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Tribuna:REDEFINIR CATALUÑA
Tribuna
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Lo que el viento se llevó PILAR RAHOLA

Sostiene Josep Cuní, con metafórica gracia, que el verdadero efecto 2000 no tiene nada que ver con ordenadores físicos, sino con ése intangible que es nuestro chip colectivo: el efecto 2000 es la crisis de confianza. Crisis de confianza derivada de una crisis previa: la crisis de los referentes. Es decir, que, más allá de la nostalgia, ya no hay tótemes colectivos cuyos gestos, actos y artículos pudieran convertirse en fetiches de nuestra inteligencia, sino que nos hemos quedado más o menos huérfanos. Más o menos solos. Hagamos, pues, la radiografía del panorama con el prosaico fin de definir los límites del orfanato, quizá con el oculto deseo de desmentirlo. Dos han sido históricamente las zonas referenciales del país, los escenarios de donde nacían las grandes ideas: el mundo intelectual, y el activismo social. Por un lado, pues, pensadores, cantautores, poetas; por el otro, periodistas de raza, líderes políticos, mitos sindicales. Auténticas perchas donde colgar nuestras convicciones y, ¡ay!, nuestras esperanzas, ellos han generado la ideología social, los grandes flujos de opinión y reiteradamente han sido artífices de los procesos de cambio. ¿Existen aún? ¿Existen más allá de la supervivencia cotidiana y de alguna que otra polémica de rastrillo para dar vidilla a la vida de barrio? Haberlos haylos, con seguridad, pero ya no pesan densamente en el consciente colectivo, más cercanos al decorado que a la voz de la conciencia, más parecidos a la música de fondo que al grito estridente de la inteligencia... Es decir, nuestros referentes ya no consiguen ser referente.Mundo intelectual. Tenemos intelectuales y algunos de una inteligencia erizada, increpadora, en uso permanente de funciones. Ahí estan los Montalbán, los Culla, los Ramoneda, los Rubert de Ventós, lanzando ideas al viento casi con la misma fuerza con que tiempos ha las lanzaban. Pero caen en hueco. El gran fenómeno intelectual de este cambio de siglo no es la falta de intelectuales, sino su pérdida de influencia. Me dirán ustedes acertadamente que lo intelectual siempre ha sido minoritario y tal vez elitista. Sí, pero no. Lo ha sido el disco duro de la intelectualidad, pero siempre ha habido derivadas intelectuales con una gran influencia social.

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Sin embargo, ahora tiene más influencia una idea repetida machaconamente en una tertulia radiofónica, aunque se sitúe en la parainteligencia, incluso en el fragor estomacal, que no un intelectual. Nada hay, nacido del pensamiento puro, que pueda influir nuestros flujos de opinión o comportamiento, en un proceso global de auténtico recelo hacia el pontificado de las ideas. Lo alternativo, lo cercano, el comentario del último chat internáutico o la voz del pueblo en voz de esa vecina que llama al directo de la radio, pueden ser más creíbles, inspirar más confianza, crear más opinión. Me preguntaba un militante socialista de cabeza bien puesta dónde estaban los intelectuales que tenían que iluminar las ideas. Mi respuesta: "Están, pero ya no iluminan".

¿Crisis, pues, de intelectualidad? Si fuera... Pero este país, de golpe, ha pasado de irse a dormir con "poetas nacionales" en la mesilla de noche, a ser -Subirana, dixit- un país de ex poetas. De ser la tierra de los cantautores, con sus canciones de liderazgo moral y mazazo social, a tener el número más elevado de mitos andantes por metro cuadrado. ¿Lideran movimientos? Lideran sólo el dulce placer de nuestra vieja nostalgia, aplaudidos porque fuimos felices en nuestra adolescencia cantada. Y quede claro que pido al dios de los irreverentes que nuestros raimons rompan las leyes de la biología y canten eternamente, pero... ¿Pasa en todas partes? Habrá que decir que no pasa en las Españas, tan pobladas de cantantes y poetas de nuevo cuño. Si por el lado del pensamiento y la creación, pues, nos hemos quedado a solas con nuestro viejo álbum de fotos, pero sin perchas donde colgar el presente, ¿cómo está el liderazgo social?

Tres eran tres las tipologías humanas que alimentaban nuestros espíritus inquietos: los líderes políticos, los sindicalistas incombustibles y los periodistas de raza. Ideas en los libros, canciones en los sofás, poetas en la noche, remataban el círculo de nuestra capacidad de reacción esos tres pilares de la catedral nacional, y con ellos hemos hecho camino para cambiar las cosas. Sin embargo, sea porque ya nadie confía en nadie, sea porque los que estaban hicieron méritos para que perdiéramos la confianza, lo cierto es que nuestra foto de familia activista es un poema: por el lado sindical, simpáticos funcionarios del sistema, tan estrechamente ligados a éste que sin el sistema no serían nadie. No sólo no existen los viejos sindicalistas que nunca mueren, sino que ya nadie los creería. Por el lado político, un lento, metódico e implacable proceso de rebaja ideológica, y una suplantación también progresiva de políticos por gestores. Más que líderes con capacidad de arrastre, tenemos másters en relaciones públicas sin demasiado perfil pero mucha sonrisa. Vean las rebajas: del estruendo Felipe, a nuestro querido Sosoman. Del discursivo Serra al silencioso Montilla. De ese fenómeno de la naturaleza que es Pujol al chico aplicado que es Mas. De Maragall a Clos. De Vintró a Mayol (si me perdonan...), de Rahola a Portabella, de Roca a Molins... Baja el tono muscular, rebajamos la tensión dialéctica, dejan de chocar las grandes ideas, y lo que tenemos es una pelea entre ex alumnos de Esade sobre el punto trece del presupuesto cuarto. ¿Referentes? Ni se dan las condiciones, ni el listón se pone a esas alturas, ni nadie confiaría ya lo necesario. Por decir, genera más confianza cualquier movimiento alternativo, con aires de pureza y novedad, que no las viejas ideas, los viejos partidos, los viejos métodos.

Y faltan los periodistas de raza, los Maruja Torres de esos mundos de Dios. Pues ni ellos consiguen movilizar los estados de opinión. Quizá por eso, hartos de estar hartos, se nos ponen glamourosos y nos escriben monumentos de novela. Ni ellos son creíbles. Debe de ser porque su profesión también lleva en sus entrañas mucho gas contaminado. Y a la gente, a pesar de su poca factura ecológica, le ha dado por pedir aire limpio. No es que crean en los nuevos tótemes mediáticos. Es que prefieren reírse de Tamara y olvidarse, que volver a creer en los dioses. ¿Líderes? No, gracias.

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Pilar Rahola es escritora y periodista. pilarrahola@hotmail.com

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