Selva, encaje y embudo
La ley de la selva, del embudo y del encaje llegaron y se fueron como un soplo, y vuelven por sus giros como el soplo. Son pasado, presente y futuro, probablemente y a lo peor, en la Consejería de Educación valenciana. Y no encierran las leyes enunciadas emblema, jeroglífico o conceptualismo barroco alguno, porque hablamos de los vicios y miserias de la Consejería en el ámbito de la inspección educativa. Vicios legales, ilegales o alegales. Vicios cíclicos que van y vienen como el soplo.Veamos el giro, verdad o realidad primera del soplo, que suele ser casi siempre la verdad del filósofo y de su carbonero: un inspector de educación con carnet o afín al PP o al PSOE puede ser un excelente profesional o un chapucero, por la misma razón que un chapista es un excelente profesional o un chapucero con o sin carnet de la Liga Revolucionaria del Mas de les Oronetes. La segunda reflexión del carbonero y de su filósofo es la siguiente: dadas las importantes tareas que a los inspectores de educación se les encomiendan -y otras que se les deberían encomendar, aunque ese es otro tema-, dichos inspectores se han de seleccionar de forma imparcial, y atendiendo únicamente a sus capacidades y méritos profesionales y académicos, con independencia absoluta del partido político que administre la cosa pública. Pero no ha sido así durante las dos últimas décadas en la Consejería de Educación, porque un soplo va y luego vuelve por sus giros.
El aire de ese soplo lo conoce muy bien Baltasar Vives, ahora parlamentario opositor en las Cortes Valencianas. Y no es cauto ni discreto nuestro Baltasar como lo era el Baltasar Gracián de los aragoneses. Si lo fuese, respecto a la inspección educativa y a los inspectores, no cacarearía ideales en las Cortes o sobre el papel, porque en su día hizo el juego contrario, y de ello hay sobrada constancia en cualquier hemeroteca valenciana.
Hubo mucha irregularidad legal, ilegal o alegal en el nombramiento, en los concursos o en la designación más o menos dedocrática de los inspectores de educación. Y hubo la ley de la selva, que es una norma de conducta basada exclusivamente en la conveniencia personal; y hubo la ley del encaje, que es actuar discrecionalmente sin atenerse demasiado a leyes; y el hoy parlamentario Baltasar Vives conoce la ley del embudo, que es una norma de conducta muy tolerante para uno mismo, pero estricta para los demás. Pero el ciclo o soplo de Baltasar Vives se fue, y llegó el soplo o ciclo del PP.
El PP tuvo buenos maestros antes de llegar al poder, y en su ciclo se olvidó también de la verdad del filósofo y de su carbonero. En cuestiones de inspección educativa y selección de inspectores no se decantaron por ingenuos idealismos ni utópicas mejoras: otra vez la ley de la selva, la ley arbitraria del encaje y la ley del embudo como años antes. El pasado que es presente y casi camina hacia el futuro. Un soplo y otro soplo idéntico en los partidos que se alternan en el poder, como en la Restauración decimonónica. Un incordio y otro incordio para la ciudadania que está en el tema, para la educación, para la mayoría de inspectores con carnet o sin carnet que a su trabajo acuden y con su dinero pagan honestamente. Un jolgorio para inspectores trepadores y cucañistas -así calificaba A.Machado a determinados personajes de la vida pública- que pululan en el ámbito de la educación, una educación avinagrada.
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