_
_
_
_
_
PLAZA MENOR - INGENIERO LA CIERVA

Junto al mar sin catarlo

Entrando a Cádiz por tierra, mejor dicho: entrando por la Avenida Cayetano del Toro, en su primer tercio y a la derecha queda la glorieta del Ingeniero La Cierva.Decir Cádiz es decir carnaval según la propaganda turística. Bien, pues en esta plaza la fiesta tan pagana, orgiástica y divertida ni se huele. Aquí lo que se olfatea inmediatamente es el mar, pero -¡oh, portento!- no se ve por ninguna parte. Ya puede percibirse el oleaje, si es que los coches de la avenida respetan el semáforo, ya se puede sentir el salitre en los labios transportado por la brisa marina, que del océano Atlántico, ni glorias. El enigma no tardará en ser resuelto.

Actualmente, en el Segundo Período Triunfal Populista, donde aparcaban unos cuantos coches -y había, poco, pero algo, de verde- es desde hace cuatro años un aparcamiento subterráneo en la profundidad. Por la superficie han crecido unos postes grises como el cielo gris, como un bigote que empezara a grisear, como la época que está tocando vivir. Dichos postes están rematados y unidos entre sí por un a modo de toldos -grises- agujereados y abombados lo que se agradece en verano por el ahorro de sauna y en invierno por la abundancia de catarros.

El arquitecto municipal ordenó poner un pavimento bastante anodino salpicado de bancos incomodísimos, lo que no es cortapisa para que las noches de jueves a domingos se llene de juventud y no tanto. Juventud que botellón en ristre hará las delicias de propios y ajenos: los vecinos ven amenizadas sus tristes noches en el fin de semana, los empleados de los servicios municipales de limpieza ganarán con el sudor de sus nobles frentes el diario sustento y los arqueólogos en el futuro sabrán las costumbres gaditanas del año 2000.

Si alguien un poco nostálgico desea tomar una cerveza con sardinitas en la antigua cervecería El Barril, abandone toda esperanza; allí, en aquella sacrosanta esquina lo que hallare será un McDonalds. Sí, pueblo doliente: una hamburguesería. Lugar gracias al cual los niños y no tan niños se hacen adultos en colesterol, un devorómetro de carnes con un índice graso y de subproductos animales en cantidades tales que rozan el delito. Que demandan un Torquemada nutricionista.

Soportando valerosamente el dolor que oprime su corazón, el visitante puede encaminar sus pasos hacia el quiosco-bar La Tacita de Plata donde penetrará con paso vacilante pero esperanzado. Allí cambia el mundo; otra vez la humanidad, la sabiduría ancestral y hospitalidad generosa repartidos por el pequeño bar. Una docena larga de parroquianos charlan de sus cosas sin prisas. Entre ellos, con su gorra, cigarro y cachava, está el dueño: Francisco. Dicharachero cordobés de Montilla que llegó a Cádiz allá por los cincuenta para hacer la mili. Puso un bar y ahora dice ser "el archivo de Cádiz". "Por aquí ha pasado mucha gente: toreros, muchos. Artistas como Antonio Gades cuando vino para hacer El Amor Brujo, políticos. Mire el caso que me ha ocurrido: estaba detrás de la barra, entran por esa puerta un grupo de señoras y señores. Le serví lo que pidieron y la cara de uno de ellos me sonaba. Total, que voy al hombre y le digo: no se de qué, pero usted me es conocido. Me contesta: pues es la primera vez que vengo. Yo venga de insistir y el otro sin soltar prenda copa va y copa viene. En fin: que se van despidiéndose muy amables y yo con el mosqueo. Al otro día viene un botones del hotel con una tarjeta que ponía: Fulanito Martín Artajo. Ministro de Obras Públicas. ¡El que hacía los pantanos con Franco!" Ésta y otras muchas cosas contará Francisco a quien quiera pasar un buen rato.

Otra vez en la barbaridad de plaza, pero reconfortado por el rato y la cervecita que ha invitado el montillano, habrá de fijarse el curioso en la mole del Hotel Victoria Playa. Antaño fue un bonito edificio de estilo colonial, casino antes de hotel. Fue deteriorándose con el paso del tiempo, dice Pepe, el del quiosco de periódicos desde los setenta, hasta quedar prácticamente inhabitable. Hace cuatro años, los mismos que tiene el aparcamiento subterráneo, la glotona piqueta se ocupó de demolerlo. En vez de hacer una restauración, los arquitectos levantaron este tocho de cristales negros, con balcones laterales a lo marbellí, tapando aún más la vista al mar que queda a sus espaldas.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

El Victoria Playa incumple la Ley de Costas: no respeta esta construcción la distancia fijada por las mareas y se apropia de un terreno que es de los ciudadanos. Si fuera un chiringuito otro gallo cantaría.

Tras asomar la vista al mar un ratito, saldrá la visita bordeando la otra acera, ésta no ha variado a la plaza.

Pero no todo van a ser desdichas, la glorieta tal y como está ahora es fea pero honrada; cuando viene el buen tiempo, que es casi siempre en la ciudad de la luz y el mar, sobre todo las cálidas mañanas de otoño a primavera, la plaza se puebla de niños y mayores. Los unos a buscar sus periódicos, sus loterías y sus cosas de gente adulta. Los más mayores, puede que tomen un rato el sol y los chavales invaden el puesto de Pepe en busca de chucherías. Quizá alguno traiga unos patines y otros alguna pelota, convirtiendo esta gris superficie en un lugar improvisado de juegos y riñas sin importancia. Cuando lleguen los meses veraniegos un trasiego de carnes más o menos morenas, más o menos chamuscadas según la melanina que cada uno aporte, da vida al ambiente. Señoras y señores en diferentes estadíos de macicismo, con o sin familia, llevando todo tipo de trastos multicolores para sus niños, novios o novias, borran, o casi borran, la sensación de adefesio que se siente en un día lluvioso y oscuro. Menos mal que la norma es el sol.

Alguien habrá que recuerde, en cualquier caso, que este aire lo respiraron personajes de la política, las artes y los toros, como Cortés o Diego Puerta que se echó aquí novia, hoy es su mujer: la hija del Algabeño. Este torero tenía casa en el Paseo Marítimo, a la vera de la Glorieta. Una historia de amor para ser contada al margen de tiempo y estética urbana.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_