Los sucesores de Wojtyla
El próximo papa será elegido en un cónclave completamente modelado por Juan Pablo II, que ha designado a 118 de los 128 cardenales electores
'Será un cónclave del otro mundo'. Bromeaba un semanario italiano refiriéndose al que elegirá al sucesor de Juan Pablo II, a la vista de los 37 nuevos cardenales que nombrará el Papa el 21 de febrero. Porque el aspecto que más llama la atención en la lista de obispos y arzobispos que recibirán ese día la birreta púrpura es el elevado número de latinoamericanos, junto a europeos, africanos y asiáticos. Por lo demás, el Papa ha incluido en esta nueva hornada de purpurados un poco de todo. Los hay jóvenes -un sesentón es un muchacho con criterios vaticanos- y ancianos, miembros de órdenes religiosas y pertenecientes al clero regular, funcionarios de la curia romana y pastores de grandes diócesis.
Desde el mes próximo todos pasan a engrosar las filas del colegio cardenalicio, una institución con mil años de historia que gracias a Karol Wojtyla es cada vez más internacional y más numerosa, hasta el punto de que empieza a perder sentido referirse a ella como al 'club más selecto del mundo'.
Con los recién llegados son ya 178 las eminencias de la Iglesia católica, aunque sólo 128 tienen menos de 80 años y pueden ejercer la principal prerrogativa cardenalicia: participar en la elección del Papa (y ser al mismo tiempo susceptibles de ser elegidos). Un número que supera en ocho el límite de 120 electores fijado por Pablo VI, pese a que Wojtyla no piensa derogar la norma de su antecesor. ¿Por qué ha considerado oportuno saltarse ese techo? Una hipótesis no reñida con el sentido común es que el Papa, que en mayo cumplirá 81 años y tiene una salud muy precaria, quiere recompensar a sus colaboradores y dejar el mayor número posible de diócesis importantes cubiertas con cardenales de su gusto.
La monarquía absoluta que rige la Iglesia católica tiene un fallo substancial: no puede ser hereditaria, razón por la cual, históricamente, los Papas tenían cierta tendencia a conceder la púrpura a sobrinos y primos para rodearse de un núcleo familiar que les arropara en la soledad de las dependencias vaticanas. Hoy día, cuando el recurso al nepotismo es impensable, los pontífices buscan un asidero en núcleos de incondicionales, tanto desde el punto de vista dogmático y doctrinal como desde el personal. Wojtyla ha concedido la púrpura al teólogo alemán Walter Kasper, por ejemplo, pero se la ha negado al presidente de la Conferencia Episcopal Alemana, Karl Lehmann, que mantiene una posición mucho más abierta en el tema del aborto. Lehmann, además, suscitó una agria polémica el año pasado, al abordar en una entrevista el tema de la jubilación del Pontífice. Una retirada que sólo consumó el papa Celestino V, en 1294.
El círculo privado existe, porque ningún Papa podría gobernar el impresionante edificio de la Iglesia, con sus mil millones de fieles, un millón de sacerdotes y monjas, y 2.500 obispos en activo, sin el apoyo de un círculo de incondicionales en los principales ministerios vaticanos. Y de ese círculo forman parte algunos de los recientes cardenales. Empezando por Giovanni Battista Re, un lombardo de 67 años que es la antítesis del Papa por su talante reconcentrado y huidizo. A Re, una parte de la prensa italiana quiere hacerlo papable a toda costa, conscientes de las escasas posibilidades de su principal valedor, el cardenal vicario de Roma, Camillo Ruini, de 70 años, descartado por su frágil salud.
Después del desastroso incidente de Juan Pablo I, el malogrado Albino Luciani que falleció al mes de ser elegido Papa, la Iglesia no está dispuesta a pasar por el trance angustioso de tener que celebrar dos cónclaves seguidos.
