_
_
_
_
CUADERNO DE TEATRO
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Circos de invierno

Marcos Ordóñez

- 1. Éloize. Nada que ver, afortunadamente, con el Cirque du Soleil. El Cirque Éloize, también canadiense, fundado en Quebec por artistas de la Escuela Nacional de Circo de Montreal, es un circo humilde que no busca apabullar, sino fascinar apoyándose en los tres pilares esenciales del género: fuerza, agilidad, gracia. Nada que ver, pues, con los macrocircos terribles de nuestra infancia, con el horror de los payasos como niños retardados, de los animales sometidos, rusos o norteamericanos; de los niños autómatas, con la sonrisa clavada en los labios, de la Ciudad de los Muchachos. Ni, insisto, con el Soleil, que es al circo de verdad lo que las porcelanas de Lladró a la escultura. Joan Anguera descubrió al Cirque Éloize en el fringe de Edimburgo y lo llevó a Tàrrega el año pasado, con un éxito espectacular. Excentricus ha llegado al Victoria (tres semanas, a teatro lleno) con 600 funciones a sus espaldas, lo que explica la perfección de su puesta en escena. Hay mucho trabajo, muchas horas de vuelo y mucha disciplina a sus espaldas, la necesaria para que todo parezca fácil, para que todo parezca un juego. Los artistas del Éloize (que es el nombre que en las Islas de la Madeleine dan a los 'destellos de calor') hacen de todo y todo lo hacen estupendamente. Son músicos, trapecistas, acróbatas, clowns, funámbulos.

En el Éloize hay mucho trabajo, muchas horas de vuelo y mucha disciplina a sus espaldas

Ocupan todo el escenario del Victoria sin abarrotarlo; lo hacen suyo y la energía fluye de unos a otros como la música, la fantástica música que marca el ritmo continuo, imparable, del espectáculo. No hay tiempos muertos, pero tampoco fatiga de los sentidos.

Todo está ordenado por la mano sabia y poética de Jeannot Painchaud, su director. Luces tenues, de cabaret surreal; vestidos y gestos y figuras que recuerdan el primer Magic Circus de Savary. Hay, en lo alto, una soberbia trapecista enfundada en terciopelo rojo, una reina de las amazonas: Marie-Ève Dumais. En otro trapecio, un veterano saxofonista fuera de serie, Claude Vendette, con la cabeza cubierta por un fez granate. Su música es también un continuo tour de force: poco antes del fin del espectáculo, tocará el saxo y el clarinete al mismo tiempo. Toca el acordeón otra trapecista y contorsionista casi niña, Geneviève Cliche, una Lolita con coletas y camiseta a rayas que el hércules de la troupe, Antoine Gagnon, levantará con una sola mano en un número bellísimo. Nelson Bégin es un Monsieur Loyal con esmoquin, melena y patillas de hacha, que toca la guitarra eléctrica y el contrabajo, dirigiendo las entradas. Se suceden los números maravillosos: un pas à deux de Daniel Cyr en escala libre; un mano a mano con rueda acrobática y trapecio entre Cyr y la Dumais que es pura espuma. El augusto de Excentricus se llama Jaime Adkins, y trabaja en el más puro estilo de Michael Crawford: hay que verle, prisionero de una silla de tijera, o perdiendo y recuperando mágicamente el equilibrio en un dificilísimo número de cuerda floja. El contraaugusto, Marcus, es un as de la cuerda lisa. Su personaje es el del intruso, el chaval que quiere formar parte de la troupe, que se les cuela en todos los números y continuamente es rechazado, hasta que trepa por la cuerda para hacer un solo de virtuoso, ahorcarse, resucitar y recibir el abrazo conmovido del Loyal, la bienvenida al circo: una escena que podía caer en el ternurismo y que tiene el punto justo entre la emoción y el pánico. Con la música a todo trapo -no se escuchaba en un circo un rock'n'roll tan potente desde los días gloriosos (Garbage) de la banda de Jango Edwards-, la compañía se despide con un grand finale: toda la compañía sobre una bicicleta pilotada por el gran Sylvain Dubois. El Victoria debería institucionalizar las visitas navideñas (o en cualquier época) del Cirque Éloize.

- 2. 'A banda'. El Nacional ha recuperado (¡enhorabuena!) una tradición que hasta ahora correspondía al Mercat de les Flors: la presentación, en circuito, de un circo catalán por navidades, a muy buen precio: 1.500 pesetas la localidad, con el 50% de descuento para menores de ocho años. Durante unos pocos días, del 21 al 30 de diciembre (lo ideal hubiera sido prorrogar hasta Reyes), en la sala Tallers, ha recalado el espectáculo A banda, creado por el Ateneu Popular de Nou Barris y la compañía Bidó, reciente premio especial de la crítica por su tarea en favor del circo, de la creación, como bien decía Pablo Ley, de 'un circo catalán contemporáneo'. A banda juega, durante una hora y cuarto, con la idea de un ensayo general, de ver el espectáculo haciéndose, en toda su frescura y falta de pretensiones: unos feriantes llegan a un espacio desnudo y, mientras levantan sus atracciones, ponen a punto sus números. Hay coreografías humorísticas, como la del grupo de músicos -bonita, emotiva música de Arrigo Tomasi- cruzándose, siempre en el instante justo, con los portadores de mamparas, o la pelea entre dos técnicos que culmina en un enfrentamiento acrobático.

