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HISTORIAS DEL COMER

Banquetes de hipocresía

El falso lujo y el sucedáneo caro sustituyen a los productos tradicionales en las comidas navideñas

Mentiría como un bellaco si les dijera que me encantan las Navidades, que disfruto de estos festines rituales y obligatorios, cada vez con rasgos mas desdibujados. En ellos el banquete familiar, entrañable y sincero de antes, en torno a unos productos típicos y tópicos, pero a la vez sencillos (cardo, berza, bacalao, caracoles y castañas), se está sustituyendo por una espiral consumista de auténtica locura. Son unas fechas en las que damos tregua a nuestras preocupaciones alimenticias más acuciantes del momento: pollos con dioxinas, huevos portadores de salmonella, la manipulación constaste de la naturaleza para producir dudosos productos transgénicos y, por supuesto, el peliagudo asunto de las vacas locas. Me gustaría instalarme, con mirada de vaca boba, en el centro del banquete festivo, mirando para otro lado y zambulléndome feliz en toda la suerte de hipocresías navideñas. En esta larga letanía de engaños y despropósitos en los que caemos todos, podemos citar, en primer lugar, el despilfarro.Las pescaderías, al rebufo de la locura de las vacas, nos convierten en locos a los consumidores. Desde luego pueden ya ir cambiando su rótulo por uno mas apropiado, el de joyerías. Ya se sabe que estas cosas responden a la inflexible ley de la oferta y de la demanda, pero hay cosas que no cuadran ni por esas misteriosas leyes económicas. Vean la tabla de cotizaciones en estas fechas en la Bolsa marina de pescados y mariscos: las kokotxas de merluza, a 24.000 pesetas, el mismo precio que alcanzan las cigalas; besugo, que no hay casi, a mas de 6.000 pesetas kilo; la socorrida merluza alcanza un precio superior a mil duros; el rape, un pescado que hace poco mas de 50 años se daba a los gatos, no menos de 6.000 pesetas. Y no hablemos de las angulas; su precio, no su valor, supera las 70.000 pesetas. El chef Pedro Subijana se ha molestado en calcular a cuanto sale cada alevín de anguila; anoten, a 37 pesetas. O sea, diamantes con ojillos y cola.

Pero no acaba aquí la sarta de insensateces que afloran en los mercados navideños. Hay un tema todavía mas peliagudo que el señalado del precio, la calidad. Hay una gama de productos más falsos que Judas, un mundo del truco, el sucedáneo y la prestidigitación; el de los jamones ibéricos que pregonan la bellota y cuya grasa gomosa denota su alimentación con piensos, o el de las omnipresentes vieiras, en su inmensa mayoría congeladas e insulsas como goma de borrar, o el de las angulas de pega. Y qué decir de los insulsos bogavantes canadienses que visten horrores en una hortera ensalada, de las dudosas kokotxas que se llaman frescas tal vez porque han sido altamente refrigeradas, y del surimi -que no falte esa pseudo chatka, permanente insulto de los imponentes cangrejos rusos-, con abundante salsa rosa unificadora de sabores. En definitiva, el mito del lujo y de sus tristes sucedáneos es superior en estas fiestas a la calidad gastronómica real, algo que forma parte de la inacabable lucha entre la apariencia y la realidad.

De todas las formas, como uno en el fondo es un sentimental, quisiera ver en estos banquetes navideños algún aspecto positivo y para ello encuentro apoyo en las palabras de la escritora uruguaya María del Carmen Soler. "El banquete es el triunfo de convertir una mera necesidad en una fiesta total, suavizando a la par la soledad del individuo durante unas horas de especial satisfacción, por medio de un gran vínculo de la comida en común", dice. Que así sea.

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