Sangre en la arena
"Iugula, iugula!" -"¡mata, mata!"-. El gladiador del yelmo con cresta angular, un murmillo, ha perdido su largo escudo y, retirándose, ejecuta un golpe desesperado al cuello de su adversario, pero falla por un milímetro. Su rival, un hoplomachus con altas grebas de bronce que le protegen hasta las rodillas, perneras acolchadas y casco rematado por una feroz criatura mitológica, un grifo, lanza entonces una puñalada brutal, directa al pecho. El arma, una corta espada curva -sica-, encuentra su objetivo y se entierra casi hasta el mango entre las costillas del murmillo. "Habet!" -"¡lo tiene!".No es una escena de la película Gladiator, sino un fotograma de piedra del combate real de dos gladiadores del siglo I, procedente de un relieve en mármol de Pompeya. El realismo, la violencia y la crudeza de la representación son tan grandes que uno cree oír, esta tarde invernal en el British Museum de Londres, los gritos de la plebe en el anfiteatro. De hecho, bueno, sí, se oyen de verdad: es un audiovisual con escenas de películas de gladiadores -incluida la de Ridley Scott- que pone un montón de ambiente en esta exposición del museo: Gladiators and Caesars (hasta el 21 de enero).
La exhibición, que ocupa una de las salas de exposiciones temporales en la planta baja del remozadísimo museo, no sólo es sensacional por reunir mucho del mejor material conocido sobre la actividad gladiatoria en el mundo romano (es decir, las armas y el fondo iconográfico -relieves, pinturas, mosaicos, esculturas- a partir de los cuales, y con el apoyo de los textos clásicos, se ha reconstruido todo lo que sabemos acerca del terrible universo del anfiteatro), sino por transmitir una explicación muy didáctica, y nuevas aportaciones.
No la menor es el trabajo empírico sobre los gladiadores llevado a cabo por uno de los colaboradores de la exposición, el historiador alemán Marcus Junkelmann, pionero en el campo de la reconstrucción arqueológica del mundo militar romano. Junkelmann ha revisado los objetos de los gladiadores y su representación bajo la perspectiva del uso práctico (ha construido armas y equipo y los ha sometido a pruebas) y ha llegado a interesantes conclusiones que arrojan luz sobre asuntos como las categorías de luchadores y la forma en que se desarrollaban los combates.
Junkelmann opina, por ejemplo, que los ornamentadísimos yelmos y armas hallados en las barracas de gladiadores de Pompeya -de donde procede el 75% del material gladiatorio que se conoce-, varios de los cuales se exhiben ahora en el British Museum, no son de parada, como se sostiene habitualmente, sino que se empleaban en los combates. Argumenta que la gran belleza de las piezas es la lógica en un espectáculo que pedía esplendor y que esa belleza no hipoteca su siniestra efectividad. Señala que el peso -cuatro kilos- de los cascos se explica por la corta duración de los combates, entre 10 y 15 minutos. Y recalca que su espesor -1,5 milímetros de promedio, cuando el del casco de un legionario era de 1 milímetro- sólo se justifica por el uso que se les daba. El casco, que además despersonalizaba al combatiente y le daba una apariencia impresionante, protegía bien de los golpes de espada, generalmente el corto gladio hispano, del que procede el término gladiador, y con el que se solía más apuñalar que dar tajos; pero en cambio no era defensa contra un buen golpe de tridente del retiarius, el luchador ligero que llevaba además una red. Las pruebas han demostrado que el tridente manejado con ambas manos percutía de forma terrible y perforaba cualquier yelmo, sobre todo si se apuntaba a la mirilla de los ojos. Por eso, al retiarius se le enfrentaba normalmente -los gladiadores luchaban en parejas equilibradas- el secutor, un combatiente con casco integral de superficies lisas y sin más abertura que dos pequeños agujeros para los ojos (hay varios ejemplos -cascos, esculturas- en la exposición: su aspecto es acongojante de verdad).
La exposición del British Museum, diseñada originalmente por el Museum fur Kunst und Gewerbe de Hamburgo y enriquecida ahora con el enorme fondo del centro británico, se abre con un espacio circular que representa el anfiteatro y en cuyo centro se exhibe un bellísimo casco del tipo de gladiador denominado tracio. Bustos de Tito (el emperador Flavio bajo el que se inauguró el Coliseo), Nerón, Cómodo (el malo de Gladiator) y Caracalla -los tres bien relacionados con el sangriento escenario de la arena y los dos últimos gladiadores aficionados ambos- recuerdan el interés de los césares por el asunto. Un maniquí con la reconstrucción del equipo de un tracio -a cargo de Junkelmann- ofrece una imagen realista de cómo debía aparecer un gladiador en todo su pavoroso esplendor. Las diferentes obras expuestas componen una auténtica galería de tipos de gladiadores; además de los mencionados, el provocator, con su pequeña coraza pectoral; el dimachaerus, luchador con dos espadas; el equites, combatiente a caballo, y el essedarius, en carro. Un relieve muestra el programa de un espectáculo de gladiadores típico: se ve el desfile (no está claro que dijeran la frase típica del peplum, "los que van a morir te saludan"), la prueba de armas y varios combates. En uno, un tracio derrotado levanta la mano con el dedo índice extendido, señal de abandono. A partir de ahí se decidía su suerte: el pulgar levantado (y no, parece ser, hacia abajo como popularmente se cree) significaba su muerte. Entonces el perdedor debía arrodillarse ante el vencedor y, en un gesto muy codificado, mostrarle el punto donde golpear. Se aplaudía esa demostración de último valor que redimía una profesión infame (clasificada junto a la de puta en la legislación) y ponía en contacto a la plebe romana con su ideal de virtud militar.
La exposición informa de que la esperanza de vida de un gladiador iba aumentando a medida que triunfaba en la arena. Aunque se conocen casos, como el del novato Marcus Attilius, que ganó en su primer combate al tracio Hilarus, vencedor 14 veces. Están documentados top gladiators (summi gladiatoris) con hasta 150 victorias; eran muy populares: "Crescens, el luchador de la red, atrapa el corazón de todas las chicas", reza un grafito imperial. La frecuencia de los combates difería según los casos: un novato podía luchar en nueve combates en otros tantos días, mientras que un veterano -bien preciado para el lanista, su propietario- acaso sólo libraba tres al año. La arena fue haciéndose más sangrienta con el tiempo. Se pasó de unas probabilidades de sobrevivir de 9 a 1 en época de Augusto a sólo 3 a 1 en el siglo III. En el Bajo Imperio, la muerte del perdedor se convirtió en la norma.
Al contrario de lo que muestra el filme Gladiator, a los gladiadores no se les enfrentaba con fieras. Eso quedaba reservado a otras figuras del anfiteatro, los venatores, que iban en otra franja horaria.
Babelia
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