En el espectáculo de A banda destacan, para mi gusto, dos parejas. La primera está compuesta por un notable funambulista y malabarista, Manolo Alcántara, y su compañero Quique Aguilera, acróbata, equilibrista, clown y saxo, que rematan su número con un original ejercicio simétrico: Alcántara pasa el cable mientras Quique Aguilera camina sobre las manos al unísono, pies contra pies, creando un singular efecto de reflejo. Alcántara y Aguilera trabajan bajo el nombre de guerra de Circo Imperfecto; Familia Ramírez es el nombre elegido por la otra pareja, la acróbata y trapecista Silvia Compte y el portador Dedé, apodo del coloso André Madrignac, que dan lo mejor de sí mismos en el vigoroso y emocionante número aéreo que cierra la función. Destaca también, en solitario, un ilusionista muy dotado, Enric Magoo, que desprende una gran simpatía, se desdobla en diversos personajes y brilla en un juego de magia con palomas; un juego que en su arranque nos hace pensar que lo hemos visto mil veces, pero que maravilla por sus sorpresas y la limpieza de su ejecución. Los problemas del espectáculo radican, diría, en la lentificación del tempo en determinados números, como los malabares a varias manos con bolas y mazas, o en los ejercicios de funambulismo de Alcántara: aún siendo muy bueno, yo creo que los alarga demasiado. A Xavier Mateu y Ana Ruiz, directores, tan sólo les falta picar un poco más el ritmo y buscar un final contundente para que A banda sea un espectáculo redondo.

- 3. Raluy. 'Un circo ambulante', decía Sebastià Gasch, 'es un milagro de la voluntad'. El Raluy es un circo íntimo, familiar. Los hermanos Raluy, Lluís y Carles, heredaron algunos de los carromatos de su padre, don Luis Raluy Iglesias, y desde la década de 1960 hasta hoy han ido añadiendo nuevas piezas, algunas con casi 100 años de historia, a este 'museo ambulante del circo', que yo diría que es único en el mundo. Durante todo el año 2000, los Raluy han recorrido Argentina para volver al Port Vell -atención: prorrogan hasta el 14 de enero- con nuevos artistas y nuevos números. Carles Raluy es el director y el jefe de pista. Tímido, sobrio, un poco parecido físicamente a Alfredo Kraus. Nada que ver con los charlatanes vocingleros de los circos de tres pistas. Lluïset es el clown, un clown amable, ingenuo, casi melancólico. Las hijas de Lluïset son Lluïsa, que parece construida con materia irrompible, sólida y ultraligera, de antes de la guerra, y la bellísima Kerry. Son funambulistas y abren el espectáculo con un homenaje a Argentina, bailando el tango en pasarela, y haciendo un difícil número de equilibrios sobre esferas gigantes en rampa. En el número de Txi Bao Wi (que se anuncia en el programa como 'especialitats xineses') trabajan la compañera de Carles Raluy y varios de sus hijos, acróbatas, en un crescendo de piruetas y malabares que culmina con la hazaña habitual de Txi Bao: atravesar un túnel de cuchillos con las paredes incendiadas. Este año hemos vuelto a encontrar a Sonia, la malabarista con un formidable juego de piernas, y a Graciela, la trapecista, que borda un gran trabajo sin red, vestida de manola y con un clavel rojo en la boca. Entre las muchas novedades, ustedes podrán ver a Elena Romanova y sus gatos funámbulos; al austriaco Valentín, el Hombre de los tubos (algo así como los Mummenschantz en una sola persona), y a tres de nuestros payasos más carismáticos: Monti (Joan Montanyès), el clown Domènec de Guzmán y el contraaugusto Oriol Boixader, con una entrada -la de la hipnosis- que estrenaron este verano en su espectáculo del Borràs; una entrada con la que se meten al público en el bolsillo. Y, como gran remate, la formidable troupe rumana Bilea, 12 acróbatas en báscula y cuerda que cortan el hipo con una de las proezas más difíciles de su arte: el doble salto mortal en quinta posición, en el que una joven acróbata es propulsada por la palanca, gira en el aire y aterriza, de pie, convirtiéndose en la quinta integrante de una columna humana. En el intermedio, los artistas venden cafés y bocadillos, y recortables en los carromatos, haciéndonos creer, por un momento, que son como nosotros, que pertenecemos (eso queremos creer, ingenuos) a la misma raza que ellos. La raza de la fuerza, la gracia, el equilibrio y la destreza.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_