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El año de las pateras

Hace unos días me preguntaron cuál sería el acontecimiento o el fenómeno que destacaría del año 2000 en Andalucía y la verdad es que me quedé bastante perplejo. En vez de contestar, inicié una discusión con quien me había formulado la pregunta sobre el criterio que habría que utilizar para caracterizar a un acontecimiento o un fenómeno como el acontecimiento o el fenómeno del año. Se debería seguir el criterio de la singularidad o de la irrepetibilidad del acontecimiento o fenómeno o se debería seguir el criterio de la profundidad de la huella que un acontecimiento o fenómeno había dejado en la sociedad andaluza.Hay veces en que ambos criterios coinciden y la decisión es sencilla. Nadie puede dudar, por ejemplo, que en 1992 la celebración de los Juegos Olímpicos en Barcelona o de la Exposición Universal en Sevilla fueron los acontecimientos del año en Cataluña y Andalucía respectivamente. Pero no siempre se produce esta coincidencia y se puede identificar con tanta facilidad el acontecimiento o fenómeno más significativo del año.

En este del 2000, si atendiéramos al criterio de la singularidad o irrepetibilidad, sería probablemente el atraque del submarino nuclear Tireless en el puerto de Gibraltar, tras haber sufrido una avería, para ser reparado en la base naval que la marina británica tiene en la colonia. Que sepamos, nunca antes se ha producido un acontecimiento de estas características y no es probable que vuelva a repetirse. Con tal criterio el año 2000 podría ser calificado como el año del Tireless, como el año en el que, aunque de manera limitada, se nos hizo visible, por un lado, lo peligroso que puede ser tener una colonia de una potencia nuclear en Andalucía y, por otro, lo hueco que resultan delirios de grandeza como los del presidente del Gobierno en su entrevista concedida a Victoria Prego (El Mundo 29-12-2000): "Ha llegado el momento de hablar de España sin complejos porque tenemos la oportunidad de convertirnos en uno de los países más importantes del mundo en el siglo XXI". No creo que ningún ciudadano que viera la obsequiosidad de José María Aznar hacia el primer ministro británico en su visita a Madrid pueda compartir el triunfalismo de nuestro presidente del Gobierno. ¿Recuerda alguien una actitud más acomplejada que la del presidente del Gobierno español ante Tony Blair en la rueda de prensa que ofrecieron ambos en Madrid? Por no decir nada de la expresión de sus "deseos" en The Times. ¿Cuándo se ha visto a un presidente de Gobierno de un país importante expresando deseos públicamente? Deseos que no se han visto confirmados por iniciativa diplomática alguna, como oportunamente tuvo que precisar la Oficina de Información Diplomática. Si esa es la manera de convertirse en un país importante, mejor es que nos quedemos como estamos.

Pero si atendemos al criterio de la profundidad de la huella que un acontecimiento o fenómeno del año 2000 puede dejar en la sociedad andaluza, mi opción es inequívocamente la inmigración. El año 2000 creo que se podría calificar como el año de las pateras. La única duda que tengo es que si el año 2000 ha sido más año de las pateras que 1999, puede serlo menos que el año 2001. Más que ayer pero menos que mañana puede acabar siendo por algunos años el lema con el que describir el fenómeno de la inmigración en nuestro país en general y en Andalucía en particular.

En todo caso, ha sido, con diferencia en mi opinión, el fenómeno más importante del año. Baste recordar la intensidad con que el fenómeno se manifestó al empezar el año en El Ejido, con brotes de xenofobia y racismo altamente preocupantes. La enorme cantidad de pateras que han llegado a las costas y el número de inmigrantes que han perdido la vida en el Estrecho. Las dificultades del proceso de regularización de inmigrantes en aplicación de la Ley de Extranjería. Y para terminar la invasión de Almería en estos días finales del año. Aunque la intensidad del fenómeno haya sido mayor al comienzo y al final del año, no ha habido prácticamente ningún momento en el el que no haya tenido una presencia notable en nuestra comunidad.

Se puede, en consecuencia, pronosticar sin temor a equivocarse que la inmigración se va a convertir en un fenómeno permanente en nuestra comunidad. No es previsible que en los próximos años la presión inmigratoria vaya a descender, sino más bien todo lo contrario. Y aunque se trate de una inmigración que no toda ella permanece de manera definitiva en Andalucía, sí es una inmigración que entra en la Unión Europea a través de nuestra comunidad. Es, por lo tanto, en Andalucía donde se tiene que dar respuesta a los problemas más perentorios y dramáticos que la población inmigrante plantea y que los medios de comunicación nos acercan de manera casi diaria.

Es claro que ni España ni Andalucía están preparadas en este momento para hacer frente a tales problemas. Problemas que, insisto, no van a ir a menos, sino a más. No se puede dejar un fenómeno de la intensidad y del dramatismo de la inmigración en manos de ONG, que, por muy buena voluntad y entusiasmo que pongan, no disponen de recursos materiales y humanos para darle respuesta de manera adecuada. La respuesta sólo puede venir de las administraciones estatal, autonómica y municipal, que tendrían que coordinarse en la elaboración y aplicación de un plan conjunto para la recepción y acogida inicial de los inmigrantes que llegan a nuestras costas.

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Esto es algo que la realidad está pidiendo a gritos. Y que urge, porque no creo que haya nadie en su sano juicio que piense que la intensidad del problema vaya a ser menor como consecuencia de la aprobación de la reforma de la Ley de Extranjería. Con efecto llamada o sin él, vamos a seguir viendo llegar a inmigrantes a través del Estrecho y en las terribles condiciones en que los estamos viendo llegar. No se puede continuar escurriendo el bulto por más tiempo. Y si hace falta recurrir al Ejército mientras se monta la red de asistencia, pues que se recurra. Para eso está. ¿O no?

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