Hay otros candidatos italianos. Para ser exactos, 24 cardenales electores, aunque el cardenal de Génova Dionigi Tettamanzi, de 66 años de edad, ultraconservador, figura a la cabeza de todos, aupado por quienes como el escritor católico Vittorio Messori consideran que es aconsejable un regreso a los papas italianos. 'Se necesita un hombre de compromiso que posea algo de las virtudes democristianas, que no decida de forma radical y sepa administrar con sentido común la normalidad', dice Messori. Y muchos le dan la razón. 'El próximo Papa no tiene por qué ser italiano aunque podría muy bien serlo', comenta una fuente vaticana con el estilo críptico de la casa. Y es que, aseguran, nadie en la Santa Sede concede la menor importancia a la nacionalidad de un Papa. 'Un Pontífice por definición es universal', dicen.
Y, sin embargo, de la lista de nombramientos de Juan Pablo II emerge nítido el deseo de desplazar fuera de Europa el centro de gravedad de la Iglesia católica. En estos momentos, los cardenales electores de América Latina, principal cantera de católicos, son 26, cifra que llega a 34 cuando se le suman los electores de la península Ibérica. Hay latinoamericanos en la curia, el gobierno de la Santa Sede, que gozan de una mayor proximidad al Papa y a los medios de comunicación vaticanos y son citados con frecuencia en la lista de papables. En este caso están los cardenales colombianos Dario Castrillón Hoyos, de 71 años, que dirige la Congregación del Clero, y Alfonso López Trujillo, de 65 años, que preside el Consejo Pontificio de la Familia. Pero el perfil casi perfecto lo ofrece uno de los cardenales recién nombrados: Óscar Andrés Rodríguez Madariaga, de 58 años, arzobispo de Tegucigalpa y antiguo presidente de la Celam, el organismo colegial de las conferencias episcopales latinoamericanas. Rodríguez Madariaga es un tipo dinámico y políglota, ortodoxo desde el punto de vista doctrinal, y por sus venas corre algo de sangre india. ¿Qué más se puede pedir? El único inconveniente de Madariaga es su edad. Con 58 años fue elegido Karol Wojtyla, que está a punto de cumplir 22 años al frente de la Iglesia. 'Después de Juan Pablo II en la Iglesia hay un fuerte deseo de un papado breve', comenta un religioso destinado en el Vaticano.
Oficialmente, los cardenales confían en la inspiración del Espíritu Santo para elegir al Sumo Pontífice. En realidad, la inspiración divina cuenta con importantes mediums en la Tierra. Las iglesias de Estados Unidos y Alemania, las dos mayores contribuyentes a las arcas de la Santa Sede, tienen un peso sustancial en todo el entramado del cónclave. Muchos de los 128 cardenales sólo hacen bulto en esta excepcional ocasión. Pasarán días encerrados en sus dependencias, yendo y viniendo de la Capilla Sixtina a la Casa Santa Marta, y votarán por quien tengan que votar. Al final, alguno escuchará el nombre del elegido con el mismo estupor que un cardenal que al término del cónclave que coronó a Karol Wojtyla preguntaba estupefacto: '¿Pero quién es este Botiglia?'.
Una invención ajena al Evangelio
El colegio cardenalicio, con sus mil años de historia, es una institución muy discutida en algunos sectores de la jerarquía católica, donde se la considera una invención del poder temporal completamente ajena al Evangelio. Desde el siglo XII, su papel fundamental es elegir al Pontífice, que a su vez es el encargado de nombrar a estos príncipes de la Iglesia, con derecho a vestir de púrpura de pies a cabeza -calcetines incluidos- aunque la mayoría prefiera la discreta sotana negra ribeteada en rojo. En el pasado, el capelo cardenalicio era símbolo de poder, riquezas y prebendas sociales. Hoy las cosas son distintas y los cardenales perciben un sueldo modesto de unos cinco millones de pesetas al año, aunque su prestigio sigue siendo elevado. Participar en el cónclave es uno de los cometidos esenciales de sus eminencias. La elección de un pontífice suele estar precedida por largos y complejos concilíabulos hasta que un candidato obtiene los dos tercios de los votos. A menudo, lo peor para un papable es que se hable mucho de él en estos términos. En vísperas de la elección de Albino Luciani -el malogrado papa Juan Pablo I-, el 6 de agosto de 1978, la publicación de una entrevista con el cardenal Giuseppe Siri destruyó las posibilidades de este purpurado de ceñir la tiara papal. Años después se supo que la entrevista era una invención.
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