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LA CASA POR LA VENTANA
Columna
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Ilegales vacas de uranio

Villalobos niega ante una comisión vacuna haber ingerido uranio y millones de inmigrantes se apuntan a la Legión

No está mal que un ministro -ministra en este caso- de Sanidad aconseje en hora punta a los telespectadores sobre la mejor manera de preparar un caldito para el cocido, que es lo que hace Bárbara Rey todos los días en nuestro canal más próximo sin formar parte por ello de ningún equipo ministerial, pero que eso ocurra mientras Arias Cañete, que lleva por huevos la cosa de Agricultura, se empeña en atracarse de carne de ternera en cuanto tiene ocasión viene a mostrar las discrepancias que existen en el seno del Gobierno y basta para tener claro al menos un asunto crucial cuando el siglo todavía es joven: ni la estupenda Celia Villalobos -qué gran ministra socialista habría sido esta ocurrente mujer- ni el varonil ministro están llamados a suceder a Josemari Aznar en Moncloa, lo que es un respiro tanto para las vacas en general como para las gallinas ponedoras en particular, además de contribuir en no poca medida a la tranquilidad de todos los que no desdeñamos el consumo de carne inhumana en nuestra dieta de a diario.

Alarmado, lo que se dice alarmado, nadie lo estaba, salvo la mayoría del vecindario y los honrados ganaderos que han pasado de los clembuteroles diversos y los inofensivos antibióticos administrados en dosis masivas -todo por hacernos más musculosos a toda prisa y ensayar a su manera algo rústica la medicina preventiva- a la tembladera de los priones inasibles en lo que dura una legislatura. El prión nadie sabe todavía lo que es, y parece que la ciencia confía en que se trate de una nueva versión de un virus lento, porque entonces la cosa de la locura transmitida por la alimentación esponjosa podría tener aún algún remedio incluso para el señor Cañete. En cambio, todos conocemos más que menos a doña Rita Barberá y ahí sigue todavía, como si fuera una desconocida en edad de merecer. Lo peor no es que la alcaldesa confunda progreso con trayecto, sino que cuente con el apoyo in extremis de la conselleria llamada de Cultura para empobrecer con su particular uranio constructivo la memoria de una ciudad tan castigada por el gremio de constructores. Será que, ahora que las cementeras han dado un paso atrás y ninguno hacia delante en su propósito inicial de incluir en nómina la combustión de los priones, es el momento de cimentar con médula paranoica los edificios que habrán de abrirse paso hasta las orillas del mar para liquidar todo vestigio de huerta en una ciudad tan moderna como la que habrá de acogernos así que pasen cinco años.

Aznar y Villalobos, Cañete y Zaplana, Tarancón y Barberá, y la diversidad de industrias milenarias que con tanto decoro representan, tienen en sus manos todavía desprovistas de priones la ocasión de pasar a la historia venidera desde los albores del milenio que ha venido y nadie sabe cómo ha sido. Ahí volveríamos a ser el crematorio más limpio de Occidente. La prolongación de Blasco Ibáñez hasta las olas de la Malvarrosa carece por sí misma de la enjundia necesaria si no recurre a otros vectores -hasta ahora inexplicados- relativos a su necesidad verdadera. De ahí la oportunidad de que sus mentores se ofrezcan generosamente a resolver el problema del enterramiento de las vacas enloquecidas -Fraga Iribarne (todavía tiemblo al escribir sus democráticos apellidos) las arroja sin más en los vertederos periféricos de su bienamada Galicia- para pasar de matute al Guinness verdadero de la filantropía universal. Y si la inauguración de esa vía de alta velocidad hacia los chiringuitos de verano coincide con el derrumbe definitivo de la torre de Santa Catalina, se verá en ello una demostración más de los efectos del prion rápido en la absorbente modernidad que aqueja tanto a nuestros gobernantes serios como a los municipales.

Hace tiempo que no me apunto a ninguna plataforma cívica de ninguna cosa porque ocurre que antes o después tienes que quedar a comer o a tomar café con algunos de sus integrantes, y entonces es que te entran tantas ganas de ponerte a llorar que (no sé qué le hacen al ducados que no hay manera de que tire como el cigarrillo manda, también podría poner una demanda, perdón por esta constatación indefensa) que mejor no participas de ningún movimiento que puedas evitar, por estimulantes que parezcan sus propósitos. Es el problema de la izquierda y sus manifestación cada vez más foucaltiana por lo pendular de sus frentes. La derecha, que pese a todo existe, no se resquebraja ni apelando a Giddens, y si no vean ustedes las fotos de Zaplana con la representación ampliada del empresariado valenciano, tal que un romano emblema del Ave César saludado por sus pretorianos de guardia. Y aún hacen algunos insensatos como que se preguntan si la cultura es cara, cuando nos está costando la salud de tantos siglos.

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