Máquina de coaccionar
El Consejo General del Poder Judicial (CGPJ) expresó ayer su rechazo a las descalificaciones personales de algunos medios de comunicación contra los jueces del Supremo que se han pronunciado en contra de reintegrar a la magistratura al ex juez Gómez de Liaño. Ni siquiera es necesario que el CGPJ dé nombres para concluir que el abanderado de esta avalancha de improperios, que describe la Sala Segunda del Supremo como una cueva de magistrados sometidos a intereses espurios, no es otro que el director de El Mundo.
El Supremo puede equivocarse. Y sus resoluciones están sometidas a la crítica de los ciudadanos y los medios de comunicación. Otra cosa es que los argumentos se sustituyan por una arremetida personalista que coloca bajo sospecha a todo aquel que no se pronuncie en la dirección exigida por ese medio. La resolución estaría motivada por el afán 'vengativo' de cinco de los jueces, deseosos de 'pasar factura por viejas o presentes querellas personales', y que, según ese medio, deberían haberse abstenido. Al parecer, las causas de recusación e inhibición deben ensancharse o estrecharse a la medida que quiere fijar ese periódico, y no en virtud de lo que establecen las leyes.
'Las sentencias', recordó ayer el CGPJ, 'han de valorarse a la luz de su motivación'. Ni siquiera se han hecho públicos los fundamentos de derecho de la mayoría que se ha opuesto parcialmente al indulto de Gómez de Liaño, ni los de la minoría que lo ha refrendado, cuando ese diario, ampliamente jaleado por los medios más adictos al Gobierno, ha puesto en la picota literalmente a cinco magistrados. Pero nadie puede llamarse a engaño. Estamos apenas ante el penúltimo episodio de una cadena de presiones, amenazas, coacciones y difamaciones varias, primero para impedir la condena del ex juez, luego para acelerar un indulto que le devolviera a la magistratura y finalmente para forzar al Supremo a que convalidara un perdón que para ese medio no sería un acto de gracia, sino la corrección de una injusticia. Esto es, una amnistía debida.
Alain Minc alertó hace algunos años contra ese periodismo que busca confirmar sus exclusivas mediante el procesamiento de las personas objeto de su 'periodismo de investigación'. Una de las derivaciones más perversas de esa obsesión es el establecimiento de relaciones de complicidad mutua entre determinados jueces y determinados periodistas, y la persecución sistemática y despiadada de quienes no juegan el juego. Un periodista sin principios es el complemento ideal de un juez prevaricador: para librarle de la justicia cuando queda probado que tomó decisiones injustas por motivos diferentes a la función de juzgar y para perseguir hasta el mar a los jueces que no se dejan amedrentar.
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