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África, un negocio muy privado

Ramón Lobo

La Francia del padre de Jean-Christophe Mitterrand es responsable, en alguna medida, del genocidio ruandés, que, en la primavera de 1994, costó la vida a cerca de un millón de tutsis y hutus moderados. Ryszard Kapuscinski lo explica muy bien su último libro, Ébano: una llamada del presidente hutu Juvénal Habyarimana a François impidió la caída de ese régimen radical y favoreció el clima de la matanza.Jean-Christophe, conocido en Ruanda y en otro lares como Papa m´a dit (Papá me ha dicho), fue el responsable africano del Elíseo en los años anteriores a esa masacre, pero después se mantuvo muy activo, viajando de un dictador a otro, apuntalando las grietas de regímenes corruptos y defendiendo siempre sus intereses nacionales. Ahora le han detenido en Francia por su presunta relación con una red de venta de armas en Angola, otro país bañado en una guerra eterna, destruído física y psíquicamente, pero productor de ricos minerales (diamantes, oro) y petróleo. No es Jean-Christopher el único ni el principal europeo ilustre mezclado en un mercadeo oscuro.

Francia sostiene desde el final de la guerra fría una extraña pugna política con Estados Unidos, una partida de ajedrez por el control de África; dos visiones neocolonialistas frente a frente: una arcaica y otra más moderna, americana, que envuelve los intereses en ideales.

Ruanda, los Grandes Lagos en general, los dos Congos son sólo algunos ejemplos. Pero también Liberia y Sierra Leona. Allí, los países de habla inglesa, EE UU y Reino Unido, combaten el origen de la guerra: los diamantes, bien tratando de asfixiar al presidente liberiano Charles Taylor (un remedo de Slobodan Milosevic), bien luchando contra la guerrilla sierraleonesa apoyada por Monrovia. En esta partida no hay ideología, tal vez por ello, Francia, a través de interpuestos, coquetea en esa zona con los enemigos del imperio inglés.

Armas, diamantes, mercenarios, drogas, blanqueo. Negocios. Y ahora, por fin, una brizna de luz y taquígrafos.

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