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Reportaje:

El espíritu americano se encarna en el jazz

La televisión pública de EE UU se une al auge de la música negra con una monumental serie de 10 capítulos cuyo título es simplemente 'Jazz'

El jazz es tan americano, de Estados Unidos, que una de las primeras medidas que adoptó el triunfante Fidel Castro fue prohibirlo en la isla de Cuba. Corría el año 1959 y por entonces Ornette Coleman exploraba nuevas vías con la libre improvisación, una expresión musical que nada tenía que ver con las sensuales notas que se escuchaban con delectación, entre risas, ron, humo y sexo, en los clubes y garitos habaneros. En esas seis primeras décadas del siglo XX se centra una monumental serie de 10 capítulos y casi veinte horas de duración, titulada Jazz, que a partir de mañana emite la televisión pública de Estados Unidos sobre una forma artística que encarna, probablemente mejor que ninguna otra, el espíritu americano. Las librerías norteamericanas están reventando estos días con volúmenes que diseccionan esta música perfecta, y en las secciones de discos de muchas de ellas el jazz enseñorea los expositores más visibles al público.

Ken Burns, un niño en aquellos años de triunfo de Fidel Castro y Coleman, es el director de la serie, con la que remata una trilogía que empezó con La guerra civil (1990) y siguió con Béisbol, dos hitos que constituyeron sendos triunfos espectaculares. Fue durante el trabajo con el deporte norteamericano por antonomasia cuando Burns, que ahora ya ha cumplido los 47 años, descubrió el jazz. 'Cuando dentro de 2.000 años estudien nuestra civilización, habrá tres cosas que distinguirán a los norteamericanos: la Constitución, el béisbol y el jazz', decía el ensayista Gerald Early en una entrevista del capítulo inicial de la serie Béisbol, emitido en 1994. Burns había notado, además, que el jazz era lo que mejor ilustraba musicalmente las imágenes de los años treinta y cuarenta de la historia de este deporte.El trabajo para aquella serie había empezado años antes y fue en 1991 cuando se estableció, por pura casualidad, un vínculo que habría de ser decisivo entre el guionista Burns y el trompetista Wynton Marsalis, verdadero cancerbero de las esencias musicales del jazz. En un acto de homenaje celebrado en el Metropolitan Museum relacionado con la serie bélica, Burns 'habló del espíritu democrático y su discurso estaba lleno del sentimiento que corresponde al jazz', ha recordado estos días el músico. 'Tuvimos una extensa conversación y le dije que prestaría un gran servicio al país si hacía una serie sobre el jazz, y que podría contar conmigo para lo que hiciera falta'. Wynton Marsalis es el principal asesor de la serie, en la que aparece como guía principal.

'Yo estaba muy interesado en concluir la trilogía sobre la vida de Estados Unidos', dice el director, que en las últimas semanas ha viajado por todo el país presentando su trabajo, en Chicago, con la emisión del primer capítulo en el mismo edificio que acoge a la Chicago Simphony Orchestra. 'Jazz era la conclusión lógica porque no sólo documenta el siglo XX, sino que apunta al futuro'.

Burns se siente historiador y ser humano interesado por la cuestión racial, básica en el devenir de Estados Unidos. 'La raza es el alma del país y en ningún sitio se ve mejor que en el jazz, una música nacida en la comunidad negra que es compartida con toda generosidad con el resto del país. Jazz es una historia puramente americana, un canto a la afirmación de la propia identidad frente a la adversidad'. En unos de los momentos más emotivos de la serie, Dave Brubeck, el pianista blanco, se echa a llorar al recordar un suceso racista del que fue testigo en su juventud.

Por si la lucha contra la opresión no fuera suficiente plataforma para el jazz, Burns subraya que 'es la única forma artística que han inventado los norteamericanos; consiste en que toco lo que quiero, no lo que está escrito en una partitura, como en la tradición europea. Ése es el genio de este país, saber que se puede dejar al individuo que tome sus decisiones'.

Seis años de investigaciones, 75 entrevistas, 2.400 fotos, 2.000 fragmentos de película y 500 temas musicales llenan las casi 20 horas de la serie, que han sido un descubrimiento para Burns, nada interesado en el pasado por esa música. El gran hallazgo ha resultado Louis Armstrong. 'Cambió mi vida, me ha hecho mejor', dice el director. 'Para mí era el hombre de la gran sonrisa, la espléndida voz grave, el pañuelo... Luego me di cuenta de que es la persona más importante para la música americana del siglo XX. No sólo transformó el jazz en un arte de solistas, influyó en todos los instrumentistas, sino que cambió las reglas del uso de la voz humana'.

