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Tribuna
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Entrañable

Tengo amigos que esta noche "entrañable" cenarán un bocata, desparramados en el sofá, con la sola compañía de un libro. No son los siniestros avaros de Dickens, sino gente sociable y desprendida que a la llegada del invierno, como algunos animalitos, se pliega sobre sí misma y segrega una coraza ideológica que les hace inexpugnables, porque en ella rebota el bombardeo intensivo de villancicos, anuncios y telemaratones benéficos. Anacoretas de la Navidad, huyen del empalago y el mercantilismo. A algunos les parecerán bichos raros, pero yo creo que son plenamente coherentes, y casi héroes.Peor lo tienen los excluidos a la fuerza: melancólicos de luto reciente, transterrados y solitarios, pobres de o sin solemnidad.

En el otro extremo, los pululantes de tienda en tienda, derroche de falsas sonrisas , rosario de citas forzadas y comidas de empresa en las que suele impera la ley del puñal( paréntesis engalanado con guirnaldas y cascabeles, como para disimular la caspa y el ruido en que nos movemos a diario).

Luego, entre dos aguas , quedamos los laicos amarrados con vicio al rito de la reunión familiar, al hipercalórico y exquisito turrón, a la copita de mistela, a los tentadores frutos de la mar. Enganchados, sobre todo, a una droga dura: la emoción de los niños cuando miran nerviosos por la ventana, y la sonrisa con la que destapan un juguete cuando aún creen en los milagros. No precisamente en el del hijo de la madre virgen, sino en que existen seres mágicos que dan mucho a cambio de nada, todo un prodigio que de ser cierto convertiría a este planeta, desde Nigeria a Irak, pasando por la Casa Blanca, en un lugar lleno de buena gente, digno de ser habitado.

Un mundo a medida de los humanos, vírgenes o no, en el que ningún dios ni mayor ni menor obligue a ninguna madre a serlo cuando no lo desea. O habiéndolo sido, a enterrar al hijo víctima de una bomba o de una simple diarrea.

Es la noche de los buenos deseos. La pasen como la pasen, que ustedes la pasen bien.

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