Niza: un fracaso para España y para la UE
El autor sostiene que, a pesar del triunfalismo del Gobierno, la construcción europea corre el riesgo de parálisis.
Niza cuenta entre sus especialidades gastronómicas con un tipo de ensalada -la salade niçoise- que lleva de todo. Quien la prueba, encuentra en ella todo lo que busca. No es extraño que todos y cada uno de los jefes de Gobierno hayan vuelto de Niza con la sonrisa en los labios, aunque la procesión vaya por dentro. Pero el triunfalismo de que hace alarde el presidente Aznar no es de recibo. El Consejo Europeo de Niza ha supuesto un doble fracaso para Europa y para España. Un fracaso para Europa, porque la reforma institucional pactada es insuficiente para acometer la ampliación con garantías de éxito.Nadie se ha dejado deslumbrar por el brillo de la cumbre. El presidente de la Comisión Europea, Romano Prodi, y el Parlamento Europeo han expresado su decepción por la escasa ambición del Tratado de Niza, calificado como un "acuerdo de mínimos". Los españoles han sido los últimos en conocer el nuevo Tratado y las posiciones que las distintas fuerzas políticas tienen al respecto. Aznar ha sido el último de los Quince en rendir cuentas en sede parlamentaria. Tony Blair lo hizo el lunes día 11, al día siguiente de la reunión de Niza; Lionel Jospin, el 12; António Guterres y Guy Verhoofstad, el 13; Jochka Fischer, el 15; el presidente del Consejo, Jacques Chirac, y el de la Comisión Europea, Romano Prodi, comparecieron el día 12 ante el Parlamento Europeo. Con un Parlamento como convidado de piedra, el euroescepticismo está servido.
Por otro lado, si en Niza ha habido algún "vencedor", no ha sido España. Alemania pasa de ser un gigante económico a ser el coloso político de la Unión, en un momento en que, con la ampliación al Este, el centro de la UE se traslada a Berlín. En confluencia con los países nórdicos, Alemania acentuará su inclinación histórica hacia Europa oriental y hacia los países bálticos, en perjuicio de la necesaria atención que la UE debe seguir prestando a los países del Sur y al conjunto del área mediterránea.
La construcción europea corre el riesgo de parálisis. El nuevo sistema de mayorías dificultará la toma de decisiones, con umbrales más altos y una triple llave de bloqueo que sólo Alemania podrá utilizar con plenitud. Con esta reforma abstrusa y compleja, la Unión se aleja de la transparencia que piden los ciudadanos. La extensión de los temas que debían pasar de la unanimidad a la mayoría cualificada era el barómetro más fiable de la voluntad política de reformas de los Quince, y ésta ha sido, precisamente, la mayor prueba del fracaso de la cumbre. El derecho de veto se mantiene en las materias que más afectan a los ciudadanos, como la fiscalidad y los derechos sociales. El tándem formado por Aznar y Blair seguirá siendo una rémora para la construcción de la Europa social. La Comisión Europea aumentará hasta alcanzar un total de 26 comisarios, un tamaño más próximo del camarote de los hermanos Marx que de un Ejecutivo eficaz. Los nuevos poderes otorgados al presidente de la Comisión no mejoran la situación, mientras no sea éste un cargo directamente elegido por la población.
En Niza, la UE ha renunciado a su capacidad autónoma de toma de decisiones en la política de seguridad y de defensa común. Si España apoyó la postura británica, con la renuncia a la autonomía habríamos pagado un precio muy alto por la pretensión de convertirnos en socios preferentes de Estados Unidos.
La Carta de Derechos Fundamentales, que hubiera significado un avance pese a ser manifiestamente mejorable, ha sido despojada de todo valor jurídico vinculante, al menos por el momento. Para más escarnio, los jefes de Gobierno han privado la Carta de su dimensión simbólica al renunciar a su proclamación solemne. La Agenda Social Europea ha sido diluida y, en definitiva, el avance reclamado por el movimiento sindical y los movimientos alternativos en el modelo social y ambiental europeo han quedado prácticamente inéditos.
El Gobierno ha fracasado en su objetivo de equiparación con los cuatro grandes, aunque se aproxime a ellos. El deterioro de nuestra capacidad de bloqueo en el Consejo, la renuncia a uno de nuestros dos comisarios y la pérdida de peso relativo en el Parlamento Europeo arrojan un balance muy preocupante para la influencia de España en los tres vértices del "triángulo mágico" que representan estas tres instituciones, y en un sentido más amplio, para la influencia de España en el futuro de la construcción europea.
España perderá en 2005 uno de sus dos comisarios, sin que por ello se haya premiado suficientemente su renuncia. El Gobierno no ha sacado fruto suficiente de la Declaración número 50 del Tratado de Amsterdam, que le garantizaba la compensación de un mayor peso relativo en las decisiones del Consejo. Polonia ha conseguido el mismo peso que España sin la ventaja de aquella Declaración.
El presidente Aznar ha sacrificado nuestra representación en el Parlamento Europeo aceptando una reducción de 64 a 50 diputados, siendo España el país que ha perdido proporcionalmente más escaños en el nuevo reparto. Esta decisión acentuará el bipartidismo de la Eurocámara en perjuicio de la pluralidad del arco parlamentario.
El Gobierno ha establecido mal sus prioridades, ha mantenido una estrategia errática y ha hecho concesiones innecesarias para obtener muy poco a cambio y no ha sabido construir las alianzas necesarias para defender sus posiciones. El primer ministro portugués ha censurado lo que él considera la hegemonía española en la península Ibérica y un trato de favor de España frente a Portugal dentro de los Quince. España debería intensificar su cooperación con Portugal, propiciando una mayor convergencia con nuestros vecinos en el ámbito de la Unión Europea.
Pero Aznar se ha presentado en Niza a remolque de los demás, sin ideas propias. La única propuesta que ha planteado ha sido la lucha contra la inmigración clandestina. Si la grandeza de España se mide con aportaciones de este calibre, el Gobierno ha colocado muy bajo el listón de sus ambiciones.
Tan sólo en un tema de vital importancia para España, como son los fondos estructurales y de cohesión, el Gobierno ha obtenido un resultado razonablemente positivo.
En 2004, una nueva reforma del Tratado precisará las bases constitucionales del futuro de Europa. Para Izquierda Unida, la UE debe orientarse hacia la construcción de un espacio económico y social integrado, con recursos suficientes, y de una Unión política capaz de aportar al proceso de mundialización su propia experiencia histórica y sus valores más universales. Para conseguirlo será necesario desplegar más inteligencia y generosidad política y más protagonismo de los ciudadanos.
Gaspar Llamazares es coordinador general de Izquierda Unida.
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