Armstrong y Duke Ellington, presentado como 'el más grande de todos los compositores norteamericanos' -para escarnio de quienes piensan en Aaron Copland o George Gershwin, en la vertiente clásica, en el rey del ragtime Scott Joplin o en el mismo jazzman Jelly Roll Morton- son el hilo conductor de toda la serie, y los únicos presentes de principio a fin. Otros genios en cuya vida y obra profundizan Burns y sus dos guionistas, Gerald Early y Geoffrey Ward, son Jelly Roll Morton, el clarinetista Sidney Bechet, el trompetista Bix Biederbecke, la desgarrada Billie Holiday, los saxofonistas Charlie Parker y John Coltrane, el trompetista Miles Davis... los más grandes de un universo musical lleno de filias y fobias. Ya desde el pasado otoño, la selección de los que están y de los que figuran como acompañantes o no aparecen en absoluto en la serie ha sido objeto de intenso debate en sitios de Internet, tertulias y prensa. Ni siquiera era posible poner de acuerdo a los asesores de Jazz. 'Si les hubiéramos metido a todos juntos en una habitación se hubieran despellejado', declaraba en octubre Geoffrey Ward, partidario de la teoría del Gran Hombre y amigo del seguimiento biográfico del protagonista, técnica que permite explotar a fondo un personaje, pero que deja fuera todo lo que no ocurre a su mismísima sombra. 'No es un documental que vaya a satisfacer particularmente a los expertos. Cada cual va a echar algo en falta'.

La lista de los infravalorados tiene nombres sin los cuales no se puede entender el jazz: el polifacético Benny Carter, los directores de banda Woody Herman y Stan Kenton, el pianista Lennie Tristano, el saxofonista Art Pepper, el bajo y pianista Charles Mingus, el pianista Keith Jarret... pasan de puntillas o no aparecen a lo largo de las casi 20 horas de programa. 'Bill Evans fue el más influyente pianista de los pasados cuarenta años y todo lo que se nos dice de él es que tocó una vez con Miles Davis y que era blanco', escribe Francis Davis, crítico y escritor, en The Atlantic Monthly. 'Te hacen pensar que sólo fue importante como ejemplo de la esclarecida política de empleo del trompetista'. Ésa es la reacción furibunda del especialista, quien, sin embargo, reconoce que 'la serie tiene buena pinta y suena bien. La música está muy bien y todo el mundo habla de un modo que te hace querer más'. El otro gran reproche que se le hace a Jazz es que prácticamente ignora la evolución de esa música en los últimos cuarenta años del siglo XX. Todo lo ocurrido desde el experimentalismo de Coleman pasa como un frenético caleidoscopio de sonidos e imágenes en las dos horas del capítulo final. El jazz de Chicago, en la vanguardia de lo que hoy se hace en Estados Unidos, es visto y no visto. Burns decidió desde el principio concluir el cuerpo de la serie en 1974, el año de la muerte de Duke Ellington, y dejar el resto como una coda final. 'Yo trabajo con la historia', explica. 'No pretendo decir al presente de qué va'. 'Yo creo que hay interés por el jazz, aunque la gente lo ve como algo esotérico, como que hace falta tener un doctorado para apreciarlo', ha dicho el director a la Associated Press. 'He hecho esta serie para la gente que dice que no le interesa el jazz. Me encantaría que un granjero de Nebraska me escribiera diciéndome que nunca había escuchado nada de jazz y que quiere más Louis Armstrong. Porque eso fue lo que me pasó a mí. No me interesaba el jazz y ahora me encanta'.El jazz es tan americano, de Estados Unidos, que una de las primeras medidas que adoptó el triunfante Fidel Castro fue prohibirlo en la isla de Cuba. Corría el año 1959 y por entonces Ornette Coleman exploraba nuevas vías con la libre improvisación, una expresión musical que nada tenía que ver con las sensuales notas que se escuchaban con delectación, entre risas, ron, humo y sexo, en los clubes y garitos habaneros. En esas seis primeras décadas del siglo XX se centra una monumental serie de 10 capítulos y casi veinte horas de duración, titulada Jazz, que a partir de mañana emite la televisión pública de Estados Unidos sobre una forma artística que encarna, probablemente mejor que ninguna otra, el espíritu americano. Las librerías norteamericanas están reventando estos días con volúmenes que diseccionan esta música perfecta, y en las secciones de discos de muchas de ellas el jazz enseñorea los expositores más visibles al público.

