Preservar la calidad
El verdadero problema está ahí: en un crecimiento de público que ha sorprendido a la propia empresa. Los expertos en comportamientos sociales tienen materia de estudio, visto que no han sabido predecir el fenómeno. Ese arte tan circunscrito al pasado, tan dado a preservar repertorio más que a crearlo, resulta que en el umbral del siglo XXI conoce un éxito sin precedentes. Pero si los estudiosos se hallan ante un problema teórico, el Liceo tiene ante sí un problema muy concreto de cuya solución depende su futuro.
Esa casa 'de todos' en nombre de la cual se llevó a cabo la reconstrucción ha acabado siendo, por un motivo u otro, la casa de unos cuantos que los cínicos lampedusianos se aprestarán a bautizar como 'los de siempre'. Eso no es del todo cierto, porque cuando se pasa de los 7.000 abonados de antes del incendio a los 17.000 actuales es que ha habido una inapelable renovación de público, pero si la sensación ciudadana mayoritaria sigue siendo que acceder al Liceo es una proeza, tanto da que sea cierto como que no: la sombra del privilegio vuelve a cernerse sobre un teatro que, para más inri, es público. Se trata, pues, de un problema de naturaleza política.
¿Qué hacer? La solución dada para la próxima temporada consiste en incrementar el número de funciones por la vía de invitar a compañías de fuera de la casa: el ya conocido Orfeo de Jordi Savall y dos producciones de la North Opera inglesa. Es una manera de salir del paso, pero ¿es ésa la única vía? Si se compara el número de funciones del coro y la orquesta del Liceo en la actual temporada con las que ofrecerán en 2001-2002 se verá que apenas varían: 92 en la actual, 95 en la que viene. Ése es un límite que viene dado por el propio convenio colectivo, que establece un total de 267 prestaciones (funciones más ensayos) de la orquesta y 246 del coro por cada temporada. Podrían aumentarse esas prestaciones si se contara con más efectivos, pues los actuales, al margen de los resultados, van ya apurados. Pero eso traería un problema añadido que conocen bien los teatros de repertorio -no de temporada a la italiana como los españoles-: la dificultad para que un director ensaye y actúe siempre con la misma orquesta, lo que equivale a decir la imposibilidad de que esa orquesta adquiera una personalidad propia.
Hay otra vía para que el mismo número de prestaciones revierta en un mayor número de funciones: amortizar las producciones tanto como se pueda. Es lo que va a hacer el Liceo programando en julio de 2002 un total de 10 funciones más de La flauta mágica ya vista esta temporada. Pero cuidado, porque ahí se esconde otro problema no menor: una orquesta debe reciclarse constantemente y una buena manera de hacerlo es incorporando títulos nuevos. Ahora bien, esos títulos nuevos obligan a un mayor número de ensayos, con lo cual decrecen las prestaciones públicas: un pez, pues, que se muerde la cola.
Se trata de un problema complejo. El Liceo debe aumentar la oferta, por supuesto, pero debe preservar a la vez la calidad con los medios de que dispone. Vale la pena tenerlo presente para impedir que la demagogia fácil no le gane nunca la partida al arte.
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