Comunicando, comunicando
El último boletín de Datos de Opinión publicado por el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) contiene unas interesantes, a la par que curiosas, informaciones sobre aquello que necesita una persona para vivir decentemente ordenado según lo que los españoles consideramos como imprescindible, como solamente deseable o como renunciable. Existe un amplio consenso (71%) en situar como lo menos necesario a lo que tiene usted entre las manos en este momento: un periódico. La escala de lo imprescindible, con abrumadora mayoría (95%), la encabeza el deseo de un cuarto de baño en la vivienda, seguido de cerca por la lavadora -que consideramos mucho más necesaria que el lavavajillas, el vídeo, el ordenador e, incluso, que el televisor o el coche- y por el teléfono.Si a estos datos unimos la baja proporción, tanto de posesión como sobre todo de uso, del ordenador en los hogares españoles (y aviso que hay contradicción entre estos datos y los proporcionado en el barómetro trimestral elaborado por el mismo CIS), el general desconocimiento y, por ende, la escasa utilización de Internet, y comparamos esta situación con la rápida proliferación del teléfono móvil y si, además, tenemos en cuenta que para los que se decidirían a adquirir un ordenador la oportunidad de realizar compras o gestiones mediante la red supone un porcentaje insignificante del total de sus posibles motivaciones en la decisión y que, otrosí digo, de los que ya poseen ordenador sólo el 0,1% confiesa como motivo de la adquisición el poder comprar por Internet, cabría preguntarse dado el frenesí internauta con que nos aturden publicitariamente si nos hallamos sumidos en un primitivismo telemático comercial o si, por contra y en mi opinión, al igual que aquél que hablaba en prosa sin saberlo nos hemos adaptado inconscientemente a las mejores posibilidades que hoy en día nos ofrece la situación tecnológica, de acuerdo con nuestras necesidades y hábitos.
Una rápida ojeada a la situación internacional de las principales actividades comerciales a través de la red parece confirmar esta suposición. Las noticias del cierre de empresas importantes dedicadas a la venta online son habituales. La jefa de la división de ventas de coches de la significativa Priceline.com acaba de abandonarla, declarando taxativamente que "para la venta de automóviles Internet es una idea cuyo tiempo aún no ha llegado y que nunca llegará". De la tambaleante situación de Amazon.com ya hemos hablado y, la semana pasada, su empresa participada Pets.com, dedicada al creciente y voluminoso negocio de venta de artículos para animales domésticos, ha concluido por arrojar la toalla.
En una actividad donde se habían situado algunas de las principales expectativas del online, como es la banca surgida de forma exclusiva para ello, soplan muy malos vientos e incluso ya no se duda en calificarla como "una promesa vacía". Por doquier se suceden los recortes de plantillas y, sobre todo, la drástica reducción de gastos en publicidad. En Japón, nada sospechosos de mentalidad antiinnovadora, sólo existe una empresa exclusivamente dedicada a la banca electrónica, el Japan Net Bank. José Fenollosa, directivo del BBVA, manifiesta sin ambages que, para los bancos, Internet es un juego de suma cero y que la gran banca tradicional está presente en el sector sólo para evitar que otros entren. ¿Por qué la pretendida revolución online bancaria está declinando casi con más rapidez de la que llegó? Por diversas razones, comenzando por el hecho de que si el coste marginal -el de una transacción más- es casi nulo, los costes fijos se están revelando como insoportables. Porque el mercado potencial se ha sobreestimado y los clientes no se dejan captar en el número esperado. Y ésto, a su vez, porque desconfían ya sea de la seguridad de su dinero en este tipo de bancos como, fundamentalmente, de la seguridad en las propias transacciones a través de la red. Porque en un apartado tan importante del negocio bancario como es la venta de productos financieros a largo plazo la gente sigue prefiriendo el cara a cara con el empleado. Y, conviene no olvidarlo, porque la lentitud de los servidores, sobre todo a través de las líneas telefónicas domésticas, la hace sumamente incómoda, resultando mucho más ventajosa en cuanto a la rapidez de operación la banca telefónica, a la cual la banca tradicional se está adaptando eficazmente.
¿Que todo esto cambiará en, digamos, unos diez años? Puede que sí. Pero, por seguir con el caso bancario, al igual que millones de los españolitos que hoy se juegan su dinero en bolsa pasaron en su momento de la hucha y el calcetín bajo el colchón a la cultura financiera moderna gracias a la actividad ejercida durante décadas por las cajas de ahorro y sus hoy casi arcaicas libretas, la futura banca electrónica surgirá de las transacciones telefónicas o no surgirá. O sea, que el Gobierno debería de tomar nota de que, al margen de los intereses particulares y antagónicos que defienden la ministra Birulés y el vicepresidente Rato, alguien debería procurar por los intereses generales, que en lo que se refiere a comunicaciones y las actividades a ellas ligadas (incluido el propio desarrollo de Internet), se resumen básicamente en más competencia en telefonía fija y móvil, mejor servicio y tarifas mucho más baratas. Por pedir que no quede.
Segundo Bru es catedrático de Economía Política y senador socialista por Valencia.
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