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Columna
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Fatiga

La incapacidad del PP para enfrentarse a las dificultades empieza a resultar alarmante. Acostumbrados a gobernar con viento a favor, no saben hacerlo contra la corriente, hasta caer en una auténtica crisis de gestión. Esto los ha hecho crear un comité de gestión de la crisis presidido por Rajoy (a riesgo de que éste lo administre en clave gallega), en lo que sólo parece un gesto destinado a encubrir la impotencia gubernativa. Y para compensar su frustración, escenifican despóticas demostraciones de fuerza, quizá movidos por los reflejos condicionados que adquirieron en su origen franquista. Las muestras más recientes son la incivil medalla a Melitón Manzanas, el cese censor de la dirección de Telemadrid y las últimas hazañas del Delegado para la Extranjería, que se propone domesticar el Foro de los Inmigrantes, deportar a los ecuatorianos y prohibir el empadronamiento de los irregulares, a fin de recortar sus ya precarios derechos sociales.

¿Qué le pasa al PP? ¿Por qué se bloquean en cuanto les toca gobernar en tiempos de crisis? ¿Es que acaso sólo sabían hacerlo cuando España iba bien, pero se ponen histéricos en cuanto constatan que va mal? Creo que no se trata de mera incompetencia, sino de pura y simple fatiga. Con este concepto no me refiero al cansancio de los héroes, sino a la llamada fatiga de los metales, que se define como deterioro interno de una estructura sometida a esfuerzos inferiores a su límite de resistencia pero superiores a su límite de elasticidad.

Para resistir el riesgo de ruptura interna que acabó con UCD, el PP se refundó con ciega obediencia al líder. Pero es tanta su resistencia jerárquica que carece de elasticidad política: de ahí que ante la presión externa le sobrevenga la fatiga. El PP se fatiga porque su rígida estructura piramidal le impide tener elasticidad para adaptarse al cambio de clima político. Si pudo aprender a hacer férrea oposición y después a gobernar en minoría fue porque en ambos casos podía externalizar los riesgos, descargando su responsabilidad sobre socialistas o nacionalistas. Pero cuando se gobierna en solitario hay que internalizar los riesgos, y si éstos crecen hay que cambiar por dentro, a fin de adelantarse a los cambios externos. Es lo que no sabe hacer el PP, que carece de elasticidad por su total dependencia de la fatiga de Aznar.

La calidad de un líder político sólo se demuestra enfrentándose a las dificultades. Y el mejor ejemplo es Clinton. Su ejecutoria fue pésima, pues no sólo incumplió sus objetivos progresistas (como la sanidad pública o el control de armas), haciendo una política de derechas que incrementó la desigualdad (sin que el crecimiento económico fuera mérito suyo), sino que además desacreditó la Presidencia con sus perjurios y destruyó el precario orden jurídico internacional, ordenando aventuras militares contra el Consejo de Seguridad. Pero sin embargo la opinión foránea y doméstica le aplaude. ¿Por qué? En parte por caer simpático como buen sinvergüenza, pero sobre todo porque dio la cara en todo momento, asumiendo su responsabilidad con franqueza y enfrentándose con decidida resolución a todos sus problemas.

Aquí no hay nadie parecido a Clinton. Algunos sostuvieron que González era su equivalente, y ciertamente al principio parecía un comunicador tan fresco y simpático como después lo sería Clinton. Pero cuando luego le tocó enfrentarse a las dificultades, entonces se fatigó, se encerró en la Moncloa y eludió asumir sus responsabilidades, descargándolas sobre el guerrismo como fácil chivo expiatorio. Es lo mismo que sucede ahora con Aznar, cuya imagen es la antítesis del simpático sinvergüenza. Mientras estaba en la oposición y durante su primera legislatura, pudo externalizar los riesgos y arrogarse la bonanza, dando así sensación de firmeza. Pero eso de poco le sirve ahora, cuando tendría que enfrentarse al riesgo liderando la lucha contra las dificultades sin poder descargar la culpa sobre nadie más. Y en vez de eso, ¿qué hace Aznar?: delega su responsabilidad en Rajoy y se recluye en la Moncloa, mientras permite que la fatiga del poder le embargue.

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