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Reportaje:

San Isidro 'colaboró' con la cabalgata

El desfile de los Reyes Magos transcurrió ante centenares de miles de personas sin una gota de lluvia

A pesar de la amenaza de unas nubes que a cada minuto parecían más oscuras, sobre la cabalgata organizada por el Ayuntamiento de Madrid sólo llovieron serpentinas, confetis, espuma con forma de copos desde el cañón de la carroza del Club Megatrix y, por supuesto, caramelos. No sólo los lanzaron a mano desde las carrozas: los miembros del servicio de urgencias Samur 092 incorporaron una especie de bazuca que escupía dulces. Nadie resultó herido, porque los caramelos eran muy ligeros.

La lluvia cayó ayer a lo largo de toda la mañana sobre las calles de la capital, pero a eso de las cuatro y media de la tarde, sobre la zona del parque del Retiro, desde donde hora y media después arrancaría el desfile, unas cuantas gotas perezosas hacían sospechar que se iba a cumplir el deseo de los organizadores: que no lloviera. Por la mañana, Regino Mateo, responsable de la cabalgata de los Reyes Magos desde 1978, había manifestado su confianza en la cadena SER: 'Ésta es la ciudad de san Isidro, y esperamos que nos eche una mano, porque nunca ha llovido en la cabalgata y jamás se ha suspendido, ni siquiera cuando nevó en 1997'. Pues el patrón debió de colaborar, porque, desde las 16.45 hasta que los Reyes Magos arribaron a la plaza Mayor, a eso de las 20.00, no cayó una gota.

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La cabalgata se libró de la lluvia

Tal vez fue eso o la fe de quienes desde primera hora se apostaron a la vera del recorrido, marcado por las vallas amarillas colocadas desde la mañana por la Policía Municipal. Niños y mayores iban pertrechados con paraguas e impermeables, y hasta hubo unos habituales de la cabalgata que no se cortaron un pelo y montaron un toldo de plástico amarrado con cuerdas a las verjas del parque y a las vallas amarillas. Raúl y María Ángeles, de 36 y 35 años, estaban con sus hijos, Eduardo e Itziar, de cuatro y nueve años, y dos 'casi sobrinos', Ismael y Rocío, de cinco y 10. 'Venimos todos los años y éste no nos íbamos a cortar por la lluvia, así que hemos montado el toldo y a lo mejor hasta nos sirve para protegernos del sol, si sale', bromeó Raúl, empleado de la administración de la CE. Pero no todos fueron tan optimistas. A aquella hora, las 16.45, 'otros años no cabía un alfiler': ayer, sin embargo, una fila simple se extendía por todo el recorrido hasta la Puerta del Sol. En la calle de Alcalá, sólo había, hasta las 17.30, menos de una decena de escaleras donde es habitual que haya cientos. 'Hoy sobra la escalera y casi hasta el abrigo', dijo Guillermo, trabajador de la construcción de 42 años y también aficionado 'de toda la vida' a la cabalgata. Desde su casa en Chamartín viajaron con la escala él, su esposa, María Jesús, de 41 años, y sus tres hijos, Natalia y Estefanía, de 15 y 13 años, y el pequeño Guillermo, de cinco, cuyos gustos incluyen el carbón 'de chuches' que alguna vez le han traído los Reyes 'por trasto'.

La mayor parte de los cientos de miles de madrileños que mantuvieron el optimismo a pesar de las amenazas meteorológicas y se acercaron hasta el recorrido esperó hasta última hora para tomar la decisión. Fue acertada. Pudieron ver la cabalgata sin las estrecheces de otros años. Salvo en algunos puntos, como la Puerta del Sol o la calle de Alcalá entre Cibeles y la plaza de la Independencia, las filas junto a las vallas no sobrepasaban las dos personas en fondo, con los niños sobre los hombros de sus padres y familiares, y una tercera fila de escaleras (al final aparecieron).

Todo estaba preparado para la lluvia: las cámaras de televisión, prácticamente plastificadas; los equipos de música de la plaza Mayor, cubiertos de aislante ('esto no se suspende ni aunque caigan chuzos', dijeron desde el equipo de sonido). Todo, salvo las carrozas. La de Gaspar, en majestuosos tonos verde y oro, viajó a oscuras. La de Melchor, en cabeza y de color rojo y oro, sufrió un apagón de unos minutos, a las 19.15, a la altura de la plaza de la Independencia, pero se solventó antes de que rebasara el atasco de carrozas que, desde el comienzo de la cabalgata, se concentró en ese punto. Precisamente a los Reyes fue a quienes más costó ver a los que presenciaron la comitiva desde los balcones (e hicieron llover confetis), pues iban embutidos en sus asientos dentro la carroza, en vez de arriba como otros años.

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Al final no hicieron falta ni los plásticos ni los impermeables y casi ni los abrigos, pues la temperatura subió en Sol hasta los 15 grados. Eso sí, hubo quien aprovechó los paraguas para darles la vuelta y así recoger más caramelos.

Las 42 carrozas completaron el recorrido en dos horas. No era cuestión de tentar a las nubes y prolongar demasiado el desfile, en el que participaron desde los caballos del escuadrón de la Policía Municipal, con sus respectivos jinetes, o los imprescindibles camellos cargados de regalos, hasta un dragón y un montón de fantásticos insectos, como libélulas o mariposas, peces de colores y extraños meteoritos, todos ellos frágiles globos del pasacalles de una empresa de telefonía móvil. Su magia habría sucumbido a la lluvia.

Lara, de 10 años, y su hermana Cristina, estudiante de ingeniería química que a sus 20 años no ha renunciado a la ilusión de los Reyes Magos, tenían al comienzo de la cabalgata muy claro que no iba a llover. 'Y si llueve, parará', dijo su padre, Jesús, ingeniero industrial de 51 años. Al cabo de casi tres horas, el tiempo les dio la razón. Como dijo Cristina: 'Hay que creer en los Reyes Magos'.

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