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Columna
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La extraña pareja

Elvira Lindo

Le he advertido a mi santo que no pienso decir lo que opino de una cosa hasta que no haya leído lo que dicen la crítica y los entendidos, porque luego me pasa que meto la pata. A mí ya no me pillan de pardilla. He cambiado mucho. Por ejemplo, en mi casa hemos tenido, de siempre, un altarcillo para Steiner, un altarcillo que hemos ido trasladando de casa en casa, porque a mí me encanta mudarme (de piso), me da vidilla, y con esta ya van siete veces las que hemos cambiado el altarcillo-Steiner de barrio. Mi santo me advierte: 'No puedo más y aquí me quedo', y noto que los viernes hace lo posible para que desaparezca el suplemento Propiedades porque teme que la tentación caiga en mis manos.De todas formas, si se diera el caso de que volviéramos a mudarnos ya no habría lugar para el altarcillo-Steiner porque lo he tirado a la basura. Lo tiré después de leer la carta al director que escribió el novelista Suso de Toro en la que nos aclaraba a los ingenuos que Steiner, de sabio, nada de nada. Mira lo que dice éste, le digo a mi santo, que Steiner está superado, siempre somos los últimos en enterarnos, cariño, somos unos antiguos. Eso a mi santo no le duele porque dice que prefiere ser antiguo a no tener personalidad como me pasa a mí.

Salgo de casa a fin de superar esta nueva crisis intelectual y me tiro al consumismo, que siempre acaba saliendo más barato que un psicólogo. Me voy al escaparate de Elena Benarroch, un poco en plan Audrey en Desayuno en Tíffany's, y me encuentro una nube de fotógrafos en la puerta. Entiendo al instante que no están allí por mí. Es por Melanie. Su figura altísima (no llevaba tacones) y delgada se pasea por la tienda, y su vocecilla tan sensual e inconfundible me hace recordar escenas de Algo salvaje o de Armas de mujer, la película preferida de Mamá Banderas. Como un pato la voy siguiendo, jersey que toca ella, jersey que toco yo. Me parece una estrella, pero al día siguiente veo las imágenes en la tele y las voces de los comentaristas que aseguran que está desmejorada, que tiene voz de pito, ¡que le sale barriga! Tantas pegas le pusieron a mi Melanie que pensé: 'A ver si es que a mí me pierde la mitomanía'. Y me dispuse a quitar el altarcillo-Melanie que tengo en el apartado dedicado al séptimo arte. No quiero ser para ustedes esa idiota que se queda con la boca abierta de admiración cuando descubre a su lado a uno de sus ídolos. Tal vez por eso decidí no acudir a la fiesta de los nominados a los Goya, bueno, y también porque no estaba nominada, bueno, y también por no meter la pata con absurdas admiraciones porque, según me han contado, el comentario de los profesionales cinematográficos fue que el cine español el año pasado ha sido una castaña, y dado que a servidora eso la deja perpleja porque al menos cuatro de las películas que se hicieron le parecen memorables, pues lo mejor es callar, o decir lo que diga todo el mundo, o mejor aún, lo que dicen los críticos, por los que me gustaría romper una lanza desde este articulillo ya que según leo en este periódico (lo escribió García Posada) están siendo injustamente denostados.

Yo antes era irreflexiva, a todo le encontraba su lado humano, incluso al ministro Arias Cañete, a qué negarlo. He llegado a estar preocupada por su salud, ya que cada vez que ponía la televisión esta semana lo pillaba comiendo carne, fueran las nueve de la mañana o las cuatro de la tarde. Unas horas a mi entender criminales para comerse un entrecot. Me parece que el presidente debería relevar un poco al señor Cañete en estas demostraciones, y no ya porque vaya a pillar el mal de las vacas locas, sino porque al hombre le va a subir el colesterol. A lo mejor son alucinaciones mías pero últimamente lo veo como hinchado. Claro que eso tiene su lado positivo porque la otra noche fui a casa de mi amigo el gay que saco todas las semanas y me propuso que chateáramos un poco en Internet. A mí me pareció bien porque con un amigo gay por la noche a ver qué haces, o chateas o te aburres, y mi amigo entró en su dirección favorita, una de gay entraditos en carnes, y ¿a que no saben quién se ha convertido en el sex symbol de los homosexuales gordos? El mismísimo Arias Cañete, que lo vi yo con estos ojos que tengo debajo de estas dos cejas. Unos y otros se pedían fotos del ministro y decían cosas que no repetiré porque luego hay quien me dice que esta columna se está convirtiendo en una mariconada.

