Cooperación para desactivar el odio
El modelo de cooperación emprendido por Barcelona en los Balcanes, tanto en Sarajevo como en Kosovo, donde el Ayuntamiento de Barcelona y otros municipios catalanes, ONG y asociaciones culturales y deportivas, así como numerosas empresas privadas, han realizado un notorio esfuerzo de reconstrucción, se ha convertido ya en un referente que tanto Naciones Unidas como la Unión Europea desean que imiten otras ciudades. Una cooperación que nació durante los Juegos Olímpicos de 1992 mientras la también ciudad olímpica de Sarajevo era bombardeada, y que no se planteó en favor de ningún grupo étnico, sino en pro de la vida, de los derechos humanos.
Por ello, en julio de 1999, poco después del fin de los bombardeos de la OTAN, dado que la población serbia también fue víctima de la locura a la que arrastró Milosevic a toda Yugoslavia, una delegación catalana se desplazó a ciudades como Nis y Belgrado para iniciar proyectos de cooperación y recostrucción que, dada la compleja situación que se vivía, con Milosevic en el poder, apenas se pudieron iniciar. Caído el dictador, esta colaboración con ciudades serbias ha tomado ya cuerpo no sólo en forma de ayuda o proyectos de reconstrucción, sino también intentado mostrar a alcaldes y concejales demócratas los modos de gestión de un consistorio en un régimen de normalidad democrática, así como las experiencias del proceso de transición que se vivió en España. Con este fin, se está celebrando en Barcelona desde el pasado día 24 de enero un seminario de alcaldes de Serbia y Montenegro en el marco del foro del Pacto de Estabilidad del Sureste de Europa al que han asistido una veintena de responsables municipales, algunos de los cuales tuvieron un papel destacado en las movilizaciones que hicieron caer a Milosevic. Como Velimir Ilic, alcalde de Cacak que conducía la excavadora con la que el 5 de octubre se asaltó el Parlamento; como Goran Ciric, alcalde de la opositora ciudad de Nis, cercana a Kosovo; como Vasvija Gusinac, alcaldesa de Novi Pazar, ciudad con una importante población musulmana; como el croata Bela Tonkovic, teniente de alcalde de Novi Pazar, al norte de Serbia, zona poblada mayoritariamente por húngaros. Y que con sus experiencias mostraron cómo pese a Milosevic todavía es posible la coexistencia multiétnica en Serbia y Montenegro.
Encuentros de este tipo sirven también para que la clase política serbia rompa con ese sentimiento, que con tanto éxito encendió Milosevic, de que Europa una vez más odiaba a los serbios. Un argumento que cuando la OTAN atacó a los radicales serbios, primero en Bosnia en 1995 tras más de tres años de cerco en Sarajevo, y después en Kosovo y Serbia para detener el genocidio de albaneses, fue en cierto modo secundado por sectores importantes de la intelectualidad catalana y española de izquierdas en aras de pacifismos autistas, o con argumentos gloriosamente expresados por Julio Anguita, como que se bombardeaba a Milosevic porque era de izquierdas.
Ahora, pasada la guerra y arrinconado el dictador, necesitan ayuda de todo tipo. Y es preciso que la ayuda no salga sólo de organismos públicos de Barcelona y Cataluña, sino que se dé, como ocurrió en Bosnia, con la participación del tejido social, cultural y empresarial. Porque sólo si los ciudadanos de Serbia ven cómo Europa les tiende la mano, serán capaces de enteder que nadie les odiaba, y hacer por sí solos la más difícil de las transiciones: intentar entender qué ocurrió, desactivar el odio y asumir las responsabilidades individuales y colectivas.
Xavier Rius-Sant es periodista.
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