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Otras trampas

Cuando los cientos de miles de ciudadanos de Barcelona reclamaban diálogo, no hacían más que exteriorizar su incomodidad ante el acoso terrorista y pedir ayuda. La demanda de socorro es muchas veces ciega y reclama una actuación urgente sin que sepa muy bien cómo haya de hacerse ésta efectiva. Los manifestantes de Barcelona podían haber reivindicado cualquier otra cosa -la pena de muerte, el endurecimiento de las penas, la ocupación militar del País Vasco-, pero fuera lo que fuera lo que pidieran, el hecho mismo ya señalaría una carencia: reclamarían algo distinto de lo que se está haciendo. La virtud de lo reivindicado en Barcelona reside en que apelaba a una actuación que se considera central en una sociedad democrática. Es muy probable que muchos, quizá la mayoría de los que reclamaban diálogo, no supieran concretar lo que querían decir con esa palabra. Sí estoy convencido de que con ella estaban pidiendo que se pusiera remedio a esta situación pavorosa. Si optaron por ella, fue, insisto, porque quisieron dar fe de sus convicciones democráticas.Lo que ha ocurrido después ha sido lamentable. Y, en este punto, quiero hacer memoria de las vicisitudes que ha sufrido la palabra diálogo entre nosotros, arrastrada en su deriva por las necesidades de unos y otros de llevar el ascua a su sardina. Recuerdo unos años, no lejanos, en los que la palabra clave era negociación. Se suponía, y con razón, que ese concepto implicaba un intercambio entre partes, en el que unos darían algo a cambio de lo que entregaran los otros. Naturalmente, negociar se pueden negociar muchas cosas, sin que el concepto en sí presuponga entregas maximalistas o el intercambio del todo por la nada. Se podía negociar paz por presos, por ejemplo, negociación que, en el mejor de los casos, habrá de ser afrontada, se le vaya a llamar como se le vaya a llamar. Pero, como casi siempre, también esa entrada del diccionario se les entregó a los terroristas, quienes terminaron imponiendo su interpretación de la misma y convirtiéndola en tabú para quienes estamos del otro lado de sus pretensiones. Los terroristas imponen sus significados, los nacionalistas democráticos los diluyen en metafísica de conveniencia y los constitucionalistas desechan el término, lo que implica una renuncia a imponer el significado que tengan de él, o al menos a plantearlo.

El rechazo de la palabra negociación convirtió en estrella al diálogo, pero hizo de él un eufemismo a través de un proceso que aún no ha culminado. Diálogo y negociación no son términos sinónimos. Si algún intercambio implica el diálogo es el de ideas. Al dialogar se contrastan opiniones y puntos de vista, sin que ello suponga, necesariamente, que se vaya a acordar nada o a coincidir en algo. Pero sí implica, de alguna forma, una puesta en común, un lugar de encuentro. Digamos que quienes dialogan poseen horizontes de expectativa coincidentes en algunos puntos y que pueden ser horizontes de esperanza. Con los nacionalistas, fueran o no democráticos, no se podía dialogar hace apenas unos meses. No se podía porque ellos mismos eran reacios al diálogo, y a lo que aspiraban era a una negociación, más o menos definida, según los casos. La pregunta es si hoy se puede -y, por lo tanto, se debe- dialogar con ellos. No parece que en estos momentos sean tan reacios a hacerlo, aunque convendría aclarar qué entienden con esa palabra cuando la utilizan.

También convendría aclarar qué entendemos los demás con esa palabra. Al haber sido barrida la palabra negociación del debate político, la palabra diálogo ha ampliado su espectro hasta ocupar el campo que dejó vacío aquella. Vale -con ser malo, por la dejación que encierra y que antes señalábamos- que ampliara su significado, pero más que malo peor es que en realidad lo haya trasladado, abandonando el que le era propio y limitándose al valor eufemístico que algunos le quisieron dar. Y esta es otra victoria del terror. Primero porque consiguió que acabara significando negociación, y segundo porque está a punto de arrumbarla tras conseguir que signifique exactamente lo que ellos quieren que signifique. ETA no sólo actúa en el terreno militar, sino también en el semántico, y creo que en éste obtiene éxitos más rotundos que en aquél. Hoy, diálogo significa negociar las pretensiones de la organización armada. El vapor metafísico de los nacionalistas democráticos y el incomprensible reduccionismo de algún partido constitucionalista han coadyuvado a esa persión. Urge a los demócratas devolverle el valor que le corresponde.

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