_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Vacas y soldados

Homologada como país europeo, España empieza a reconocer sus vacas locas después de haber argumentado la imposibilidad de su existencia porque aquí nos las comemos antes de que enloquezcan y porque la única locura a la española es la simbólico metafísica; por ejemplo, la de Don Quijote o la de El Loco de la Colina, Jesús Quintero. La débil línea argumental proteccionista ha perdurado con nuestra complicidad porque habitantes de un largo y nada espléndido aislamiento tendemos a ser defensivos hasta de lo que matamos y nos comemos. De la misma manera que mantuvimos la inocente creencia de que todas nuestras vacas estaban cuerdas, creencia avalada por el respaldo de las más altas instancias políticas, nos resistimos a aceptar que los soldados españoles instalados en Kosovo hubieran sido víctimas de las mismas radiaciones cancerígenas que han ocasionado leucemias en soldados alemanes, italianos, franceses, belgas.

En este caso, la resistencia a aceptarlo procedía de una desmesurada confianza en el papel del jamón de pata ibérica como vacuna disuasoria y, de nuevo, en la ratificante posición de nuestras autoridades militares que rechazaban, no sabemos muy bien por qué, que las radiaciones de uranio enriquecido hubieran afectado a soldados españoles en la misma zona en las que sí habían afectado a soldados italianos. Y de la misma manera que las vacas locas emergen en zonas de España donde más cualificada estaba la ternera, los soldados leucémicos demuestran que el marxismo no ha muerto porque se basa en el análisis dialéctico a partir de las verdades objetivas.

No propiciemos el suicidio del señor Trillo dispuesto a someterse a una prueba de cohabitación con proyectil con uranio enriquecido, así como puede suicidarse el de Agricultura por los muchos montaditos de vaca que toma desde que amanece. Nada de lo humano ni de lo norteamericano nos es ajeno y si las vacas locas crean sobre todo un problema de genocidio vacuno, las bombas radiactivas de la OTAN han matado soldados detectables, pero ahí están sus radiaciones abriéndose paso en las venas de civiles que soportaron bombardeos represivos o liberadores durante aquella guerra ética. Kosovares todos. Carne de cañón.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_