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UNA POLÉMICA DESREGULACIÓN

El futuro de California se oscurece

La región más rica de EE UU sufre apagones como consecuencia de la crisis del sector eléctrico

Enric González

Es bastante difícil asustar a los californianos. Se trata de gente que decidió vivir sobre una falla sísmica. Y los cortes de suministro eléctrico, que empezaron a notarse en verano y que esta semana han sido masivos, pueden parecer una minucia comparados con un temblor de tierra. Pero lo que está ocurriendo podría tener peores consecuencias que un terremoto. Hoy se trata de costes financieros, despidos y desabastecimientos. ¿Y mañana? ¿Quién va a invertir sin electricidad garantizada? ¿Cómo puede seguir creciendo sin energía el Estado más rico de la Unión?

El futuro de California, con una potencia suficiente para ser la sexta economía mundial con un PIB de unos 225 billones de pesetas (el de España es de unos 100 billones), se oscurece. En el año 2003, dicen los técnicos, la escasez comenzará a paliarse. Se están construyendo a toda prisa seis nuevas centrales. Y en 2005 todo estará resuelto. Pero esos plazos significan una eternidad en California, epicentro mundial de Internet, un negocio que apenas existía hace cinco años. Aquí se han hecho fortunas inmensas en seis meses, y bastantes de ellas se han esfumado en las últimas ocho semanas por la caída bursátil. Cada año llegan 600.000 nuevos ciudadanos. Todo va muy deprisa. ¿Cinco años de espera, a media luz y con apagones periódicos? ¿En un Estado que consume 250 gigavatios anuales, casi el doble que España, y que necesita más y más energía para su voraz industria informática? Parece inconcebible.

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Los grandes empresarios de las nuevas tecnologías avisaron el viernes de que no podrían soportar la situación por mucho tiempo, e insinuaron que sus industrias -que necesitan poco más que talento, ordenadores y enchufes- podrían trasladarse paulatinamente hacia otros lugares. 'Ahora mismo, esto no se percibe como un gran problema en las compañías tecnológicas. Simplemente hay que grabar continuamente, para no perder el trabajo en caso de apagón. Muchas empresas, además, tienen generadores que se ponen en marcha al cortarse el suministro', comenta José Miguel Pulido, ingeniero en una sociedad de Palo Alto. 'Lo que preocupa', puntualiza, 'es el futuro. Esto crece muy rápido, y será muy difícil mantener la expansión si falta la energía. Las empresas pueden permitirse parar la producción un día o dos, pero no continuamente'.

Los barrios de San Francisco

En verano, cuando algunos barrios de San Francisco empezaron a sufrir apagones, nadie se tomó el problema muy en serio. La desregulación del sector eléctrico, aprobada por el Parlamento estatal en 1996, había funcionado más o menos bien hasta entonces. La población supuso que se trataría de un desfase pasajero. Pero sobre la mesa del gobernador, Gray Davis, se acumulaban los informes pesimistas. La producción eléctrica de toda la Costa Oeste estaba al límite. En invierno, cuando los Estados vecinos del norte pusieran en marcha las calefacciones y aumentaran su propio consumo, iba a producirse una catástrofe.Todo estaba anunciado. A unas leyes desreguladoras plagadas de errores se unieron la sequía, que redujo y encareció la producción hidroeléctrica; el aumento de precios del gas y del gasóleo, que hizo lo propio con el resto de las plantas generadoras, y un fuerte aumento del consumo: entre el 2% y el 3% anual. Los ordenadores consumen ya el 13% de la energía eléctrica disponible.

La ley californiana prima las centrales de gas, las más limpias desde el punto de vista ecológico; el efecto perverso de la crisis consiste en que los Estados vecinos, afectados por una escasez que se extiende como una mancha de aceite y amenaza a la mitad occidental de Estados Unidos, están pensando en alargar la vida de sus centrales nucleares y de sus térmicas de gasóleo más allá de lo previsto.

