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El Popocatépetl escupe piedras y bolas de fuego

Juan Jesús Aznárez

El campesino de 74 años Teodoro Matamoros murió de miedo, fulminado por un infarto, minutos después de que el volcán mexicano Popocatépetl registrase, a las 19.13 (hora local) del lunes, su erupción más fuerte en medio siglo. El cráter expulsó primero chispas y después toneladas de piedras incandescentes y bolas de fuego, que se elevaron cientos de metros y cayeron desparramadas por las faldas de una montaña de 5.465 metros situada a 60 kilómetros al este de Ciudad de México, entre los Estados de Morelos y Puebla.Sucesivas explosiones, columnas de humo de cuatro kilómetros de altura y una lluvia de rocas encendidas acompañaron la erupción más violenta de Don Goyo, a la que siguió otra, a las dos de la madrugada de ayer. La gravilla al rojo vivo despedida por un fogón de 110 metros de diámetro, a 600 grados de temperatura, iluminó la noche y alcanzó entre los 500 y los 1.000 metros de distancia. Las vomitonas, que no llegaron a formar ríos de lava, fueron seguidas en directo por millones de mexicanos a través de las dos principales cadenas de televisión nacionales.

Sólo murió Teodororo Matamoros, pues el 95% de los 48.074 habitantes de las faldas en peligro abandonó sus domicilios para alojarse en los 1.232 centros de refugio habilitados por el Gobierno. "¿Y quién va a cuidar a mis marranitos si me voy? ¿Quién me los va a pagar si los pierdo?", argumentaba Josefina López, que prefirió quedarse. "Mamá, toda esa lumbre en el cielo me espanta", protestaba su hijo, de 10 años.

El Gobierno teme que, de aumentar la actividad, podría literalmente fundirse el glaciar situado en la cima de la montaña, que se convertiría en un río de lodo y sepultaría a varias comunidades. El material escupido, según los expertos, sólo representa el 5% de los 14 millones de metros cúbicos de lava o magma almacenados en el horno, de 70 metros de profundidad, de un volcán en actividad constante durante casi diez siglos. Permaneció dormido desde 1927, pero en 1994 despertó con grandes exhalaciones y unos penachos de humo y ceniza de ocho kilómetros.

El presidente Vicente Fox decretó la alerta máxima y más de 2.000 soldados y 800 voluntarios colaboraron en en el traslado de los vecinos de 22 comunidades, convencidos la mayoría de que Don Goyo volverá a dormitar. Sin embargo, a las 16:30, hora local, el volcán volvía a escupir rocas incandescentes.

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