamos hablando: automóviles cuyos ocupantes no serían, como ahora, muertos potenciales, porque detectan los obstáculos y los evitan con una precisión matemática. ¿Qué son diez millones al lado de los seis mil de la funeraria o de los 144.000 del aeropuerto? Calderilla. Pero se trataría de una calderilla invertida en ingenio. Y el ingenio está muy mal visto cuando la pasión dominante es la especuladora. Obligamos a los científicos, en fin, a investigar en el extranjero (Barbacid, aguanta, no te vayas), pero no permitimos que se nos escape un muerto a la funeraria de al lado. Olemos el negocio fácil como el buitre huele la carroña. Y así nos luce el pelo.

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Sobre la firma

Juan José Millás
Escritor y periodista (1946). Su obra, traducida a 25 idiomas, ha obtenido, entre otros, el Premio Nadal, el Planeta y el Nacional de Narrativa, además del Miguel Delibes de periodismo. Destacan sus novelas El desorden de tu nombre, El mundo o Que nadie duerma. Colaborador de diversos medios escritos y del programa A vivir, de la Cadena SER.

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