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Tribuna:LA HORMA DE MI SOMBRERO
Tribuna
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'Clopin-clopant'

La semana pasada estuve tres días en París. Por poco no pillo la fiesta de la vaca loca. La montaron en el Jardin de Luxembourg los miembros de la Fédération de la Boucherie de Paris et de l'Ile-de-France. Frente al Senado, tres bueyes enteros -supongo que debería tratarse del célebre buey charolais- fueron asándose en un fuego de carbón de leña desde el atardecer hasta el mediodía del día siguiente en que fueron servidos gratuitamente al público por 200 carniceros en tenue.El Jardin de Luxembourg -le Luco- es uno de mis rincones preferidos de París, de mi París. Tal vez porque los mosqueteros eran vecinos del mismo (como lo fui yo unos meses en 1979): Athos vivía en la rue Férou, Aramis en la rue Servandoni y Porthos en la rue du Vieux-Colombier, y a mí me encantan los mosqueteros de Dumas, sobre todo Aramis. Qué gozada poder desayunar, de madrugada, un pedazo más bien crudito de charolais, en compañía del fantasma de Aramis, en el Jardin de Luxembourg. Regado con una buena botella de tinto. Recuerdo que en 1978, cuando estaba al frente de la Delegación de Cultura del Ayuntamiento barcelonés, en virtud de una especie de jumelage existente entre Toulouse y Barcelona, viaje a aquella capital para montar una fiesta en Barcelona, por la Mercè, la Mercè de 1979, y entre lo que pude conseguir había un par de bueyes que un carnicero anarquista, de padre español, se comprometía a asar en la plaza de Sant Jaume, y un concierto de Claude Nougaro -Le jazz et la java- en el Palacio de los Deportes. Pero en esas llegaron los comunistas y nos quedamos sin bueyes y sin Nougaro. No sé si porque no les gustaba el jazz, o la java, o porque eran vegetarianos.

Así que me perdí la fiesta de la vaca folle en el Luxembourg, pero en lo que a carne se refiere me regalé como un zopilote carroñero. En Lipp, me tomé un codillo de cerdo que sabía a gloria, y en un restaurante bordelés cercano al Panthéon me zampé una mitonnée de tripes aux cèpes et au Sauternes como para resucitar al mismísimo señor de Montaigne o, si ustedes prefieren, a François Mauriac, el cual, si bien tenía pinta de alimentarse de sopes de farigola y pets de monja, en realidad era un sibarita y un temible carnívoro.

Sí, amigos, he comido una excelente carne en París (como la comí el pasado jueves -un chuletón hermosísimo y sabrosísimo- en Donosti, el asador-sidrería que tengo a un par de minutos de casa, en la calle de Rosselló, 365). Y es que como dice mi pariente Miau de Castellarnau, que de bovinos sabe un montón, desde que las vacas se han vuelto locas saben mejor, es decir, que ahora las cuidan, las miman, las vigilan y las controlan más, infinitamente más. Así que si hemos de morir por culpa de la vacas locas, será por las que nos comimos antes, pero no por las que nos comamos ahora. Y, puestos a morirnos de la vacas locas, o de lo que sea, mejor morirnos hincándole el diente a un chuletón.

París, en vísperas de la Navidad y del Año Nuevo, es una ciudad tan insufrible como Barcelona. La circulación se vuelve imposible y el gentío inunda los grandes bulevares, como un mar de olas que entran y salen de los grandes espacios comerciales. Mi hotelito está en el barrio de la Opera, junto a la Opera Garnier -a la que le han lavado la cara- y al atardecer apenas puedo dar un paso (ni con un bastón me respetan). Por suerte hallo refugio en el Harry's Bar -Sank Roo Doe Noo, como le decía Hemingway al taxista-, donde me sirven un generoso vaso de Paddy mientras, a mi lado, unos norteamericanos borrachos cantan I'ill be home for Christmas. Un buen refugio el Harry's Bar, como el Boada's en la hoy intransitable Rambla barcelonesa.

De París me he traído el tradicional hígado de oca trufado de Fochon (que nos zamparemos esta noche), las botellas de Sauternes (Château Rieussec de 1975, excelente año, que nos beberemos esta noche), un par de libros y un disco. Los libros son una biografía de Gainsbourg, de Gilles Verlant (Albin Michel, 165 FF) y otra de Marcel Schwob, Marcel Schwob ou les vies imaginaires de Sylvain Goudemare (Le cherche midi editeur, 139 FF). Cada vez me gusta más Serge Gainsbourg, cada vez le escucho más en casa y cada vez más me parece uno de los grandes poetas de la canción francesa. Cuando murió Gainsbourg, pronto hará 10 años, un anónimo redactor/ra de El Periódico escribió un breve con el siguiente título: "Los ligones también mueren". El breve decía así: "Feo, bajito y probablemente sentimental, Serge Gainsbourg ha muerto solo, en su casa de París, mientras su última esposa cenaba fuera. El tabaco, el alcohol y los devaneos sexuales le rompieron el corazón a él, que se lo había roto a no pocas damas. Jane Birkin entre otras. Descanse en paz quien se cansó tanto". Y nadie dijo ni pío y el redactor/ra se debió de quedar la mar de contento. Qué asco de periodismo, amigos míos.

De Schwob, el marido de Marguerite Moreno, el autor de Le Livre de Monelle, el amigo de Robert Louis Stevenson, ya les he hablado en otras hormas. Del libro de Goudemare, que estoy leyendo, me cantan el relato del viaje que Schwob, el joven Schwob, hizo en el verano de 1988, en tren, de París a Marsella. Viaje nocturno, de 17 horas de duración. Schwob se había comprado en la estación la edición original, en inglés, de La isla del tesoro, que se acababa de publicar. "Dès les premières pages", escribe Schwob, "je fus saisi par un sentiment d'étrangeté indescriptible, le jamais vu ni lu (...). Je tournais les dernières pages de Treasure Island, quan un vent frais pénétra dans le wagon: l'horizon se teintait de rose et un frisson particulier m'annonçait l'approche du matin".

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El disco es Chambre avec vue, de Henri Salvador. ¡83 años! ¡Y qué voz, qué feeling! Un gran tipo, Henri Salvador. En 1946 lanzó Cloplin-clopant: "Et je m'en vais clopin-clopant...". Feliz Navidad para todos. Y comed carne; comed ostras, langosta, besugo... y vaca loca. "Der Mensch ist was er isst!". El hombre es lo que come, dijo Feuerbach. Y, para vivir en este mundo, hay que estar un poco loco.

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