El futuro de Barcelona mira otra vez al mar
Barcelona ganó cuatro kilómetros de costa en la operación olímpica. En aquel momento, esta actuación urbanística se convirtió en emblema de la nueva ciudad, que descubría el mar, al que, se decía, había dado la espalda durante décadas. Hoy, Barcelona se halla inmersa en un proceso de recuperación de casi 30 kilómetros de litoral: 14 en el norte y otros tantos por el sur. Una actuación que sólo puede ser comprendida si se acepta un discurso que el alcalde, Joan Clos, viene repitiendo en los últimos meses: Barcelona no se acaba en su límite municipal. Barcelona supera su propio territorio y se desparrama por las poblaciones colindantes, sin voluntad anexionista, respetando las diferencias, porque esas poblaciones se benefician a su vez de ser vendidas en el mercado internacional bajo la marca Barcelona. El resultado es un movimiento de optimismo que desborda la ciudad, se expande hacia el Baix Llobregat, los dos Vallès y el Maresme y alcanza el Garraf e incluso las comarcas de la Anoia y el Bages para volver aumentado a Barcelona. Un optimismo que contagia a amplios sectores de la sociedad catalana.Barcelona, la Barcelona administrativa, tiene 100 kilómetros cuadrados. Pero la real, la que se muestra como una unidad de mercado inmobiliario en las publicaciones especializadas, ésa tiene 500 kilómetros cuadrados y tres millones de habitantes, con una densidad media de 6.000 habitantes por kilómetro cuadrado y un gran parque central: las 9.000 hectáreas de la sierra de Collserola. Hasta ahí los paralelismos con Madrid. A partir de ese punto, terminan. La orografía de Barcelona es muy distinta: con un amplio frente litoral y las montañas que configuran la principal aglomeración urbana. Y en ese litoral, justo en el centro que va de Montgat a Castelldefels, se dibuja un pequeñísimo cabo con dimensiones suficientes para un aeropuerto casi natural que permitirá que los aviones entren y salgan sin grandes incomodidades para la población que se agolpa en los terrenos adyacentes. Clos, aviador por afición, asegura que un aeropuerto así es casi único, como si hubiera sido arrancado al mar: el sueño de un piloto.
El aeropuerto es una pieza clave de la futura Barcelona. Lo dice Joan Clos, pero lo repiten representantes de varias instituciones civiles catalanas. Por ejemplo, el presidente de la Cámara de Comercio, Antoni Negre, pero también el presidente de la Cámara de Contratistas, Rafael Romero, y el presidente del Círculo de Economía, Salvador Gabarró. Incluso, en la acera opuesta al Ayuntamiento, el Gobierno catalán reconoce que el aeropuerto es una de las claves del futuro de Cataluña.
El aeropuerto empezó a crecer por encima de sus expectativas a partir de las obras efectuadas con motivo de los Juegos Olímpicos de 1992. Entonces nadie preveía incrementos de tráfico de más del 10% anual. Sin embargo, así fue, hasta hacer que las instalaciones de El Prat empezaran a ser vistas con preocupación porque podían quedar colapsadas. El problema de una infraestructura es que si no satisface al usuario, éste busca otra. Es decir, su colapso jugaría a favor de otros aeropuertos cercanos (incluido Barajas).
Tras no pocas tensiones, se logró un principio de acuerdo entre las administraciones y las instituciones: el aeropuerto sería ampliado para dotarlo de las instalaciones adecuadas para 40 millones de pasajeros (hoy está en torno a 17 millones), con una tercera pista y una nueva terminal y medios de transporte que lleven a los usuarios hasta sus residencias: el metro y los trenes de Cercanías, por una parte, y el AVE. Esto configura una Barcelona capital de un territorio que va de Valencia a Montpellier, y por el interior llega hasta Zaragoza y Toulouse.
