Don Diego
Con permiso del distinguido auditorio, el sevillano Diego Tristán se ha convertido en el jugador más interesante de la Liga. Su deslumbrante salida por las troneras del área confunde a los fanáticos del esfuerzo y, nada por aquí, nada por allá, está renovando el repertorio de tahúres y prestidigitadores.Impresionados por el sonido industrial del fútbol moderno, los críticos le reprochan su envoltorio de hielo: censuran esa especie de machacona impavidez en la que no se descubre ni un solo gesto de emoción. Es cierto que mientras sus colegas participan en una agobiante ceremonia fabril, él interpreta admirablemente el papel de espectador despistado, y así, envuelto en una imperceptible película de sudor, ve pasar las jugadas y los minutos con una sospechosa indiferencia.
Sin embargo, esa supuesta cachaza forma parte de su despliegue teatral y es una expresión de la cualidad más apreciada entre los jugadores profesionales: un medido ejercicio de atención y paciencia. Su fórmula consiste en apostarlo todo a una sola mano. Cuando aparece el as de oros, bosteza, mira hacia otro lado y deja que los demás lancen sobre el tablero hasta el último centavo. Sólo se anima para decidir la partida: dice Voy, pone las cartas boca arriba y hace saltar la banca.
En su estilo hay, así mismo, un llamativo componente de fantasía. Sus recursos no figuran en los manuales conocidos; no son un reflejo de imitación ni coinciden con el catálogo de automatismos que un profesional consigue en el entrenamiento. Muchas de sus soluciones están fuera de la lógica y llegan a parecer una extravagante manera de afrontar el problema: probablemente, el secreto de su éxito está en que suele elegir la salida más absurda y, por tanto, la más inesperada. Si hay que disparar, centra; si hay que centrar, dispara. Ahora bien, si tira, mete el balón por la escuadra; si centra, mete el balón a la yugular.
Pero en la vida de Diego Tristán, como en la de los grandes prestímanos, la velocidad es también una forma de brillantez; su verdadero talento se manifiesta cuando a la dificultad hay que añadir la urgencia. Además de ejecutar con una admirable naturalidad el control más apurado o el regate más comprometido, tiene la capacidad de sintetizar varios movimientos en uno solo. Y, como el pie es más veloz que el ojo, nunca acertamos a descubrir el truco.
Conviene que le incluyamos ya en la lista de especies protegidas. Hay al menos un motivo concluyente: a la condición de ser grande, Diego suma la de ser distinto.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.