Ernest Lluch
La muerte de Ernest no es ni más grave ni más dolorosa que la del resto de los asesinados; es la última, y como tal, la más insoportable. A pesar de que este asesinato de la inteligencia, la cultura y el optimismo me deja el sentimiento en carne viva, no asistiré a manifestación pública alguna, no porque haya participado ya en demasiadas en los últimos meses, sino porque, más allá del desahogo momentáneo de la ira, tengo la sensación de no contribuir con ello lo suficiente en la erradicación de esta lacra moral y social.Sin embargo, sí quiero gritar lo más alto que me permita el corazón que no existe justificación ética ni política que alivie el peso que inevitablemente recaerá en la conciencia de estos asesinos sin sentido, únicos responsables de infligir tanto dolor humano. También deseo exigir el uso legítimo del poder del Estado, ya que su primera responsabilidad no es otra que ser el garante de la seguridad de los particulares. El Estado democrático no puede ser un ente abstracto o universal que asiste a manifestaciones, sino que debe asumir los riesgos que se derivan de la supresión del crimen. Sólo así se merecerá el arraigo que hoy tiene entre los ciudadanos.
Ernest ha sido, para los que le hemos conocido como político desde Madrid, una referencia permanente al diálogo. Creía en la necesidad de comprender tanto o más la posición de los demás como la propia, como único método dialéctico para avanzar en democracia. Creía firmemente en los acuerdos que dejaban insatisfechos a las partes como una manifestación de generosidad que auguraba el futuro de la convivencia de los distintos. Su tarea en política ha estado marcada por una lealtad a las ideas sin dogmatismos. Nunca se prestó a nada en lo que no creyera firmemente, pero tampoco defendió vehementemente aquello en lo que creía. Le gustaba decir en broma que era partidario de "sostenella y... de enmendalla". Esto da una idea de su relativismo y talante democrático. Este carácter le llevaba a decir, con respecto al llamado problema vasco, que la lucha policial no era suficiente, que había que imaginar fórmulas que permitieran integrar al soporte social del independentismo.
¡Qué ironía! El profesor Lluch ha dejado una larga estela de legados orales y escritos importantísimos. El rigor en su disciplina profesional ha sido reconocido por todos sus colegas. Tenemos el raro recuerdo de un ministro de España consumiendo las tardes de domingo en la Biblioteca Nacional de Madrid.
Tenía una formación intelectual y cultural tan amplia que le llevaba a atesorar conocimientos pormenorizados tan dispares como curiosos: desde el origen de los fisiócratas argentinos hasta los antecedentes históricos de los futbolistas españoles.
Nunca podré olvidar cómo aderezaba las conversaciones más banales con detalles o puntos de vista enriquecidos por un conocimiento profundo de los temas. Cómo adornaba un pensamiento con citas para iluminar su discurso, y no para mostrar las excelencias de su memoria, que, por cierto, era buenísima. Con qué brillantez y simpatía restaba solemnidad a sus opiniones intercalando una broma en los momentos más densos.- Pablo Mansilla. Colaborador y amigo.
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