Daimler se atraganta con Chrysler
Los problemas en Detroit ponen en aprietos la fusión con el gigante automovilístico alemán
Chrysler se le ha atragantado a Daimler. La mayor compañía alemana ha convertido lo que en 1998 se presentó como una "fusión entre iguales" en una simple absorción cuyos resultados, hasta ahora, han sido desastrosos. La antigua Chrysler (EE UU) ha entrado súbitamente en números rojos y algunos informes internos prevén que el año próximo las pérdidas pueden alcanzar los 2.000 millones de dólares (unos 400.000 millones de pesetas). El presidente de DaimlerChrysler, Jürgen Schrempp, empieza a escuchar peticiones de dimisión.Las acciones de DaimlerChrysler, que alcanzaron los 108 dólares en enero de 1999, no llegan ahora a 40. Los inversores estadounidenses han huido en desbandada (su participación en el capital ha bajado del 43% al 25%) desde que la compañía fue excluida del índice S&P de Wall Street por tener su sede en el extranjero y las recriminaciones entre alemanes y estadounidenses son constantes.
Las relaciones entre los americanos de Detroit y los alemanes de Stuttgart fueron malas desde el principio. La fusión, o absorción encubierta, sólo fue posible por el buen entendimiento personal entre los dos presidentes, Jürgen Schrempp y Bob Eaton, y porque el alemán parecía infalible en 1998. Había salvado Daimler-Benz del colapso con medidas tan drásticas como el cierre de la sociedad holandesa Fokker y su consejo de supervisión le permitió pagar 57 dólares por cada acción de Chrysler, pese a que cotizaban a 43 dólares en Wall Street. El precio total de la operación para Daimler fue de 36.000 millones de dólares (unos siete billones de pesetas al cambio actual).
Choque cultural
La idea parecía buena. Daimler necesitaba crecer y Chrysler necesitaba un socio en el exterior, porque sus exportaciones eran mínimas. Las dos compañías trabajaban en segmentos distintos y resultaban complementarias. Lo que nadie calculó fue el choque cultural. Y ha sido terrible. El diario Detroit News publicó el año pasado, basándose en comentarios de los directivos de la firma local, que los ejecutivos alemanes se comportaban "como Hitler en los Sudetes" y que Chrysler era "Checoslovaquia invadida".De puertas afuera, las cosas parecieron funcionar bien durante el primer año. Tras la fusión, las acciones conjuntas se dispararon un 30% y llegaron a los 108 dólares en enero de 1999. Ese año, la división americana de DaimlerChrysler registró los beneficios más altos de su historia: casi 5.000 millones de dólares. Pero los ánimos estaban hundidos en Detroit. El presidente, Bob Eaton, se mostraba indiferente a todo; los principales ejecutivos se retiraban, se marchaban a Ford y General Motors o, como Thomas Stallkamp, presidente del consejo, eran despedidos por enfrentarse a Schrempp.
Los alemanes hacían lo posible por mejorar las relaciones e incluso habilitaron un Airbus especial (todos los asientos de primera clase) que hacía cuatro vuelos semanales gratuitos entre Stuttgart y Detroit para que los cuadros de la compañía se visitaran unos a otros y empezaran a comprenderse. Pero el estilo panzer de Daimler -máxima planificación, jerarquía, preponderancia de la ingeniería y las finanzas- no casaba con el estilo cowboy -ideas rápidas, acuerdos colegiados, preponderancia del sector comercial- de Chrysler. Era difícil decidir incluso el formato de las tarjetas de visita: en Detroit las querían anchas; en Stuttgart, estrechas. "A veces dan ganas de reír y otras veces uno se echaría a llorar", declaró en una reunión el entonces presidente del consejo, el americano Thomas Stallkamp.
Las tensiones empezaron a aflorar a principios de este año, cuando se comprobó que los beneficios de 1999 habían sido un espejismo. La división americana vendía más coches, pero no aumentaba sus resultados. Se comprobó poco a poco que Chrysler había hinchado sus ventas llenando los almacenes de su inmensa red comercial en norteamérica (4.400 concesionarios) y favoreciendo la competencia entre ellos, lo que hacía que modelos recién lanzados al mercado se vendieran con grandes descuentos. Los concesionarios están ahora saturados, y Chrysler ha notado de forma abrupta la reducción del crecimiento económico en Estados Unidos. En el tercer trimestre sufrió unas pérdidas de 540 millones de dólares, y, según estudios internos citados por The Wall Street Journal teme perder hasta 2.000 millones de dólares el año próximo. El viernes anunció que sus ventas habían caído un 5% durante el mes de noviembre y la agencia de calificación de solvencia Moody's ha rebajado la nota de sus emisiones de deuda a largo plazo. La marcha de Thomas Gale, el jefe de diseño que junto al carismático Lee Iacocca protagonizó la resurrección de la empresa en los años ochenta, ha contribuido a que sus nuevos productos hayan sido acogidos de forma muy tibia por los consumidores.
Invadidos y engañados
La irritación de los alemanes es evidente. "Al parecer, Chrysler no hizo accesible toda la información relevante cuando se preparaba la fusión", se quejó el pasado jueves Manfred Goebels, uno de los miembros del consejo de supervisión de DaimlerChrysler.Si en Detroit se sienten invadidos, en Stuttgart se sienten engañados. La semana pasada, los ejecutivos alemanes efectuaron un auténtico desembarco en Detroit. Dieter Zetsche, mano derecha de Schrempp en el negocio automovilístico, reemplazó de forma inesperada a James Holden (nombrado por el propio Schrempp a principios de este mismo año) y su primera decisión consistió en despedir a los tres principales colaboradores de su antecesor. Todos fueron sustituidos por alemanes.
Zetsche anunció, sin detalles concretos, un "plan de reducción de costes" que afectará a los proveedores, considerados demasiado caros, y supondrá un número aún indeterminado de despidos. Daimler tiene ya un peligroso frente abierto en Japón, donde lucha por reducir la gigantesca deuda de Mitsubishi Motors (compró un 34% de la compañía en primavera) y debe volcarse ahora en Detroit. Jürgen Schrempp se juega el cargo, y la propia fusión puede peligrar. Reinhild Keitel, directivo de la Asociación de Pequeños Accionistas Alemanes, ya ha pedido la dimisión del presidente del gigante alemán.
Klaus Nieding, de la Asociación Alemana de Inversión en Acciones, afirmó por su parte que los resultados del próximo cuatrimestre serán "cruciales". "Si Chrysler no mejora para entonces", declaró Nieding, "será mejor un final triste que una tristeza interminable".
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