Dimisiones a la española

La práctica dimisionaria en España es una conducta casi inédita. Nadie la tiene registrada en su código ético ni político. El ciudadano se pregunta qué es lo que tienen que hacer todavía algunos ministros para demostrar que, en otras democracias del entorno europeo, ya habrían presentado indudablemente la dimisión. La falta de confianza en nuestros políticos es grande. ¿Quién confía en el tema de las vacas locas, por ejemplo? ¿Qué tranquilidad transmiten en el asunto del síndrome de los Balcanes? ¿Por qué el pueblo español va a creer al Gobierno cuando está enredado en la entramada del lino y, lejos de hacer dimitir a su ministra, la hace emigrar a Europa para hacerse más creíble? Un Gobierno que es y será incapaz de dar la mínima solución a la tragedia de los emigrantes con su Ley de Extranjería, que traerá más problemas que soluciones. ¿Cómo le vamos a creer? ¿Qué confianza podemos tener en la justicia cuando no se le dota con los medios para su buen funcionamiento? Jamás un Gobierno de España ha tenido tantos frentes abiertos y de tanto calado social. Este Gobierno no da más de sí. Menos mal que la actual oposición está denunciando estos desatinos gubernamentales. Con la mayoría absoluta, pero sin la confianza de la mayoría, seguirá hasta el final, sin haber ejercido la autopurga tan saludable para el demócrata como para la democracia. Como es la renuncia al cargo cuando se comprueba que no se responde a las expectativas del pueblo. No obstante, no podemos pasar por alto que hay una España que sí jalea al Gobierno. Son todos los medios de comunicación que colaboraron de forma decisiva para quitar el felipismo y poner el aznarismo y que ahora están a punto de lograr que esta batalla se libre en las más altas instancias del Estado. Es como un gran esperpento cuyo personaje central, defendido por unos y atacado por otros, es un juez prevaricador, pretexto para encubrir las verdaderas intenciones. Ante este panorama de adhesiones y desconfianzas hacia aquellos que nos gobiernan, el mapa de las dos Españas está servido.- Pedro Taracena Gil. Madrid.