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Una Babel de fin de milenio

El Colegio América de Sevilla recibe un premio del Ministerio de Educación por su plan de formación para inmigrantes

Japoneses, marroquíes, ucranianos, azerbayanos, argelinos, kenianos, zaireños, ecuatorianos, nigerianos, armenios y chinos, muchos chinos. No se trata de una selección de representantes de la asamblea de la ONU, sino del amplio repertorio de nacionalidades que uno puede encontrar por los pasillos del Colegio Público de Educación para Adultos América de Sevilla. Una auténtica Torre de Babel de finales de milenio que ha recibido el premio Miguel Hernández que concede el Ministerio de Educación por su empeño por formar a los inmigrantes, combatir el analfabetismo y las desigualdades y promover su inserción en el mercado laboral.Un reto personal que Fernando Fernández Sánchez, 53 años, profesor del Colegio América y coordinador del Plan de actuación global e integradora con inmigrantes, se fijó allá por 1992 cuando cuatro alumnos chinos recalaron en su clase y que, ocho años después, se ha materializado en un complejo proyecto de formación y ayuda a los inmigrantes que se extiende por otras provincias como Málaga y Granada.

"Cuando en 1992 recibí en mi grupo de neolectores a los primeros inmigrantes chinos perdía casi el 60% del tiempo de la clase con ellos, así que en cuanto la Consejería de Educación sacó los planes de innovación educativa solicité uno de atención a los inmigrantes", explica Fernando Fernández recordando los comienzos de su aventura. "Se corrió la voz y en un solo curso quintuplicamos el número de estudiantes inmigrantes, casi todos chinos". Corría el curso 1994-95, el proyecto daba sus primeros pasos en firme y en Europa acababa de explotar el polvorín de los Balcanes. "Por aquel entonces nos llamaron de Comisión Católica para preguntarnos si podíamos atender a varios matrimonios de refugiados bosnios con problemas económicos. Era algo novedoso, porque hasta ese momento la mayoría de nuestros alumnos eran chinos que sí tenían una economía solvente gracias a sus negocios de restauración en la ciudad", relata. Para hacer frente a estas nuevas demandas, el proyecto de Fernando dio otro salto: en 1996 se constituye la ONG Esperanza de nuestra tierra con el objetivo de atender a los refugiados políticos y a los inmigrantes más desfavorecidos.

Pero la cosa fue a más. Entre la comunidad china se propagó la existencia de este programa de formación y el número de alumnos se incrementó considerablemente. Aunque ya no sólo eran los adultos los que solicitaban una plaza para aprender español: la nueva demanda del colectivo chino era que se formara también a sus hijos. Pero no enseñándoles español, idioma que ya dominaban por haber nacido o crecido en España, sino chino mandarín -el dialecto oficial de los 1.200 millones de habitantes de China, donde existen 55 dialectos distintos- para evitar el desarraigo con la cultura de sus antepasados. Así, a la ya larga cadena del proyecto se le unió una nuevo eslabón auspiciado por los propios alumnos: la Asociación de Chinos en Andalucía, que desarrollan sus activides los fines de semana en los Colegios de Cultura China de Sevilla, Málaga y Granada, donde están matriculados 150 niños chinos, algunos de ellos adoptados o acogidos por parejas españolas.

Para que este complejo entramado de programas educativos funcionase fue necesario tejer una tupida red de voluntariado que actualmente componen 29 personas. Voluntarios como María Jesús Delgado, una profesora que se muestra orgullosa de la entrega y de los avances de sus alumnos: "Empezaron de cero a principios de septiembre y algunos ya son capaces de hacer construcciones sintácticas simples y de escribir al dictado". La misma satisfacción que encuentran María José Sánchez y Mari Carmen Sánchez, dos alumnas de 3º de Pedagogía que dos días a la semana realizan tareas de apoyo con los alumnos más atrasados. "Es complicado por lo dificultoso que les resulta nuestro idioma, pero se esfuerzan para coger el ritmo de la clase", explican.

En otra aula, los alumnos más aventajados se sienten con fuerzas para afrontar un reto que a muchos españoles les resulta casi insalvable: sacarse el carné de conducir. Aquí es Luis, un monje budista que domina el chino mandarín, quien imparte las clases teóricas, en las que traduce a sus alumnos el complejo lenguaje del manual.

Pese a la buena marcha del proyecto en estos ocho años, Fernando Fernández no se da por satisfecho. Ahora aspira a que el premio que le ha concedido el Ministerio de Educación le permita cumplir con otro de los fines que se marcó: conseguir la inserción de sus alumnos en el mercado laboral y ampliar así sus horizontes vitales. Por lo pronto su labor ya ha trascendido y su proyecto fue elegido como candidato a otro premio de tres millones de pesetas que otorga el Ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales en uno de los telemaratones solidarios que por estas fechas monopolizan las programaciones televisivas.

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Con o sin este dinero, Fernando Fernández tiene pensado crear la primera Empresa Social para inmigrantes de Andalucía, en la que se organizarían talleres de nuevas tecnologías; de cocina, seguridad, educación e higiene en el trabajo, principalmente orientados al colectivo chino por sus estrechas relaciones con el sector de la restauración. Un colectivo que ha encontrado en Fernando, además de a un profesor, a un confidente y a un amigo. "Si tiene algún problema, acuda a Fernando", cuenta entre risas que rezaba un editorial publicado en un periódico que la comunidad china edita en Sevilla.

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