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CRISIS EN EL GOBIERNO BRITÁNICO

Blair sacrifica al impopular arquitecto de la Tercera Vía ante la cercanía de las elecciones

Hace apenas unos meses, Tony Blair prefirió sacrificar el afecto que atraía a su Gobierno la ministra Mo Mowlam y presenció su dimisión con total frialdad. Aunque ella alegó razones personales para apartarse de la política y de un electorado que la quiere más que al propio Blair, todos sabían en Londres quién estaba detrás de aquella caída en desgracia: Peter Mandelson. Hoy, a sólo cuatro meses de unas elecciones que Blair previsiblemente va a convocar, el primer ministro ha preferido prescindir de su impopular amigo y arquitecto de la fórmula que le dio la victoria: la Tercera Vía.

Arrogante, brillante y conspirador, el ministro al que Ken Follet bautizó como el príncipe de las tinieblas había difamado entre bambalinas a la mujer que dos años antes, como ministra para Irlanda del Norte, había hecho posible la paz. En el momento de su retirada, en septiembre pasado, ella era ministra de Gobierno sin cartera. Ya antes, él había conseguido sustituirla como ministro para Irlanda del Norte. Pero la batalla entre los dos no tiene nada que ver con la guerra del Ulster. Mandelson se inventó el Nuevo Laborismo, creó la Tercera Vía y lideró la fulgurante campaña que aupó al casi desconocido Blair hasta desalojar a los conservadores de Downing Street después de 18 años de gobierno. En esa campaña nació la gigantesca deuda de Blair. Aunque procedía del sector más izquierdista del laborismo -es nieto de ministro laborista- y él mismo había campado a sus anchas en la Liga Comunista, Mandelson viajó desde ese extremo hasta un centro incoloro que la vieja guardia no le perdonó. Con Mandelson nació la consigna de la Tercera Vía: primero arreglamos la economía y luego la justicia social. La fórmula, unida a la buena imagen de Blair y a la hecatombe conservadora, funcionó con el electorado, pero tras la victoria llegó la voz de la izquierda del partido, que añoraba soluciones para los jubilados pobres, para una sanidad pública en la miseria y una enseñanza en casas prefabricadas ante el peligro de desplome de los colegios públicos. Nada de eso se ha solucionado, y por ello la opinión pública prefiere a Mowlam, vieja izquierdista, que a Mandelson. E ideologías aparte, está la persona. Al comienzo del mandato de Blair, Mandelson se encargó de las relaciones con la prensa y del megaproyecto del Domo del Milenio, el chiringuito por excelencia de la era Blair: carísimo, inservible y, además, centro del escándalo que ayer provocó su dimisión. En cuanto a las relaciones con la prensa, aunque el Gobierno disfrutó durante dos años de una impoluta luna de miel, las formas de Mandelson, que divulgaba datos cuando, como y a quien quería y que intentaba orientar a la prensa, le hicieron ganarse el nombre de spin doctor, el intoxicador. Ello, unido a un crédito secreto que ya le hizo dimitir en 1998 como ministro de Industria y a una homosexualidad que, pese a la mayor normalidad ante la prensa que va adquiriendo en Reino Unido, no deja de ser motivo de morbo, le ha puesto siempre en el filo del escándalo. No le quiere la opinión pública, y no le quiere el partido. Ayer, al fin, Blair aceptó la caída de un amigo que, aunque le llevó a la victoria en 1997, podía haberle arrastrado en 2001.

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