Ken Burns, un niño en aquellos años de triunfo de Fidel Castro y Coleman, es el director de la serie, con la que remata una trilogía que empezó con La guerra civil (1990) y siguió con Béisbol, dos hitos que constituyeron sendos triunfos espectaculares. Fue durante el trabajo con el deporte norteamericano por antonomasia cuando Burns, que ahora ya ha cumplido los 47 años, descubrió el jazz. 'Cuando dentro de 2.000 años estudien nuestra civilización, habrá tres cosas que distinguirán a los norteamericanos: la Constitución, el béisbol y el jazz', decía el ensayista Gerald Early en una entrevista del capítulo inicial de la serie Béisbol, emitido en 1994. Burns había notado, además, que el jazz era lo que mejor ilustraba musicalmente las imágenes de los años treinta y cuarenta de la historia de este deporte.El trabajo para aquella serie había empezado años antes y fue en 1991 cuando se estableció, por pura casualidad, un vínculo que habría de ser decisivo entre el guionista Burns y el trompetista Wynton Marsalis, verdadero cancerbero de las esencias musicales del jazz. En un acto de homenaje celebrado en el Metropolitan Museum relacionado con la serie bélica, Burns 'habló del espíritu democrático y su discurso estaba lleno del sentimiento que corresponde al jazz', ha recordado estos días el músico. 'Tuvimos una extensa conversación y le dije que prestaría un gran servicio al país si hacía una serie sobre el jazz, y que podría contar conmigo para lo que hiciera falta'. Wynton Marsalis es el principal asesor de la serie, en la que aparece como guía principal.

'Yo estaba muy interesado en concluir la trilogía sobre la vida de Estados Unidos', dice el director, que en las últimas semanas ha viajado por todo el país presentando su trabajo, en Chicago, con la emisión del primer capítulo en el mismo edificio que acoge a la Chicago Simphony Orchestra. 'Jazz era la conclusión lógica porque no sólo documenta el siglo XX, sino que apunta al futuro'.

Burns se siente historiador y ser humano interesado por la cuestión racial, básica en el devenir de Estados Unidos. 'La raza es el alma del país y en ningún sitio se ve mejor que en el jazz, una música nacida en la comunidad negra que es compartida con toda generosidad con el resto del país. Jazz es una historia puramente americana, un canto a la afirmación de la propia identidad frente a la adversidad'. En unos de los momentos más emotivos de la serie, Dave Brubeck, el pianista blanco, se echa a llorar al recordar un suceso racista del que fue testigo en su juventud.

Por si la lucha contra la opresión no fuera suficiente plataforma para el jazz, Burns subraya que 'es la única forma artística que han inventado los norteamericanos; consiste en que toco lo que quiero, no lo que está escrito en una partitura, como en la tradición europea. Ése es el genio de este país, saber que se puede dejar al individuo que tome sus decisiones'.

Seis años de investigaciones, 75 entrevistas, 2.400 fotos, 2.000 fragmentos de película y 500 temas musicales llenan las casi 20 horas de la serie, que han sido un descubrimiento para Burns, nada interesado en el pasado por esa música. El gran hallazgo ha resultado Louis Armstrong. 'Cambió mi vida, me ha hecho mejor', dice el director. 'Para mí era el hombre de la gran sonrisa, la espléndida voz grave, el pañuelo... Luego me di cuenta de que es la persona más importante para la música americana del siglo XX. No sólo transformó el jazz en un arte de solistas, influyó en todos los instrumentistas, sino que cambió las reglas del uso de la voz humana'.

