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Cenicientas

Rosa Montero

Resulta que este año se cumple el primer centenario del nacimiento de la Seguridad Social. El dato me lo ha recordado una asociación de empleadas del hogar de Bilbao, la ATH-ELE, que, con tan fausto motivo, ha lanzando una campaña reclamando la igualdad en las prestaciones sociales. Las mujeres de la limpieza se han hartado de seguir siendo, un siglo más tarde, las cenicientas de los trabajadores, y nunca mejor dicho, porque ya saben que Cenicienta era una chica explotada por sus hermanastras, que la tenían todo el día dale que te pego fregando la casa como una esclava.El ámbito doméstico es un espacio laboral ambiguo. Las empleadas del hogar están solas en una casa ajena, poseen un nivel de estudios usualmente bajo y se dedican a un trabajo que todo el mundo desdeña: los hombres, porque nunca lo han considerado un verdadero trabajo, y las mujeres, porque generalmente lo detestan. Por si esto fuera poco, ahora la mayoría de las empleadas son extranjeras. Quiero decir que las trabajadoras del hogar reúnen muchas papeletas para la explotación y para el abuso. Me consta que muchas tienen que aguantar tontas humillaciones y a un buen montón de imbéciles.

Pero no es eso lo peor. Lo verdaderamente inadmisible es que el marco legal corrobora esa indefensión. De hecho, están sujetas a un régimen especial de la Seguridad Social que resulta totalmente discriminatorio. Por ejemplo, no se les reconocen los accidentes de trabajo; no tienen desempleo; no cobran nada durante los veintiocho primeros días de la baja; sus pensiones son las más exiguas de toda la Seguridad Social, porque les aplican un cálculo especial. Además, no pueden darse de alta si trabajan menos de 18 horas semanales, y, si están contratadas en más de una casa, el empleador no paga nada y son ellas las que tienen que costearse la Seguridad Social. Si las propias leyes son así de injustas y de indignas con las trabajadoras del hogar, ¿cómo van a tratarlas después con una mínima ecuanimidad sus empleadores? Por si esto fuera poco, más de la mitad de las domésticas están sin asegurar y nadie toma medidas contra este abuso. Lo más triste de las cenicientas es que en el mundo real no existen príncipes.

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