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La cautividad tubaliana

¿Es necesariamente mala la invención de un país? Quiero decir si desmerece en algo un país porque haya sido inventado por la imaginación poderosa y determinada por la necesidad de algunos hombres y no pueda ser considerado especie natural que estuviera ya ahí antes incluso de que la Historia iniciara su camino. El término imaginación es clave en "Y se limpie aquella tierra", el último libro de Mikel Azurmendi, escrito con audacia y genio. Me atrevo a decir que el libro mismo es fruto de una poderosa imaginación. Aquella que es capaz de recorrer tres siglos y dibujar a través de ellos el arco de un fracaso: ese en el que se asienta nuestra modernidad y es fuente y origen de nuestra tragedia. A lo largo de esos tres siglos se inventa un país que previamente no existía, el País de los Vascos, la hoy tan mentada Euskal Herria.La oportunidad de las respuestas dadas a la necesidad histórica determinará el tipo de país que se quiere, y prefigurará también a quién sirve ese país. Las respuestas serán distintas si lo que se quiere es un país con los Otros o un país contra los Otros, un país que sirva para la promoción de todos sus ciudadanos o un país que beneficie fundamentalmente a unos cuantos. En este sentido, el libro de Azurmendi no es un libro antinacionalista. Nos explica la génesis de un constructo identitario incapaz de abandonar un germen que lo corroe y que aboca a lo que hoy es ya más que una amenaza: la limpieza étnica. ¿Era forzoso que hubiera sido así? La respuesta negativa de Azurmendi es la expresión desnuda de un deseo. La de quien desde el presente es capaz de ver en el pasado otras posibilidades que otros recorrieron, pero ese deseo actúa como foco iluminador que deja al desnudo nuestras miserias. Y que diluye además algunos espejismos. Lo que ha sido no es nunca lo único que pudo ser. Si ha ocurrido así, habrá sido por señaladas carencias, determinables desde la propia contemporaneidad de los hechos. Y en ese caso, habrá que poner a cada cual en su sitio, llámese Garibay, Poza, Larramendi o Peñaflorida.

Pero esta historia no comienza mal. La invención, o mejor, la adecuación del mito de Túbal, fue una respuesta conveniente y adaptada a los nuevos tiempos. El mito tubaliano es un mito integrador, y que beneficia a los vascos, pero que fundamenta su integración como excepción dada por la pureza de su origen. Y es ahí donde está la cara negativa del mito, negatividad que se hará más evidente a medida que en épocas posteriores se vaya recurriendo a él y cargando su significación sobre ese aspecto que lo predetermina como excluyente. El quicio de ese cambio hacia la negatividad del mito y a su conversión en ideología lo constituirá Larramendi, figura central y maestra del ensayo de Azurmendi.

¿Por qué todo es genérico en la "Corografía", se pregunta Azurmendi. Y responde: "Porque desde lo genérico es como mejor se oye el eco de la diferencia". Y, en efecto, será el jesuita de Andoain el gran inventor de la diferencia, a la que tratará de definir desde su pureza originaria como oposición hacia el Otro, en este caso ya el Otro liberal, el español. El error de Larramendi no estribará en haber sabido idear al vasco y en haber configurado ya el Zazpiak bat, sino en haberlos concebido de espaldas a la nueva concepción del hombre que se imponía en Europa. Pero se trata de una cuestión de principio: si Larramendi configura un "nosotros" étnico y racista es precisamente para defenderse de esa nueva concepción. Los posteriores ilustrados vascos tampoco sabrán dar una respuesta. Pues ese es, en definitiva, el fracaso: que el mito integrador acaba convirtiéndose en mito de parte, y que aunque la mona se vista de seda mona se queda. Y así, cuando los nacionalistas actuales hablan de que ésta es una sociedad plural, lo que presupone una concepción igualitaria, están enmascarando la verdad. Esta es una sociedad de privilegios. Los que amparan a quienes tienen derecho a vivir sin amenazas, frente a quienes no pueden hacerlo. Túbal de nuevo.

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