Crisis de euroconfianza
La construcción europea está atravesando una grave crisis de confianza política por parte de los ciudadanos, que refleja el Barómetro Europeo que hoy publicamos, realizado en ocho países, que representan un 86% del censo electoral en la UE. Las opiniones públicas, que siguen siendo mayoritariamente partidarias de la ampliación al Este y a Turquía, pese a no ignorar que esta perspectiva puede frenar la construcción europea, quieren, a la vez, más integración, pero se muestran confusas y divididas ante la creación de una 'federación europea' o de un 'Gobierno común de Europa', aunque tales posibilidades reciben apoyos mayoritarios. Los ciudadanos piden más Europa en campos como la lucha contra la inmigración ilegal, la defensa del medio ambiente o la seguridad alimentaria. Es una tendencia que apoyan incluso los británicos, contrarios, a su vez, a una mayor armonización fiscal, o a un Ejército europeo, aunque no a la más modesta ambición de una Fuerza Europea de Reacción Rápida.
La crisis de las vacas locas o, aunque esta cuestión estalló tras realizarse las encuestas, el llamado síndrome de los Balcanes, y la mala gestión de otras situaciones, están generando una desconfianza social notable en los gobiernos y en las instituciones europeas. Paradójicamente, eso se produce cuando los ciudadanos europeos -con la notoria excepción de los países mediterráneos, España incluida- contemplan su futuro personal y profesional con más confianza que antes. Pero desconfían mayoritariamente de la capacidad de sus gobiernos y de instituciones como la Comisión Europea y el Parlamento Europeo para mejorar su bienestar. En la construcción europea estamos, también, ante una crisis de la política.
La demanda de mayor integración europea está viva en las sociedades, pero el actual liderazgo político en la UE no parece querer o poder atenderla. Los actuales gobernantes no saben liderar, pero tampoco pueden limitarse a ir a remolque de unas opiniones públicas en las que, en general, si el ímpetu europeísta predomina, también están profundamente divididas al respecto. Sólo dos sociedades tienen meridianamente claro lo que quieren: los franceses, aplastantemente a favor de más integración europea en todos los órdenes, y los británicos, escorados en sentido contrario.
Al malestar general respecto a la construcción europea ha contribuido también un mal año de estreno para el euro en términos psicológicos, y hasta cierto punto económicos, con una caída en picado de su valor frente al dólar, terreno sólo recuperado en los últimos tiempos. Si no resulta totalmente sorprendente el masivo rechazo al euro en una Alemania que ha abandonado uno de sus referentes nacionales -el poderoso marco-, sí es preocupante la falta de aceptación que la moneda europea inspira en los españoles.
Es el probable resultado de una insuficiencia de pedagogía pública. También deriva del hecho de que la sociedad española se ha vuelto la más pesimista del conjunto de estos países. España es donde la confianza personal y profesional está más baja, con un recelo hacia las capacidades del Gobierno superior a la media, como muestran los datos del Barómetro. Además, y lamentablemente, la sociedad española ya no es tan europeísta como antaño. En su seno predominan los insatifechos con la construcción europea.
Estas contradicciones reflejan que no se sabe hacia dónde va esta construcción europea. Éste el problema al que el Tratado de Niza no ha respondido. No se resolverá de espaldas a la opinión pública, sino con un profundo y abierto debate. Este Barómetro debería alertar tanto a los gobiernos de la UE como a sus instituciones para que vuelvan a darle a la construcción europea un sentido político, una finalidad.
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