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Columna
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El séptimo sentido

Van a estrenar El protegido, otra película de un niño indio que creció en Filadelfia y allí echó raíces detrás de su impronunciable nombre: Manoj Night Shyamalan. No la he visto, pero sé que, aunque salga trasquilado del cine, me las arreglaré para no tener otra cosa que hacer, aparte de verla, la hora en que la proyecten por primera vez. El año pasado, este enigmático poeta, al mismo tiempo dueño de las leyes de la negrura y de un tierno y refinado instinto lírico, nos dio en El sexto sentido una bocanada de cine puro y, más aún, de rara pureza clásica. Por razones tan canallas como una larga enfermedad y una desinformación que me puso en la pista de sus calidades como si se tratara de una mezcla de Seven y Matrix, lo que para mí equivale a mierda sobre mierda, dejé de ver esta -no perfecta, pero indispensable- película hasta después de su fracaso (optaba a varios y no se llevó ninguno) en los oscars, lo que suele ser un indicio de interés. Cuando, casi de carambola, la vi quedé aturdido por la precisión de sus imágenes, que despertaron la memoria de un estilo cuya vivísima combinación de vigor y frescura no percibía en las pantallas de Hollywood desde hacía muchos años.

Merece la pena dar un rodeo en busca de las raíces de ese estilo, ese vigor y esa frescura, esa reinvención del cine. En el espléndido reportaje que Jesús Ruiz Mantilla hizo de Manoj Night Shyamalan en las mismas calles de Filadelfia donde filmó El sexto sentido, el cineasta dice que intenta ver el mundo a través de los ojos de Hitchcock, y esto se ve en su trabajo, pero el reportero ve además, y lo anota, en la casa del artista dos carteles -sin duda totémicos, porque también se ven en su trabajo- de películas de Steven Spielberg y William Friedkin, dos inmensos talentos que dejaron hace tiempo atrás ese mismo vigor y esa misma frescura fundacionales que despide como un aroma la trastienda de El sexto sentido. Y es fácil ver en esos carteles íntimos de ET y El exorcista dos fuentes nutricias de esta película. Dice el cineasta: 'Estoy más cerca de los directores que surgieron en los años setenta que de los que hacían cine para comer palomitas en los años ochenta'. Y las raíces se hacen nítidas..

Hace unos años saltaron a un periódico de Nueva York las conclusiones, que abreviadas dieron la impresión de pesimistas, de un trabajo de investigación llevado a cabo por un historiador sobre lo que trajo a su tiempo, casi ayer, y lo que queda hoy de la obra, aún abierta a mañana, de los hombres de cine que componen esa generación de los setenta invocada por el escritor y director de El sexto sentido. Se conmemoró por entonces el 25º aniversario -pues se convino en apretar el brote fundacional de esta generación de directores entre 1972 y 1974, años de los dos primeros El padrino, con La conversación en medio- de la genial aventura colectiva del rescate de la leyenda del Hollywood clásico por, además de Francis Coppola -creador de esas tres obras mojones-, Clint Eastwood, Woody Allen, Peter Bogdanovich, Bob Fosse, George Lucas, Sidney Pollack, John Millius, Lawrence Kasdan, Robert Redford, Martin Scorsese, Brian de Palma, Friedkin, Spielberg, Paul Schrader, Michael Cimino...

Se nos contó entonces que, tras su momento de gloria en los años setenta, hacia finales de la década siguiente, esta oleada de ingenios que conformó el último coletazo del gran Hollywood comenzó a dar indicios de fatiga, y algunos de sus componentes, de acabamiento. Y se nos dio noticia de su lenta e inexorable dispersión en un dorado exilio interior hacia el territorio consolador del cine independiente, una marginación dorada fuera de la dictadura del negocio de Hollywood. Y hubo ecos de que el rastro y el ejemplo de su vasta obra estaban siendo sepultados por la epidemia de trivialización, llevada a límites irrisorios y degradantes, del hueco y embarullado estilo del vídeo musical y del seudocine de papel cuché perfumado. Y que aquel tan enorme esfuerzo imaginativo de recuperación para el cine de hoy del cine del Hollywood clásico no tenía herederos. Se exageró, porque los tiene, y Manoj Night Shyamalan es uno de ellos. Ciertamente, no es cosa facil ser heredero de Coppola, Spielberg, Friedkin y sus colegas en vida de éstos, pero si ese muchacho indio de Filadelfia, dotado, como los gatos, de siete sentidos, osa serlo, no hay por qué llevarle la contraria. El gran Hollywood sigue, a pesar del Hollywood mezquino, dando coletazos. Pero casi siempre lo hace fuera del territorio de su leyenda, en otros ámbitos, como las calles de la vieja Filadelfia.

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