Volví a mi casa a las tantas. Ya dice mi santo que no se me cae la casa encima y los dos bajamos a dar un paseo al perrito. Cogidos del brazo, antiguos y heterosexuales. El perrito meó en la puerta del cajero automático y de pronto nos quedamos mirando como tontos algo que aparecía en la pequeña televisión del cajero: en el cuartito interior un caballero bien trajeado penetraba por detrás a un travestido de los que hacen la calle. Los dos estaban de pie y el travestido se apoyaba en el aparato de donde sale el dinero, por eso se veía tan bien por el monitor. Nos quedamos mirando un rato, no sé si porque nos costó reaccionar o por curiosidad, hasta que mi santo rompió el silencio: '!Hostia, qué grima!'. Volvimos a casa sintiéndonos más antiguos si cabe, sin más perversiones que las de andar por casa, con la humilde afición de ver una película por la noche en el sofá matrimonial. Sé que al guarro de Brad Pitt el matrimonio le gusta porque dice que el santo sacramento le permite tirarse pedos sin que Jennifer Anniston tenga porqué molestarse. Nosotros, ni eso. Tenemos varias películas que nos apetecen: Leo, El otro barrio, Ataque verbal, Estudio 54, El Bola, Fugitivas, Krampack... Son todas españolas, no todas han sido taquilleras, no todas han sido nominadas, pero nos gustan, somos así de raros de puertas para adentro, aunque de puertas para afuera, ya digo, he cambiado, a mí lo que se me diga, lo que diga la mayoría, que si vas a la contra, corres el peligro de que te llamen resentido.Le he advertido a mi santo que no pienso decir lo que opino de una cosa hasta que no haya leído lo que dicen la crítica y los entendidos, porque luego me pasa que meto la pata. A mí ya no me pillan de pardilla. He cambiado mucho. Por ejemplo, en mi casa hemos tenido, de siempre, un altarcillo para Steiner, un altarcillo que hemos ido trasladando de casa en casa, porque a mí me encanta mudarme (de piso), me da vidilla, y con esta ya van siete veces las que hemos cambiado el altarcillo-Steiner de barrio. Mi santo me advierte: 'No puedo más y aquí me quedo', y noto que los viernes hace lo posible para que desaparezca el suplemento Propiedades porque teme que la tentación caiga en mis manos.De todas formas, si se diera el caso de que volviéramos a mudarnos ya no habría lugar para el altarcillo-Steiner porque lo he tirado a la basura. Lo tiré después de leer la carta al director que escribió el novelista Suso de Toro en la que nos aclaraba a los ingenuos que Steiner, de sabio, nada de nada. Mira lo que dice éste, le digo a mi santo, que Steiner está superado, siempre somos los últimos en enterarnos, cariño, somos unos antiguos. Eso a mi santo no le duele porque dice que prefiere ser antiguo a no tener personalidad como me pasa a mí.

Salgo de casa a fin de superar esta nueva crisis intelectual y me tiro al consumismo, que siempre acaba saliendo más barato que un psicólogo. Me voy al escaparate de Elena Benarroch, un poco en plan Audrey en Desayuno en Tíffany's, y me encuentro una nube de fotógrafos en la puerta. Entiendo al instante que no están allí por mí. Es por Melanie. Su figura altísima (no llevaba tacones) y delgada se pasea por la tienda, y su vocecilla tan sensual e inconfundible me hace recordar escenas de Algo salvaje o de Armas de mujer, la película preferida de Mamá Banderas. Como un pato la voy siguiendo, jersey que toca ella, jersey que toco yo. Me parece una estrella, pero al día siguiente veo las imágenes en la tele y las voces de los comentaristas que aseguran que está desmejorada, que tiene voz de pito, ¡que le sale barriga! Tantas pegas le pusieron a mi Melanie que pensé: 'A ver si es que a mí me pierde la mitomanía'. Y me dispuse a quitar el altarcillo-Melanie que tengo en el apartado dedicado al séptimo arte. No quiero ser para ustedes esa idiota que se queda con la boca abierta de admiración cuando descubre a su lado a uno de sus ídolos. Tal vez por eso decidí no acudir a la fiesta de los nominados a los Goya, bueno, y también porque no estaba nominada, bueno, y también por no meter la pata con absurdas admiraciones porque, según me han contado, el comentario de los profesionales cinematográficos fue que el cine español el año pasado ha sido una castaña, y dado que a servidora eso la deja perpleja porque al menos cuatro de las películas que se hicieron le parecen memorables, pues lo mejor es callar, o decir lo que diga todo el mundo, o mejor aún, lo que dicen los críticos, por los que me gustaría romper una lanza desde este articulillo ya que según leo en este periódico (lo escribió García Posada) están siendo injustamente denostados.