Por una industria compatible con el ocio
El aeropuerto (la nueva industria, según Pasqual Maragall) y el AVE, junto a la ampliación del puerto, dibujan un sur de la ciudad que se convierte en motor económico. El Baix Llobregat presenta índices de crecimiento por encima de la media catalana. Con las nuevas infraestructuras puede salirse del mapa. La nueva economía reposa en nuevas industrias, la adaptación de las viejas (explica Salvador Gabarró) y también en la organización de un conjunto logístico para el que la zona del delta del Llobregat ofrece el puerto, el aeropuerto, un potente sistema ferroviario y conexión con la red europea de autopistas.Si el sur de Barcelona se configura como el músculo industrial, al norte de perfila un notable crecimiento residencial en torno al delta del Besòs, desde la nueva Diagonal Mar hasta Montgat, con un potente núcleo central: Badalona. En esta zona se proyecta la recuperación de 14 kilómetros de costa casi íntegramente vinculados a espacios residenciales y de ocio. Un foco de atracción donde se van a construir siete millones de metros cuadrados de techo, residencial y terciario (hoteles y oficinas). Y en su flanco sur, el 22@, más de 100 hectáreas de espacio urbano destinado a acoger la nueva economía, industrias vinculadas a la investigación y a las nuevas tecnologías. Uno de los objetivos de la ciudad que viene, según afirma Antoni Negre que defiende la conveniencia de que culmina "un conjunto de grandes infraestructuras, del transporte público y también la potenciación de parques científicos". El complejo 22@, el nuevo Poblenou que tiene ya una notable demanda cuando apenas sí existe materialmente, ofrecerá a las empresas agua caliente y fría, además de fibra óptica, cable y otras prestaciones. Con la ventaja de que a su lado permite, dosificada, la instalación de viviendas porque las nuevas industrias no son contaminantes, ni sucias ni malolientes ni ruidosas. Empresas herederas, explica Salvador Gabarró, de la Barcelona que ha sabido hilvanar producción y otras aportaciones como los servicios. Una Barcelona asociada a la noción de diseño.
Es una industria compatible con el ocio y el turismo. Desde 1992, Barcelona es una mancha destacada en el mapa del turismo europeo. Y, "como se trata de un turismo cultural y de calidad, ya no sentimos vergüenza por ello", afirma Gabarró, que resalta los excelentes frutos económicos de haber hecho que el sector turístico sea uno de los más estables de Cataluña, gracias a la oferta cultural de la ciudad. "Barcelona tiene excelentes ocupaciones hoteleras entre semana y también en fin de semana", añade.
El ocio es uno de los ejes de la nueva Barcelona. No fue casual que uno de los pocos puñetazos en la mesa que a Clos se le conocen sea la compra del parque del Tibidabo. El Ayuntamiento ejerció el derecho de retracto tras ser asignado en subasta por un precio inesperadamente bajo. Fue, por supuesto, un homenaje a la memoria popular, pero no sólo eso. Tras el gesto de Clos estaba una concepción de ciudad que apuesta por los servicios, incluidos los turísticos y de ocio. Barcelona se quiere industrial y residencial y de servicios e incluso rústica, lo que explica la defensa del parque agrícola del Baix Llobregat, tan cerca de la ciudad y del aeropuerto.
Proyecto, proyectos, proyectos. Barcelona es, desde hace una década, la ciudad de los proyectos, del entusiasmo, de la ilusión. Entusiasmo e ilusión que, según no pocos agoreros, tenían que declinar necesariamente después de la eclosión de 1992. No fue así. Sigue habiendo casi euforia. "Quizá por eso hay tanta coincidencia en los proyectos", afirma el propio Clos. El Ayuntamiento concita la adhesión de las instituciones ciudadanas (Cámaras, Fira, asociaciones empresariales). Su entusiasmo es contagioso y hace pensar a Negre que el papel mundial de Barcelona seguirá siendo importante. Salvador Gabarró y Rafael Romero, por su parte, señalan el papel esencial del tiempo en la creación de las infraestructuras que definen la nueva ciudad. Y mientras Romero señala la conveniencia de buscar órganos de codecisión, Gabarró resalta el amplio consenso social sobre los proyectos, y José Luis Morlanes, presidente del Consejo Comarcal del Baix Llobregat, pone de relieve que ese consenso va más allá de las fuerzas sociales y alcanza a casi todos los partidos políticos. Gabarró va más allá y afirma que parte del optimismo que percibe en Barcelona es consecuencia del acuerdo amplio entre administraciones, partidos e instituciones sociales.
Hay riesgos. Uno, la discordia. Otro, que Clos y Gabarró coinciden en apuntar la creación de guetos. La ampliación de la ciudad puede acabar especializando zonas. Sería fatal para la convivencia. La solución que ambos proponen es la misma: mezcla y diversidad. No inventan, miran hacia atrás y describen cómo ha sido la Barcelona del último siglo: acogedora, plural, emprendedora y mestiza.
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