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Los gobernadores rusos discuten la vuelta al himno oficial soviético

La primera sesión plenaria, celebrada ayer, del nuevo Consejo de Estado, un órgano sin poder real que reúne a los líderes de las 89 entidades de la Federación Rusa, supuso la consagración de la victoria del presidente Vladímir Putin sobre los barones regionales, a los que está metiendo en cintura excluyéndoles del Senado, limitando su reelección y obligándoles a alinear sus legislaciones con las del centro. El líder del Kremlin defendió la necesidad de fortalecer la "vertical del poder" (con él en cabeza) y señaló que ésa debe ser la respuesta a los pasos que se están dando para "fragmentar el país".Los gobernadores discutieron las propuestas de cambiar el himno nacional (sin letra), tras recibir un disco con las dos opciones que se manejan, entre ellas, la de la famosa cantante de rock Ala Pugachova y la que supondría la vuelta a la música del himno soviético, aunque no al texto, que glorificaba a Lenin y Stalin. Y hay quien pone el ejemplo de España para opinar que la falta de letra no es tan importante.

En la apertura de la sesión, Putin dijo que la misión del Consejo es "fortalecer la cadena de mando", lo que significa "control del centro federal y efectivo retorno ". Según él, el nuevo órgano, creado el 1 de septiembre, "puede fijar la dirección del país, pero no sustituir al Parlamento o al Gobierno". Nadie lo duda. El Consejo es un simple premio de consolación para los gobernadores, que así tienen un pretexto para reunirse periódicamente en Moscú, pero no les va a devolver el poder que el Kremlin les arrebata.

Los líderes regionales discutieron la estrategia de desarrollo hasta el año 2010, ejercicio teórico que no tiene por qué plasmarse en acciones concretas de Gobierno. Ayer se esbozaron algunas ideas de ese programa, que, según algunos de los participantes, pasará por crear "un Estado fuerte y eficaz", tal vez la principal aspiración del actual líder del Kremlin. Putin sugirió que el Consejo discuta en su próxima reunión la patata caliente de la transición del comunismo al capitalismo que Borís Yeltsin no se atrevió a tocar: la propiedad privada de la tierra, reliquia de la era soviética.

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