Yo antes era irreflexiva, a todo le encontraba su lado humano, incluso al ministro Arias Cañete, a qué negarlo. He llegado a estar preocupada por su salud, ya que cada vez que ponía la televisión esta semana lo pillaba comiendo carne, fueran las nueve de la mañana o las cuatro de la tarde. Unas horas a mi entender criminales para comerse un entrecot. Me parece que el presidente debería relevar un poco al señor Cañete en estas demostraciones, y no ya porque vaya a pillar el mal de las vacas locas, sino porque al hombre le va a subir el colesterol. A lo mejor son alucinaciones mías pero últimamente lo veo como hinchado. Claro que eso tiene su lado positivo porque la otra noche fui a casa de mi amigo el gay que saco todas las semanas y me propuso que chateáramos un poco en Internet. A mí me pareció bien porque con un amigo gay por la noche a ver qué haces, o chateas o te aburres, y mi amigo entró en su dirección favorita, una de gay entraditos en carnes, y ¿a que no saben quién se ha convertido en el sex symbol de los homosexuales gordos? El mismísimo Arias Cañete, que lo vi yo con estos ojos que tengo debajo de estas dos cejas. Unos y otros se pedían fotos del ministro y decían cosas que no repetiré porque luego hay quien me dice que esta columna se está convirtiendo en una mariconada.

Volví a mi casa a las tantas. Ya dice mi santo que no se me cae la casa encima y los dos bajamos a dar un paseo al perrito. Cogidos del brazo, antiguos y heterosexuales. El perrito meó en la puerta del cajero automático y de pronto nos quedamos mirando como tontos algo que aparecía en la pequeña televisión del cajero: en el cuartito interior un caballero bien trajeado penetraba por detrás a un travestido de los que hacen la calle. Los dos estaban de pie y el travestido se apoyaba en el aparato de donde sale el dinero, por eso se veía tan bien por el monitor. Nos quedamos mirando un rato, no sé si porque nos costó reaccionar o por curiosidad, hasta que mi santo rompió el silencio: '!Hostia, qué grima!'. Volvimos a casa sintiéndonos más antiguos si cabe, sin más perversiones que las de andar por casa, con la humilde afición de ver una película por la noche en el sofá matrimonial. Sé que al guarro de Brad Pitt el matrimonio le gusta porque dice que el santo sacramento le permite tirarse pedos sin que Jennifer Anniston tenga porqué molestarse. Nosotros, ni eso. Tenemos varias películas que nos apetecen: Leo, El otro barrio, Ataque verbal, Estudio 54, El Bola, Fugitivas, Krampack... Son todas españolas, no todas han sido taquilleras, no todas han sido nominadas, pero nos gustan, somos así de raros de puertas para adentro, aunque de puertas para afuera, ya digo, he cambiado, a mí lo que se me diga, lo que diga la mayoría, que si vas a la contra, corres el peligro de que te llamen resentido.

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Sobre la firma

Elvira Lindo
Es escritora y guionista. Trabajó en RNE toda la década de los 80. Ganó el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil por 'Los Trapos Sucios' y el Biblioteca Breve por 'Una palabra tuya'. Otras novelas suyas son: 'Lo que me queda por vivir' y 'A corazón abierto'. Su último libro es 'En la boca del lobo'. Colabora en EL PAÍS y la Cadena SER.

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