Tiempos felices que no volverán
¿Quién no recuerda los Pactos de la Moncloa? Años después, cuando el Gobierno socialista mantenía fuertes discrepancias con los sindicatos, muchos compañeros añoraban aquellos tiempos pasados. Se olvidaban de que lo que fue necesario y posible en la transición no era ni lo uno ni lo otro una vez finalizada ésta.Esta reflexión sobre tiempos pasados me viene al pelo para referirme a otra clase de nostálgicos -quizá los mismos- que andan queriendo escribir el futuro con ensoñaciones del pasado.
Empieza a ser últimamente común entre algunos socialistas -sobre todo de fuera del País Vasco- reivindicar con grandes dosis de añoranza aquellos tiempos en que PNV y PSE gobernábarnos juntos en Euskadi. Se dice, y con razón, que aquellos años fueron muy buenos para el País Vasco y que trasladaron a la sociedad un mensaje de entendimiento y tolerancia extraordinariamente positivo.
Pero, amigos míos, aquellos tiempos no volverán. Los años no han pasado en balde, las cosas no han ocurrido porque sí y la sociedad vasca de 2000 no es la de 1986, año del primer acuerdo entre nacionalistas y socialistas.
En el año 1986 -y sucesivos pactos- los socialistas hicimos Gobiernos exigiendo, en el propio pacto de gobierno, lealtad constitucional. Lealtad del Gobierno para con las reglas de juego democrático. Para los socialistas era una condición imprescindible para el acuerdo, y al no exigirle al PNV que renegara de sus discursos anticonstitucionales ni de su cuestionamiento partidario al orden establecido se lo posibilitamos también a ellos. A cambio de que el Gobierno fuera leal "pasábamos" de pedir al PNV un pronunciamiento claro en esa materia. No olvidemos que en un momento en que la transición en Euskadi no había finalizado, involucrar al PNV en la lucha contra ETA era el objetivo fundamental. Y lo conseguimos.
Pero hoy las cosas han cambiado. Lo que fue necesario para hacer la transición, es insuficiente para darla por finalizada. Hoy no es suficiente que el PNV disimule y calle algunas cosas que sigue pensando. Hoy, y en estas circunstancias, no es posible pactar con ellos si queremos tener un Gobierno vasco tan normal como la propia sociedad que hemos constituido.
Porque si durante doce años la apuesta de pactar con el PNV fue una apuesta política en clave de Estado, necesaria para moderar y articular la sociedad vasca, incorporando al PNV al consenso democrático, hoy la apuesta de Estado de los socialistas vascos ha de ser dejar al PNV en la oposición. Sí, lo digo con toda claridad, y desde el convencimiento de que este país no culminará la transición hasta que la alternancia entre nacionalistas y no nacionalistas no sea algo tan normal como lo es la alternancia entre la derecha y la izquierda en el conjunto de España. Claro que para que algo nuevo se convierta en normal, ha de dejar de ser nuevo y ha de dejar de dar miedo.
El fin de la transición no empezará, como algunos piensan, cuando ETA desaparezca. No; primero normalizaremos las relaciones políticas y después, desde la fortaleza de una democracia asentada y segura, ETA empezará a ver su final según comience a perder la esperanza. Nadie duda de que cuanto más fuerte sea la democracia, más débil será ETA. Pero no fortaleceremos la democracia mientras sigamos pensando que hacen falta actuaciones extraordinarias y/o Gobiernos de salvación en el País Vasco, sea cual fuera el resultado de las urnas.
Hablemos claro. ¿Nos creemos o no que esta sociedad ha cambiado tanto que ve con absoluta normalidad un Gobierno del PP del PSE o del PNV?, o ¿seguimos pensando, acomplejados, que el PNV es el único partido que puede gobernar Euskadi mientras exista ETA?, ¿y si ETA no deja de existir mientras gobierne el PNV?, ¿no puede ser que haya cambiado más la sociedad vasca y española que sus dirigentes? ¿Seguimos teniendo miedo de que se acabe en Euskadi el tutelaje de los nacionalistas? Yo no, y me atrevo a decir que los socialistas vascos tampoco. Y más aún: me atrevo a decir que la inmensa mayoría de los vascos, tampoco.
Los vascos queremos un cambio real. Y el cambio en Euskadi -país en el que ha mandado el PNV desde siempre-, es que ese partido pase a la oposición. Los vascos queremos que los dirigentes del PNV dejen de decirnos que nos tratarán como a alemanes en Mallorca o portugueses en Dinamarca. Y creemos que la única manera de que eso ocurra es que el PNV se vaya a la oposición.
Los vascos sabemos que Arzalluz seguirá mandando en el PNV mientras el PNV mande en Euskadi. Y aunque no fuera más que por eso, para que Arzalluz deje de mandar en este país a través de lo que manda en su partido, debiéramos de tener claro la estrategia a seguir.
He empezado este artículo recordando los Pactos de la Moncloa porque los nostálgicos del acuerdo con el PNV me recuerdan a los nostálgicos de esos pactos. Unos y otros, como diría Tagore, de tanto suspirar de noche por el sol, no disfrutan de la luz de las estrellas. Unos y otros, tan cómodos en el recuerdo de lo conocido, no son capaces de disfrutar de una nueva sociedad más libre, que requiere también nuevos ojos y nuevas recetas para seguir caminando.
Nada hay más frustrante que la nostalgia de un pasado que no volverá. Es totalmente inútil y produce melancolía. Claro está que si la nostalgia se centra en cuestiones inocuas o si la practican quienes no están llamados a tomar decisiones, no deja de ser una forma como otra cualquiera de perder el tiempo. Ahora bien, si embarga a gentes con responsabilidades, que deciden sobre la forma de vida de muchos ciudadanos y sobre las bases en las que hemos de cimentar nuestro futuro, puede llegar a ser peligrosa.
Por eso pediría a los nostálgicos que se den una ducha de realismo. Que se vengan al País Vasco. Que se queden aquí un tiempo. Que convivan con la gente de los pueblos. Que escuchen los silencios cuando se habla de política. Que escuchen las palabras cuando se grita libertad. Que pregunten a los jóvenes sobre sus aspiraciones. Que matriculen a sus hijos en nuestros centros escolares y les digan que cuenten que sus padres son socialistas. Que busque en los pueblos a los cientos de votantes anónimos no nacionalistas, a ver si encuentran uno que se les identifique. Que pregunten a la gente sencilla qué es para ellos el cambio, quién les quita la libertad, qué hay que hacer para salir de una vez de este laberinto sin volver a entrar de nuevo en él.
Sé que les dirán que estamos hartos del PNV, que nos ahoga su prepotencia, que nos abruma su traición. Les dirán que merecemos ser tratados como un país normal, que elige a sus dirigentes sin primar al que lo ha hecho mal, pero tiene un amigo que aún lo haría peor y además tiene pistola. Les dirán que lo que ellos -los de la nostalgia- llaman confrontación, nosotros lo llamamos firmeza en la defensa de los principios. Les dirán que ya somos mayores, que nos dejen elegir lo que queremos ser y hacer.
Y si encuentran a alguien lo suficientemente "quemado" o con el suficiente desparpajo, quizá les diga: "Oye, y si queréis hacer eso, veniros aquí y lo hacéis vosotros". Y luego, el que salga el último, que apague la luz y cierre la puerta.
Rosa Díez, eurodiputada, es presidenta de la delegación de los socialistas españoles en el Parlamento Europeo.
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