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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Morir en Tiananmen

En la madrugada del 4 de junio de 1989, el Ejército chino despejaba la plaza de Tiananmen (La Paz Celestial) con la contundencia que caracteriza a los regímenes que sólo tienen que dar cuenta a sí mismos; desde hacía varias semanas la gran plaza de Pekín vivía la concentración creciente de quienes pedían apertura, libertad, democracia. Fuentes oficiales sostuvieron que había habido 218 muertos entre los manifestantes, pero la cifra, sin duda, fue varias veces mayor.

Ahora se han hecho públicas en Estados Unidos las transcripciones, al parecer contrabandeadas por un anónimo funcionario partidario de la reforma política, de los agitados debates en la cúpula del poder chino sobre la conveniencia o no de reprimir la protesta popular. Apenas 10 personas tomaron parte en esas reuniones, que congregaban al comité permanente del Politburó: cinco dirigentes, más el líder de facto del país, Deng Xiaoping -fallecido en 1997- y algunos ancianos de respeto. La decisión de actuar con la máxima dureza no contaba, sin embargo, con la unanimidad de los presentes. Sin que quepa hablar de pulsiones democráticas, que no corresponden al personal ni a las circunstancias, dos de los cinco miembros del comité, entre ellos el entonces líder del partido, Zhao Ziyang, se opusieron al uso de la fuerza, un tercero se abstuvo al principio, y fueron Deng y los venerables convocados los que inclinaron la balanza del lado de la terrorífica represión.

Fue el miedo de los todopoderosos líderes de la dictadura comunista lo que impulsó a la matanza. El propio Deng dijo que corrían peligro de acabar todos en arresto domiciliario. Y en último término fue el gran reformador de la economía el que forzó la mano de la represión, pidiendo, sin éxito, al Ejército que no hubiera derramamiento de sangre en la propia plaza, es decir, a la vista de los informadores occidentales, que no habían sido aún desalojados del lugar.

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Así se producen en los regímenes totalitarios no sólo las matanzas, sino los sumarios relevos de personal. Ziyang se halla desde entonces bajo vigilancia, aunque quizá ya no estrictamente preso, y en esos cónclaves se consumó la ascensión de Jiang Zemin, hoy presidente del país, líder del comité de asuntos militares y sucesor de Ziyang en el partido.

A la vuelta de casi 12 años, China no está hoy ni más ni menos que entonces en el camino de la liberalización política, aunque en lo económico el primer ministro, Zhu Rongji, apoya la apertura y la plena inserción del país en la economía mundial, lo que recibirá un notable espaldarazo con la verosímil y próxima integración de este país en la Organización Mundial de Comercio. Jiang Zemin, por su parte, debería retirarse estatutariamente el año próximo, y no parece que en ese tiempo vaya a moverse nadie, no sea que deje de salir en la foto de la sucesión.

Ese 4 de junio de 1989 se celebraban en Polonia las primeras elecciones democráticas desde la ocupación soviética en 1945, y la aplastante derrota del régimen marcaba el principio del fin del comunismo en Europa oriental. A eso le temen, hoy como ayer, Deng y sus sucesores en la Ciudad Prohibida.

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