Los Estados vecinos también han paralizado sus planes de desregulación del sector. Nevada, que debía hacer iniciado el proceso el año pasado, lo ha suspendido indefinidamente. La desregulación, que funciona bien en otros Estados como Texas (donde aún no ha concluido), se ha hecho impopular.

'¿Qué podemos hacer?', se preguntaba el jueves Ted Rossengold, de Pacific Gas & Electric, una de las dos grandes compañías distribuidoras. 'Hemos llamado a las empresas productoras, hemos pedido que nos proporcionaran toda la energía que pudieran, pero la red está sobrecargada y sin reservas. Hay que interrumpir el suministro de forma controlada, para evitar un apagón completo en medio Estado'. Mientras Rossengold hablaba, los restaurantes del célebre Fisherman's Wharf de San Francisco y la sede central de Apple permanecían a oscuras, miles de pequeños comercios se veían obligados a cerrar y nueve personas tenían que ser rescatadas de ascensores bloqueados.

'Podríamos avisar con tiempo sobre qué zonas se verán afectadas y a qué hora', dice el portavoz de PG&E, 'pero la policía nos lo prohíbe. Sería ofrecer una oportunidad al robo y al pillaje'.

Los hoteles ya han adoptado pequeñas medidas paliativas. 'Si se produce un apagón mientras está en la habitación, utilice, por favor, la linterna situada junto a la caja fuerte', advierte en una nota el Hyatt de West Hollywood. El sobrio hotel Mondrian, por su parte, ha optado por llenar las habitaciones de velas blancas.

PG&E y Southern California Edison, las dos distribuidoras, están al borde de la quiebra. Las leyes de desregulación fijan límites a sus tarifas, pero no a los productores. Consecuencia: los productores venden a precios de mercado cada vez más caros y acumulan beneficios (2.300 millones de dólares adicionales desde 1998, unos 414.000 millones de pesetas, según cálculos de la Unión de Consumidores de San Francisco) mientras los distribuidores acumulan pérdidas (15.000 millones de dólares en el periodo.)

El gobierno de California trata de evitar el cierre de las distribuidoras, que supondría un cataclismo, y ha decidido avalar a ambas compañías, casi insolventes, para que puedan seguir comprando energía. Con el resultado de que las finanzas públicas, hasta ahora boyantes (el superávit presupuestario es de 5.000 millones de dólares), quedan también bajo sospecha.

La agencia de calificación de crédito Standard&Poor's rebajó el viernes el nivel de solvencia de California, lo que encarecerá su deuda. Y California, que tiene una deuda viva de 19.300 millones de dólares, casi 3,3 billones de pesetas, financia servicios como la educación con emisiones periódicas de bonos.

Explotaciones en Alaska

No hay soluciones a corto plazo. En eso está todo el mundo de acuerdo. Una central de producción eléctrica no se improvisa. El gobernador Davis ha apelado insistentemente al Gobierno de Washington, que mientras ha sido dirigido por Bill Clinton ha tomado dos medidas inusuales y muy intervencionistas. Esgrimiendo una vieja disposición legal, ha ordenado a los Estados vecinos que sigan proporcionando energía a California, y a las compañías productoras, que no corten el suministro a los distribuidores, aunque éstos no puedan pagarlo.

Bill Clinton ya no está. Su lugar lo ocupa un republicano, George W. Bush, contrario al intervencionismo y con importantes intereses personales y familiares en el sector energético. Al nuevo presidente puede irle bien la crisis californiana, la primera de su mandato: cuanto más se agrava, más apoyo recibe su plan de explotar las reservas de gas de los territorios hasta ahora protegidos de Alaska.

Lo que propone Bush para California, a través de sus portavoces, es simple: que el precio real del kilovatio repercuta en los consumidores californianos. Bastaría con cambiar la ley. Esa solución liberal tendría dos ventajas: salvaría a las distribuidoras y fomentaría el ahorro de energía. Pero en un país donde la factura eléctrica de un hogar medio ronda los 180 dólares (más de 30.000 pesetas), un aumento resulta impopular. Y el aumento, para asumir los costes reales, debería ser al menos del 40%.

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