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Columna
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Un tipo duro

Andrés Ortega

No le menospreciemos. A pesar de su falta de formación inicial, a pesar de una vida personal pasada algo agitada, y aunque le haya ayudado su condición de hijo de ex presidente, George W. Bush ha realizado toda una proeza al llegar a la Casa Blanca. No era fácil. En el camino, en las primarias, en la campaña, y sobre todo en la forma en que logró impedir por la vía judicial un recuento en los votos en Florida, y en otras decisiones, aunque se presente como afable e integrador. Bush ha demostrado que es un duro, lo que acabará reflejándose también en su política exterior. Incluso en algunos gestos se le nota, en la sonrisa en su toma de posesión y en la forma en que movía, como para marcar sus palabras antes de jurar, la mano derecha alzada al pronunciar las famosas 35 palabras. Durante sus seis años de gobernador del Estado de Tejas, donde se ejecutan más penas capitales, ha firmado 150 de ellas. ¿Es eso compasión?

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El increíble presidente creciente

Bush llega con un déficit de legitimidad y con una sociedad dividida o incluso atomizada. ¿Se olvidará pronto que, pese a perder el Colegio Electoral, su contrincante le sacó más de 500.000 votos, aunque Bush sea el presidente, que en términos absolutos, ha recibido más votos de la historia -50.456.169-, en unas elecciones en las que la participación fue de tan sólo 51%? Cabe recordar, con The American Prospect, que los cálculos de participación no suelen tomar en cuenta que han quedado sin derecho a voto un 8,5% de los ciudadanos, condenados por delitos diversos. A esta situación hay que sumar un descontento popular que se ha vuelto a hacer notar en manifestaciones en las calles de Washington el pasado sábado. ¿Va a volver una era de la protesta? Otro dato es que los que acuden regularmente a servicios religiosos se habían mayoritariamente inclinado por Bush, mientras que los que menos lo han hecho a favor de Gore. La pleamar de la nueva,tercera -según Neal Gabler- ola de religiosidad, muy presente en el discurso inaugural de Bush, es otro factor preocupante. Fue esa derecha fundamentalista cristiana la que dirigió el acoso a Clinton.

Pero Bush se instala en la presidencia con un poder casi omnímodo. Por vez primera desde 1955, los republicanos están en la Casa Blanca; aunque en grado reducido, controlan el Congreso, con mayoría en la Cámara de Representantes, y por un solo voto en el Senado; y cuentan a su favor con un Tribunal Supremo en el que predomina un notable conservadurismo, que se reforzará con los nombramientos que habrá de decidir Bush durante su mandato. Es la ocasión ¿tardía? de la revolución conservadora. Sí, sólo que esta vez, no es lo que parece querer la mayoría de un país que ha votado al centroizquierda, a Gore y al verde Nader, y que quizás, ahora desearía aquello que prometió George Bush padre en su inauguración en 1989: 'En asuntos cruciales, unidad; en asuntos importantes, diversidad; y en todo, generosidad'.

Para tratados y algunas otras leyes y decisiones se requiere una mayoría de 60% del Senado, lo que puede inducir a Bush a una estrategia de atracción y división del adversario. Justamente, el papel que puede querer desempeñar -el que esbozó en su discurso inaugural con sus cuatro lemas de 'civilidad, valentía, compasión y temperamento'- es el de hombre bueno, y dejar a otros bregarse en la lucha diaria bajo la apariencia de distanciamiento. Puede tenderle una trampa a la oposición demócrata apelando a los más conservadores de ella para que apoyen sus acciones, en una furia legislativa que acaba de empezar y para la que tiene poco tiempo. Bush entra con una popularidad mucho menor que la que ha acompañado a Clinton en su salida. Sabe que si se equivoca, puede perder, como su padre frente a éste en 1993, o como el propio Clinton perdió el control del Congreso dos años después de su primera elección.

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