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Un hallazgo bioclimático

Un libro desvela las virtudes de los miradores para regular la temperatura de las casas

Uno de los elementos arquitectónicos que definen la ciudad de Vitoria es el mirador. Quizás para los habitantes de la capital alavesa este componente de sus edificios pase a veces inadvertido, pero llama la atención de cualquier visitante y también de los expertos, como muestra el libro Miradores, editado por el Colegio de Arquitectos Vasco-Navarro. En él se descubren aspectos poco conocidos de estas prótesis de madera y cristal que se colocan en las ventanas balconeras de las casas; y se destacan sobre todo las ventajas bioclimáticas del mirador.El volumen, que se presentó la semana pasada en Vitoria, recoge una serie de fotografías realizadas por Jaime Pérez de Arrilucea en los últimos 20 años, y un revelador estudio de Ramòn Ruiz-Cuevas Peña, que desvelan algunas de las razones por las que hace 150 años se comenzaron a popularizar estos elementos arquitectónicos.

Quizás la más recurrente sea la de la evolución del urbanismo tras las guerras carlistas, que estuvo acompañado del descubrimiento de nuevas técnicas constructivas. Como señala Ruiz-Cuevas, a mediados del XIX, "la ciudad rompe su corsé medieval y se ensancha. De los estrechos lotes góticos se pasa a solares amplios, con edificios que se diseñan con huecos más grandes, para dar luz y ventilación a las viviendas".

Pero el clima de Vitoria no da para muchas ventilaciones, y menos hacia 1850, cuando los inviernos eran mucho más fríos y la calefacción se limitaba a la cocina y a los calentadores de las camas. Ahí surge, inconscientemente, la necesidad de aprovechar hasta el último rayo de sol.

El recorrido por los miradores de Vitoria confirma este principio, a pesar de la variedad de las respuestas constructivas. El principio es siempre la regulación de la temperatura en una vivienda en un clima frío, pero que también cuenta con intensas jornadas de calor en verano.

El funcionamiento es muy sencillo: el mirador se orienta al sur, y se coloca en una pared que reciba con generosidad el calor, como lo es el muro de carga realizado en piedra que se usaba en el XIX.

Así, el sol -que en invierno está más bajo- atraviesa los cristales del mirador y calienta el muro a lo largo del día. Por la noche, esta energía almacenada en la piedra se transmite por irradiación al interior de la casa. Además, este espacio se convierte en un lugar más que agradable para pasar la jornada y disfrutar de lo que ocurre en la calle.

Ya en verano, esta estructura arquitectónica responde de diferente manera a los poderosos rayos del sol. En esos meses de estío, y en colaboración con cortinas, celosías o visillos, el mirador amortigua la llegada del calor al hogar ya que los rayos de sol son más verticales. Entonces, gracias a la ventilación de la estancia, se puede establecer una corriente que refrigera la casa en esas semanas. Y así, el vecino puede seguir disfrutando de la que fue primera intención de este elemento: la de mirar sin ser visto el ajetreo de la ciudad de Vitoria.

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