Armstrong y Duke Ellington, presentado como 'el más grande de todos los compositores norteamericanos' -para escarnio de quienes piensan en Aaron Copland o George Gershwin, en la vertiente clásica, en el rey del ragtime Scott Joplin o en el mismo jazzman Jelly Roll Morton- son el hilo conductor de toda la serie, y los únicos presentes de principio a fin. Otros genios en cuya vida y obra profundizan Burns y sus dos guionistas, Gerald Early y Geoffrey Ward, son Jelly Roll Morton, el clarinetista Sidney Bechet, el trompetista Bix Biederbecke, la desgarrada Billie Holiday, los saxofonistas Charlie Parker y John Coltrane, el trompetista Miles Davis... los más grandes de un universo musical lleno de filias y fobias. Ya desde el pasado otoño, la selección de los que están y de los que figuran como acompañantes o no aparecen en absoluto en la serie ha sido objeto de intenso debate en sitios de Internet, tertulias y prensa. Ni siquiera era posible poner de acuerdo a los asesores de Jazz. 'Si les hubiéramos metido a todos juntos en una habitación se hubieran despellejado', declaraba en octubre Geoffrey Ward, partidario de la teoría del Gran Hombre y amigo del seguimiento biográfico del protagonista, técnica que permite explotar a fondo un personaje, pero que deja fuera todo lo que no ocurre a su mismísima sombra. 'No es un documental que vaya a satisfacer particularmente a los expertos. Cada cual va a echar algo en falta'.

La lista de los infravalorados tiene nombres sin los cuales no se puede entender el jazz: el polifacético Benny Carter, los directores de banda Woody Herman y Stan Kenton, el pianista Lennie Tristano, el saxofonista Art Pepper, el bajo y pianista Charles Mingus, el pianista Keith Jarret... pasan de puntillas o no aparecen a lo largo de las casi 20 horas de programa. 'Bill Evans fue el más influyente pianista de los pasados cuarenta años y todo lo que se nos dice de él es que tocó una vez con Miles Davis y que era blanco', escribe Francis Davis, crítico y escritor, en The Atlantic Monthly. 'Te hacen pensar que sólo fue importante como ejemplo de la esclarecida política de empleo del trompetista'. Ésa es la reacción furibunda del especialista, quien, sin embargo, reconoce que 'la serie tiene buena pinta y suena bien. La música está muy bien y todo el mundo habla de un modo que te hace querer más'. El otro gran reproche que se le hace a Jazz es que prácticamente ignora la evolución de esa música en los últimos cuarenta años del siglo XX. Todo lo ocurrido desde el experimentalismo de Coleman pasa como un frenético caleidoscopio de sonidos e imágenes en las dos horas del capítulo final. El jazz de Chicago, en la vanguardia de lo que hoy se hace en Estados Unidos, es visto y no visto. Burns decidió desde el principio concluir el cuerpo de la serie en 1974, el año de la muerte de Duke Ellington, y dejar el resto como una coda final. 'Yo trabajo con la historia', explica. 'No pretendo decir al presente de qué va'. 'Yo creo que hay interés por el jazz, aunque la gente lo ve como algo esotérico, como que hace falta tener un doctorado para apreciarlo', ha dicho el director a la Associated Press. 'He hecho esta serie para la gente que dice que no le interesa el jazz. Me encantaría que un granjero de Nebraska me escribiera diciéndome que nunca había escuchado nada de jazz y que quiere más Louis Armstrong. Porque eso fue lo que me pasó a mí. No me interesaba el jazz y ahora me encanta'.

Jane Monheit, una voz blanca que parece negra

El saxofonista Joshua Redman, rutilante nueva estrella, dice en el último capítulo de la serie que el jazz 'está en perfecta forma, tan activo y creativo como siempre'. Relativamente. En los años treinta, el 70% de la discografía norteamericana era jazzística y hoy no llega al 5%. Los superventas son los temas de artistas ya fallecidos. Diana Krall, la blanca pianista y cantante canadiense, fue la sensación de hace un par de temporadas con temas clásicos. La rubia Dominique Eade estaba también en la carrera de futuras divas, como lo está Cassandra Wilson, negra de estupenda voz grave, que juega entre el jazz y el pop. Patricia Barber, en Chicago, ha renunciado al experimentalismo de sus anteriores discos y acaba de sacar un estándar. A todas oscurece la bellísima Jane Monheit, de 23 años y sensual voz, una especie de Ella Fitzgerald blanca. En cuestión de meses ha pasado del anonimato al número uno con un solo disco de veteranas canciones. Da idea del fenómeno Monheit que en julio cantara en el Village Vanguard neoyorquino, meta y meca que se resiste a muchos veteranos, y esta semana haya estado en la competencia del Blue Note, dos clubes que no comparten artistas, tras pasar por el Lincoln Center, elevado por Marsalis a la altura del Metropolitan Opera o de la Filarmónica.

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