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El Senado italiano recupera la colección de la familia Giustiniani

Obras de Caravaggio, Lotto y Miguel Ángel integran la muestra

La exposición Caravaggio e i Giustiniani. Toccar con mano una collezione del Seicento, que permanecerá abierta hasta mayo, ofrece un núcleo fundamental de 70 piezas, integrado por cinco caravaggios, además de obras de Lorenzo Lotto, Nicolás Poussin, José Ribera y una escultura atribuida a Miguel Ángel.

Vincenzo Giustiniani, marqués de Bassano, experto en arte y gran mecenas, fue el verdadero artífice de la colección, iniciada por su padre, Giuseppe, y enriquecida por su hermano Benedetto, cardenal de la Iglesia romana. La mayoría de las cerca de seiscientas obras que llegó a albergar el palacio de la familia, a un paso de la iglesia de San Luis de los Franceses, las adquirió el marqués, admirador de los grandes artistas de la época. Michelangelo Merisi de Caravaggio (Milán, 1571- Porto Ercole, 1610) fue uno de sus protegidos, hasta el punto de que la colección giraba en torno a los 13 cuadros del pintor lombardo adquiridos por Vincenzo Giustiniani. Sólo cinco de estas obras han sobrevivido a las catástrofes de la historia, que incluyen la venta de la totalidad de la colección que se dispersó por toda Europa.

El rey Federico Guillermo III de Prusia compró a principios del siglo XIX decenas de estas obras de arte con destino a los museos de Berlín. De museos alemanes proceden una treintena de los cuadros expuestos en Roma, entre ellos dos de los caravaggios: Amor vencedor y La incredulidad de Santo Tomás. Las otras tres obras del pintor lombardo llegan de Viena -La coronación de espinas-, del Museo del Ermitage de San Petersburgo -Niño tocando el laúd- y del Museo de Monserrat, en Barcelona -San Jerónimo penitente.

La idea de organizar una exposición con el antiguo patrimonio perdido de la familia Giustiniani surgió en los años cincuenta, entre investigadores de la Universidad de la Sapienza de Roma. Años después, sobre el material inventariado, Silvia Danesi Squarzina, comisaria de la muestra, comenzó a trabajar seriamente y a lanzar las redes a las distintas instituciones artísticas europeas con la idea de reconstruir, siquiera temporalmente, el antiguo esplendor de la colección. La colaboración alemana ha sido fundamental, pero no queda sin recompensa porque la exposición se trasladará al Museo Altes de Berlín a partir de junio.

El palacio Giustiniani, adquirido por la familia del mismo nombre a finales del siglo XVI, acaba de ser restaurado y la exposición es un excelente pretexto para enseñarlo a los visitantes. En las dependencias de la planta noble, un entramado de estancias pequeñas en torno al imponente salón Zuccari, decoradas con grandes frescos, se exhiben las principales joyas de la antigua colección con luz directa, mientras las habitaciones permanecen en una penumbra misteriosa. Madonnas, de Ludovico Carraci y de Dosso Dossi; el Cristo sostenido por los ángeles, de Veronés, y cuadros de autores que como Giovanni Baglioni representan lo mejor de la escuela creada en torno a Caravaggio ocupan las paredes de las salas tapizadas de tela carmesí. Entre las obras recuperadas figuran varios espléndidos cuadros religiosos de Gerrit van Honthorst y el Retrato de hombre atribuido a José Ribera.

La exposición, que a partir de mañana queda abierta al público, cuenta con el apoyo del Senado italiano y poderosos patrocinadores como Wind, tercer operador de telefonía fija y móvil en Italia, que ha desplegado toda su influencia para convertirla en una de las atracciones del invierno romano. Poderoso reclamo, junto a Caravaggio, que justifica la movilización ayer de la plana mayor de los medios de comunicación italianos y extranjeros.

Las peripecias del 'San Jerónimo'

El caravaggio prestado por el Museo de la Abadía de Montserrat a la exposición, un retrato de San Jerónimo con espléndidos claroscuros y brillantes rojos, fue comprado por los monjes en 1915 al precio, irrisorio incluso para la época, de 65 liras. Pertenecía a la colección Magni y estaba catalogado como un lienzo de El Españoleto. La abadía lo compró precisamente porque buscaba un cuadro de autor español. En el mismo periodo pasaron a formar parte del museo otros dos cuadros de San Jerónimo, de la escuela de Ribera. La atribución del San Jerónimo penitente a Caravaggio se debe al crítico italiano Longhi, que tuvo oportunidad de contemplarlo cuando todavía formaba parte de la colección Magni. Los principales estudiosos dan por válida la atribución, aunque hay quien ha visto en los rasgos de este San Jerónimo el pincel de Ribera. Para los organizadores de la exposición, la hipótesis más segura es la de Longhi, porque los principales detalles del cuerpo del santo guardan gran parecido con los de las figuras que forman parte de La incredulidad de Santo Tomás, obra maestra de Caravaggio.

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