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Todo son preguntas

Juan José Millás

Oí por la radio que había más de 180.000 pisos vacíos en Madrid. Impresiona tanta oquedad. Te imaginas todos esos pisos juntos, uno a continuación de otro, con sus millones de metros cuadrados y de metros cúbicos sin nadie dentro, y se te pone la carne de gallina. Es como ver muchos trajes vacíos a la vez. El tinte desazona porque es muy duro contemplar los vestidos sin cuerpo aguantando el síndrome de abstinencia colgados del techo. Y la oquedad que cabe dentro de una falda o de un pantalón no es ninguna comparada con la de un piso. En un piso vacío resuenan las pisadas del vecino de al lado como si un reflejo invisible de ese vecino se moviera por el pasillo fantasmal cuando va del dormitorio a la cocina. Y cuando alguien, en la casa de arriba, deja caer de madrugada un zapato desesperado sobre el parqué, suena en el piso deshabitado con la misma desesperación que sonaría una idea al caer dentro de una caja craneal desguarnecida.Ciento ochenta mil pisos vacíos y millones de personas, sin embargo, buscando cuatro paredes donde caerse muertas. El otro día, una chica ecuatoriana de 24 años iba en el metro cuando le entraron ganas de parir y tuvo que hacerlo en el Retiro, agachada. Más que parir, evacuó la pobre. Cayó el bebé al suelo como una hoja seca de las que estos días ponen tan hermoso el Retiro. Quizá antes de tocar el suelo estaba muerto ya.

En todo caso, la que estaba muerta de miedo era su madre, una ecuatoriana sin papeles cuyo útero se llenó de miedo apenas se hubo vaciado de la criatura. Una criatura que vino al mundo en una ciudad con más de ciento ochenta mil viviendas vacías. Había nacido con sus dedos en cada mano, y con sus ojos en cada cuenca, y con su diminuto útero vacío, porque se trataba de una niña. Había nacido, en fin, con todo, pero sin nada, porque su madre no tenía dónde ir. Lo raro es que al otro lado de las verjas había más de ciento ochenta mil pisos vacíos que continuaban vacíos mientras la chica ecuatoriana cortaba el cordón umbilical, metía al bebé en una bolsa de basura y salía a la calle con un desgarro vaginal en toda regla, sin saber qué hacer, porque dice que le tenía miedo a la policía y a los médicos, no recuerdo si por este orden.

El caso es que la chica ecuatoriana de 24 años, que fue a parir a la intemperie en una ciudad donde hay más de ciento ochenta mil viviendas vacías, tiene ahora muchas posibilidades de acabar en la cárcel. No es suficiente el miedo, el desgarro vaginal, el dolor de meter a su hija, viva o muerta, quién sabe, en una bolsa de basura. Todo eso no basta. Quizá convenga meterla en la cárcel unos años. Hay en Madrid más de ciento ochenta mil viviendas vacías, pero las cárceles de la región están llenas. Piensa uno que en un mundo como Dios manda debería ser al revés. Quizá las cárceles deberían tener la mayoría de sus celdas vacías y los edificios todas las casas llenas. De hecho, uno ve a muchas parejas dispuestas a sacrificios hipotecarios increíbles para meterse en un piso, pero no ve a mucha gente haciendo cola para entrar en la cárcel. La gente prefiere entrar en una casa con gas en cada piso que en una prisión amurallada. Sin embargo, las casas están vacías y las cárceles llenas. Algo falla.

A lo mejor es que hay más cosas vacías de las que creemos. Están vacíos los discursos y las constituciones y los programas electorales. Lo malo es que a lo mejor están vacías las cabezas también. De otro modo no se entiende que nos salgan tan mal las cosas ni que acabemos en la cárcel cuando lo que buscábamos era un hogar. Está vacío todo, la verdad, no sólo las viviendas y las cabezas. La justicia también. Precisamente, mientras la policía interrogaba a la chica ecuatoriana con desgarro vaginal (sin que ninguna asociación de mujeres, por cierto, acudiera en su ayuda, pese a tratarse de una mujer tan maltratada por la vida), mientras la policía interrogaba a la chica, digo, el fiscal jefe del Tribunal de Justicia de Madrid decía que la justicia en nuestra Comunidad presentaba un estado tercermundista. Del Tercer Mundo venía la chica ecuatoriana que parió en el Retiro y a la que la justicia tercermundista nuestra meterá probablemente en la cárcel. Todo son coincidencias. Pero son coincidencias malas, me parece. ¿Cómo, si no, es posible que no haya suelo ni dinero para hacer viviendas sociales y que sobre, sin embargo, para levantar cárceles? ¿No es raro, en fin, que tengamos más de ciento ochenta mil viviendas vacías con la cantidad de gente que vive a la intemperie? ¿Es por eso por lo que sonamos a hueco? Dios mío, todo son preguntas.

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Sobre la firma

Juan José Millás
Escritor y periodista (1946). Su obra, traducida a 25 idiomas, ha obtenido, entre otros, el Premio Nadal, el Planeta y el Nacional de Narrativa, además del Miguel Delibes de periodismo. Destacan sus novelas El desorden de tu nombre, El mundo o Que nadie duerma. Colaborador de diversos medios escritos y del programa A vivir, de la Cadena SER.

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