Dialogar, también, con ETA VICENÇ VILLATORO
Todo el mundo está de acuerdo en que la manifestación de Barcelona tras el asesinato de Ernest Lluch pedía diálogo. No todo el mundo lo interpreta igual, incluso entre los que aceptan la petición. Para algunos es diálogo de todos contra ETA. Para otros, diálogo entre todos para poder hablar después con ETA. Para otros, diálogo incluso con ETA, ya. Probablemente en la manifestación participaba gente que tenía interpretaciones distintas de la misma palabra. Personalmente, para evitar que se interprete mal la millonésima parte del mensaje colectivo que corresponde a mi participación en la manifestación, intento explicar qué es lo que pedía. Intento explicar los principios de una petición de diálogo que debe desembocar en un momento u otro en un diálogo con el mundo de ETA.1. Lo que convierte en repugnante a ETA son los métodos, no los objetivos. ETA mata en nombre de la independencia y el socialismo. El problema no es ni la independencia ni el socialismo, sino que mata y que amenaza, secuestra y destruye. Ciertamente, debemos tener la sospecha de que una independencia y un socialismo conquistados desde la minoría por las armas desembocarían en una situación totalitaria. Es una sospecha que pesa sobre todas las vías insurreccionales. Pero eso no convierte la independencia y el socialismo en objetivos inevitablemente totalitarios.
2. El principal problema de Euskadi es la violencia. Acabar con la violencia es un objetivo prioritario, que no debe aparecer asociado a ningún objetivo político concreto ni condicionado a un determinado programa. Es inadmisible que se condicione el fin de la violencia a la independencia, pongamos por caso, pero es inadecuado también que se ponga por delante un programa político concreto -la Constitución, el Estatuto, la unidad de España- al fin de la violencia.
3. El fin de la violencia sólo puede aparecer asociado a un horizonte político: la democracia, que es el respeto a la decisión de la mayoría y al derecho de la minoría a defender sus posiciones. Aunque la Constitución sea democrática, puede haber democracia fuera o más allá de la Constitución. Los vascos tienen derecho a decidir su propio futuro, sea cual sea. El derecho de autodeterminación es esto, y no es ni el equivalente a la independencia ni la necesidad de hacer un referéndum pasado mañana. Es reconocer que los vascos deciden por mayoría democrática y que pueden decidir lo que quieran y que la decisión se debe respetar, sea la independencia, la autonomía o la unidad de España. Pero esto sólo puede decidirse en un clima de paz y sin presión violenta en ninguna dirección.
Para mí, éste es el marco del diálogo, y a partir de este marco, debemos dar correlativamente tres pasos. Primero, acabar con el linchamiento del nacionalismo democrático. Segundo, recomponer la unidad de acción entre todos los que quieren de verdad acabar con la violencia. Tercero, hablar con ETA. El objetivo es que ETA deje de matar y de ejercer cualquier forma de violencia, desde la convicción de que en una democracia todo puede ser defendido pacíficamente y respetando las reglas del juego. Y esto sólo lo puede decidir ETA. Hay que crear las condiciones para que lo decida, para que no tenga otro remedio que decidirlo.
¿Qué significa negociar, en este caso? Cuando negociamos en la vida privada no significa que estemos dispuestos a conceder lo que no creemos o lo que no tenemos. Cuando una democracia negocia no puede poner sobre la mesa nada que quede fuera de la democracia. No puede aceptar que una minoría imponga un modelo a la mayoría por la vía de la fuerza. La democracia sólo puede poner democracia en la mesa de negociación. Pero tenemos margen. Se puede hablar de los presos. Se puede hablar de los problemas individuales, como se ha hecho en Irlanda. Se puede reconocer que la voluntad de los vascos será respetada, siempre que se exprese democráticamente y en unas condiciones que hagan creíble la decisión. Esto no es exactamente lo que se está poniendo ahora sobre la mesa, cuando se insinúa y a veces incluso se dice que el problema de ETA e incluso de Lizarra no es la violencia, sino los objetivos políticos. Que pesa más el temor a un proceso hacia la independencia -aunque fuera democrático- que la repugnancia por la violencia.
Esto no es una fórmula para la paz. Alguien ha criticado la manifestación de Barcelona porque no está claro que el diálogo sea una vía práctica para acabar con la violencia. Y tienen razón. No lo es. Tampoco lo es la negativa sistemática al diálogo. El mensaje terrorífico de ETA con el asesinato de Ernest Lluch -y tres semanas después con el del concejal Francisco Cano- es de un autismo, una insensibilidad y una voluntad de enfrentamiento de cara que hacen ser muy pesimista. El diálogo no es una fórmula, sino una actitud. No es una forma de pragmatismo, sino una voluntad de coherencia. Una opción moral, si se quiere. Probablemente no la única posible. Pero que también debe ser posible. Al menos en una parte, la que se expresó en Barcelona.
Vicenç Villatoro es escritor y diputado por CiU.
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