Pactar
No hay una historia de España: hay varias, del mismo modo que en cada uno de nosotros no hay una biografía, sino siete u ocho. Otra cosa es que sólo mostremos una, para no asustar a los seres queridos. Tampoco hay una historia de la literatura: hay mil. De hecho, es un disparate estudiar juntos a Campoamor y a Kafka, incluso a Borges y a Canetti, aunque todos escriban. Y al lado de esas mil historias manifiestas, hay también una historia de la literatura invisible, por la que vagan los autores que no permanecieron. Por eso es tan difícil sacar adelante un plan de humanidades y ponerse de acuerdo en lo que somos o dejamos de ser.Tú mismo, hablando con tu hermano, te habrás preguntado muchas veces si tuvisteis el mismo padre, pues parece que no, que el suyo y el tuyo, pese a ser el mismo, fueron, oyéndoos hablar, distintos. Y es que en un padre caben muchos padres también, igual que en un individuo caben cien. Si es imposible, pues, ponerse de acuerdo sobre la novela familiar, cómo vamos a ponernos de acuerdo sobre la dinastía de los Austrias. No sabemos quién es nuestro padre y pretendemos saber quién fue Felipe II, además de un psicópata. Estos desacuerdos fundamentales no impiden, sin embargo, que las familias sigan siendo familias ni que se reúnan a comer el día de Navidad. Y es que por debajo de las diferencias hay algo intangible que nos une. A veces se da la circunstancia de que familias españolas, incluso españolistas, comen ese día tan señalado en un restaurante chino, ya ves tú. Eso es porque hay una fuerza capaz de congregarlas: a lo mejor, una fuerza económica, porque los chinos son más baratos que los gallegos.
Es justo en el momento de aceptar que no tenemos el mismo padre ni la misma historia ni las mismas ideas; en el momento de admitir que uno mismo es a la vez el vecino de enfrente, cuando surge con fuerza la impresión de que algo había en aquel padre que era común a todos los hermanos y el aquel país que era común a todos sus habitantes. Quiere decirse que conviene pactar, o intentarlo al menos, porque por alguna razón absurda sigue valiendo la pena comer juntos una vez al año, aunque sea en un chino.
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