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Muerte de un niño africano en la jungla del gueto londinense

El pequeño nigeriano se sentía acosado en un barrio dominado por bandas jamaicanas

Damilola Taylor murió camino de su casa al anochecer del pasado lunes. Tenía 10 años, era nigeriano y llevaba cuatro meses en Londres. Aún no había aprendido las reglas de la jungla urbana, la ley que imponen los matones en los guetos de los barrios desfavorecidos del Reino Unido, y murió desangrado de un corte fatal en la pierna. Mientras la policía interroga a dos chavales de 13 años y a una mujer de 39, detenidos el sábado en relación con el asesinato, la sociedad británica busca a los culpables indirectos de la tragedia en la propia estructura social.Ramos de flores y notas de pésame jalonan el último recorrido en la corta vida de Damilola Taylor. Desde la escuela Oliver Goldsmith a una olorienta escalera de un destartalado edificio de cemento y ladrillos, uno más del enjambre de bloques de viviendas, el gueto de Peckham, al sur de la capital, donde la familia nigeriana se instaló el pasado agosto. Ambas localizaciones forman parte del engranaje social que falló al niño de 10 años y ha avergonzado, como pocas otras tragedias, a la población y políticos británicos.

Unas ofrendas florales se acumulan tras la reja del colegio donde, según denuncian los Taylor, Damilola los bullies, los matones del patio que le llamaban "marica", le habían dado una paliza días atrás. Las vejaciones iban, al parecer, más allá de los rituales que se aplican a los novatos en las escuelas públicas británicas. El pequeño se sentía agradedido por ser nigeriano en un barrio de color donde las bandas jamaicanas dictan las reglas de la jungla. "Los nigerianos son gente orgullosa que se esfuerzan por labrarse un futuro y no comprenden la actitud de víctimas y de dependencia del Estado que tienden a adoptar los caribeños. Estos, a su vez, censuran a los africanos de aceptar trabajos mal pagados, de acloparse, en definitiva, al sistema. Nuestros hijos pagan ahora por esta rivalidad mutua que perdura desde hace décadas", explica Sylvester Gnakale, de origen africano.

Escolares de 10 a 17 años siguen el ejemplo de los mayores y forman sus propias cuadrillas de terror. Anuncian su ingreso en sociedad con pintadas en las fachadas de las colmenas de pisos sociales, un experimento urbano de la posguerra que alberga ahora a las tribus más desfavorecidas del Reino Unido, ya sean blancas, negras o mulatas. El complejo de Peckham es el gueto de Southwark, el Ayuntamiento donde se ubica la nueva Tate Gallery. Pero paisajes similares, con elevados índices de paro y criminalidad, se levantan en Notting Hill, Tottenham y otros municipios de Londres, Manchester, Belfast, Glasgow y demás ciudades británicas.

El pequeño Taylor posiblemente oyó hablar de los Peckham Boys o de los Ghetto Boys, las cuadrillas de niños caribeños de su barrio. "Merodean por aquí, enfrentándose sobre todo entre ellos. Tienen cuchillos y navajas, que utilizan para robar en las tiendas", cuenta Daniel Ajelgbe, aprendiz de carpintero. "También tienen pistolas de perdigones", apunta su amigo, Dane Camille. "No se les puede mirar a los ojos. Es la única forma de evitar que te ataquen", explica Joshua Goodrich, de 14 años.

Los tres chavales están junto a la puerta del ascensor donde murió Damilola. No le conocían pero, a su corta edad, aventuran qué pudo provocar el fatal navajazo. "No comprendía bien el inglés y llevaba poco tiempo aquí como para manejarse con soltura. Se quedaría mirando, el otro se lo tomaría como una ofensa y sacó la navaja sin intención de matarle", explica Josuah. La policía también parece descartar la premeditación.

Ya no quedan restos de sangre en el gueto. Los servicios municipales han fregado el descansillo, las escaleras y el tramo de calle donde atacaron al niño. Han repuesto las bombillas de los pasadizos que conectan los bloques de casas y están retirando los vehículos quemados y abandonados en esta zona de Peckham. Los vecinos se quejan de que ha sido necesario que ocurra una tragedia para despertar interés por sus temores ante el espiral de violencia, entre adultos y jóvenes, que observan en el barrio. "¿Por qué han esperado tanto tiempo?. ¿Por qué no vino antes la policía?", preguntan sin querer identificarse.

Pero Peckham está en pleno proceso de remodelación. Los cinco grandes bloques, en un complejo de 3.000 pisos, son gradualmente demolidos y sustituidos por casas unifamiliares, con jardín y garage propio. Con un presupuesto de 70.000 millones de pesetas, el nuevo diseño borra los lúgubres pasillos, los callejones y puntos vulnerables que aprovechan los criminales para atacar a sus víctimas y vender o pincharse heroína y crack.

Cuando se anunció el plan de demolición, en 1995, el 54% de sus residentes estaban en el paro, el 42% se sentía inseguro y 530 chavales habían sido expulsados de la escuela. Estadísticas similares se repiten en otros hormigueros de viviendas sociales del país.

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